La paradoja de Dembélé
No hay acuerdo sobre el francés: sus defensores destacan su potencial; sus detractores, su tendencia a la anarquía
Cuando la calle se encuentra con el método aparecen Dembélé y el Barça, un habilidoso ingobernable en medio del equipo más cartesiano del mundo. Año y medio después de su fichaje, Dembélé ha ingresado en el gremio de los jugadores que promueven una cantidad parecida de partidarios y detractores, sin espacio para los indiferentes. Esa clase de polaridad es tan vieja como el fútbol. Benzema probablemente pertenece a esa categoría, aunque por razones diferentes de las de Dembélé. Desde una estricta mirada futbolística, el académico Benzema estaría hecho a la medida del Barça y el indescifrable Dembélé a la del Real Madrid.
El caso es que Dembélé juega en el Barça y no hay acuerdo sobre su rendimiento. Sus defensores insisten en su juventud, en un potencial enorme y en el aparente desprecio a su contribución. Esta temporada ha marcado algunos de los goles más importantes del equipo: el de las victorias en la Supercopa y en el campo del Valladolid, además de los tantos del empate en encuentros que el Barça ganó después de tenerlos casi perdidos, el primero en Anoeta y el segundo en Vallecas. Sin esos goles cruciales de Dembélé, el Barcelona sería pasto de la crisis.
Los detractores señalan su tendencia a la anarquía y cuestionan su fiabilidad. No le tienen por un jugador seguro. Le sienten como un elemento extraño en el minucioso método del Barça, un equipo que pretende mantener todo bajo control, con la menor concesión posible al azar. Es la razón que favorece el entusiasmo por el brasileño Arthur, el futbolista opuesto a Dembélé. Uno parece el hijo de Descartes. El otro es un saco de sorpresas.
Por elevación, y con Dembélé como excusa, en el Barça se debate si tiene sentido una cuota de anarquía en el equipo que rechaza por naturaleza a los espíritus libres. Bastantes de los problemas de Alexis Sánchez se relacionaron con su dificultad para entender los peculiares mecanismos de precisión del equipo azulgrana. A Dembélé le ocurre algo parecido a lo del chileno, pero su juventud le permite un considerable margen de aprendizaje, salvo que su naturaleza se lo impida.
Cualquiera que sea la consideración que merezca Dembélé a los aficionados, hay algo paradójico en su estilo y en su producción. El francés suele resolver los partidos que el Barça juega mal y funciona mal cuando el equipo se desempeña bien. Sus mejores características —habilidad, improvisación, descaro y hasta un punto de insensatez— despuntan cuando el Barça entra en el descontrol o en una especie de hastío metódico.
Hay una jugada contra el PSV Eindhoven —primer partido de la fase de clasificación de la Liga de Campeones— que define la relación de Dembélé con el juego y la del equipo con él. En medio de una decepcionante actuación del Barça en el primer tiempo, Dembélé recibió el balón en su campo y arrancó sin mirar atrás por el eje de la cancha, cabalgada loca que dejó a Messi con la triste mirada que se dedica a los náufragos.
Tenía razón Messi, cómo no. La lógica pedía la descarga a la derecha, donde se encontraba el genio argentino, pero a Dembélé le salió el callejero que lleva dentro y prefirió la solución insensata. Se lanzó a ciegas contra el muro de centrales del equipo holandés. Fue una especie de Balaclava futbolístico. Eso no se hace en el Barcelona, pero a Dembélé le funcionó. A uno de los centrales le entró un pánico innecesario y le derribó al borde del área. De lo siguiente se encargó Messi, que aprovechó la heterodoxa decisión de su compañero, un jugador valioso y sorprendente, destinado a dividir sin remedio las opiniones de la hinchada barcelonista.
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