Efectos ópticos
Que conquistasen el título los de siempre, y que se clasificasen para disputar la Champions los mismos cada año, alentó el aburrimiento
Buscar a tu equipo en la clasificación es una de esas diversiones para las que no necesitas a nadie, solo a ti, como jugar a dar balonazos contra una pared. A veces, dependiendo del club, pones el dedo en lo alto y vas descendiendo lentamente, igual que en las viejas guías telefónicas, cuando necesitabas un número, hasta dar con su puesto. Después, desplazas el dedo en horizontal y estudias si a lo mejor lleva un partido menos, cuántos ha ganado, empatado o perdido, y cuál es el balance de goles a favor y en contra. Por último, repasas los puntos, y a qué distancia se encuentran las posiciones a partir de las cuales la vida se vuelve un asunto interesante. Pero este pasatiempo perdió emoción con los años, a medida que las clasificaciones comenzaron a caer en la monotonía, como si la historia de cada temporada solo tuviese un o dos finales posibles. Que conquistasen el título los de siempre, y que se clasificasen para disputar la Champions los mismos cada año, alentó el aburrimiento.
La posición de Espanyol y Alavés, encaramados a los primeros puestos, incluso la del Madrid, vagamente hundido en la vulgaridad, devuelve el tan sano efecto sorpresa al fútbol. Las estrecheces en las que conviven un buen puñado de equipos hacen pensar si no será todo un efecto óptico, como el de las escaleras que dibujaba Escher, en las que resulta imposible distinguir lo que es arriba y abajo, dentro y fuera, delante y atrás.
No hay como descubrir que de repente las cosas no están en su sitio habitual, y que impera el caos, para que se active una energía que tensa el ambiente y dispara los nervios, la euforia, incluso la depresión. Estamos inmersos en esos días en los que espías los resultados de la jornada y te parece que lo que ven tus ojos no se corresponde con la realidad. Es agradable. Y quizá efímero. Cabe la posibilidad de que, en un breve plazo, las cosas vuelven a su lugar. Después de todo, restan muchos partidos para que aun alguien cante “vuelve el pobre a su pobreza y el rico a su riqueza”.
Es fácil tener la impresión de que algo no encaja en la actual clasificación, como en aquel relato de Woody Allen en el que un tal Walker se había suicidado con somníferos, aunque solo aparentemente, pues algo no cuadraba en la posición del cuerpo, metido dentro del televisor, asomando a la pantalla, junto a la que había una extraña nota de suicidio: “Querida Edna: me pica el traje de lana, así que he decidido quitarme la vida”. Pero no hay que pensar demasiado en si algunas cosas no casan en la actual clasificación. El fútbol se vuelve más apasionante cuanto más vives y disfrutas el presente, como si no existiese el después. Qué importa si a menudo las alegrías duran poco. Mientras duran, son lo único que hay. Si actuásemos como si supiésemos qué va a pasar en el futuro, y a menudo lo sabemos, muchos goles serían motivo de tristeza, porque es obvio que a los pocos minutos llegará el empate y después la remontada.
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