La rabia de Kárpov en Salamanca
El excampeón, de 67 años, parlamentario ruso, reacciona con la furia de su juventud tras una derrota
Ver un animal de competición de 67 años es muy extraordinario incluso en ajedrez, donde el declive suele empezar hacia los 40. Pero en el caso de Anatoli Kárpov, furioso el miércoles por la noche tras perder en Salamanca ante el peruano Julio Granda, hay cierta lógica: la derrota fue algo rarísimo para el gélido Tolia durante su periodo de mayor gloria (1975-1985), cuando ganó casi todos los torneos que jugó hasta que fue destronado por Gari Kaspárov.
“El vino, mejor por la noche, no antes de jugar. Ahora, agua mineral con gas, por favor”, pide Kárpov en español al camarero durante el almuerzo. Está pletórico, muy simpático y con su habitual memoria de elefante; recuerda, por ejemplo, los detalles más nimios de la conversación anterior con el periodista, hace casi cuatro años en el Parlamento de Rusia. Allí trabaja como diputado y presidente adjunto de la comisión de Asuntos Internacionales: “Hablo cada día con gentes de muchos países; sobre todo, embajadores. Y también me ocupo de asuntos internos de Rusia; intento que las quejas y reclamaciones justas de los ciudadanos sean atendidas como merecen por la administración”.
Y en ese ámbito no está nada satisfecho, hasta el punto de añorar cómo funcionaba el sistema comunista en cuanto a la influencia de los ciudadanos de base: “Entonces, los burócratas sabían que no atender correctamente las reclamaciones del pueblo les podía costar el puesto. Hoy, muchos de ellos solo están interesados en proteger a quien tiene poder, mando e influencia, no solo en el Gobierno, sino incluso en las compañías privadas. Como entonces, el poder está hoy arriba, pero la diferencia es que los de abajo influían, y ahora no”.
Sobre política internacional también tiene ideas muy claras, tras haber visitado unos 100 países: “Es urgente e imprescindible que se elabore un plan para invertir en los países emisores de emigrantes. No hay otra manera de evitar los gobiernos extremistas que hay ahora en EE UU, Italia o Hungría, por ejemplo”. Y critica con dureza los errores de EE UU en el tablero mundial: “Sadam Hussein era un dictador, por supuesto. Pero eliminarlo sin haber estudiado previamente la situación de Irak en profundidad, su profunda división en diferentes grupos étnicos y religiosos, etcétera, fue una jugada de principiante. Por eso, la situación hoy en ese país es mucho peor que con Sadam”.
A pesar de que el partido de Kárpov apoya a Putin mientras Kaspárov dedica la mayor parte de su tiempo desde Nueva York -donde se exilió porque su vida corría serio peligro en Rusia- al descomunal objetivo de tumbar al presidente ruso, las relaciones personales entre ambos son ahora correctas (una de las veces que detuvieron a Kaspárov en Moscú, en 2007, Kárpov fue a visitarlo a la comisaría y le llevó unas revistas de ajedrez). Se odiaron tanto como se necesitaron mientras mantenían la mayor rivalidad en la historia de todos los deportes (1984-1990), pero incluso entonces, el sentimiento de derrota de Kárpov no fue grande: tras 144 partidas entre ambos en cinco duelos por el título mundial, el balance favoreció a Kaspárov por solo dos puntos.
Tal vez por eso, Kárpov se sigue viendo como un ganador nato, aunque ahora solo compita muy de vez en cuando. Y se mantiene fiel a sus costumbres de antaño en los torneos: procura levantarse tarde y dar un largo paseo tras el almuerzo: “Además, Salamanca es una ciudad preciosa. Respondí a la invitación para jugar aquí con mucho gusto, y más aún cuando vi que el torneo festeja el VIII Centenario de la Universidad”. En la caminata de este miércoles aceptó de buen grado la compañía del periodista hasta que este comprendió que el mito viviente deseaba quedarse solo para concentrarse en las dos partidas de esa tarde (en la modalidad rápida, con 40 minutos para cada uno).
Y el paseante relajado se convirtió en una fiera, como siempre, cuando entró en la muy elegante sala de juego del Palacio de Figueroa. Era un león de 67 años en un edificio majestuoso. Su primer rival fue uno de los jóvenes talentos españoles, Miguel Santos; Kárpov luchó con denuedo para provocar un error, pero el andaluz se zafó y lo apretó mucho, hasta el punto de que el excampeón tuvo que sacrificar su dama para forzar el empate.
Luego llegó el duelo con otro veterano de película, el agricultor peruano Julio Granda, de 51 años, uno de los mayores talentos naturales del ajedrez en el siglo XX. La pelea fue durísima hasta que Granda erró y parecía perdido. Pero entonces el cansancio provocó que el gélido Tolia aflojase el control de los nervios y cometiera un decisivo error de cálculo. Su rabia al rendirse era tan grande que a punto estuvo de no cumplir con el rito sagrado de estrechar la mano del vencedor. Pero se dio cuenta a tiempo, lo hizo con dignidad, mirando a los ojos del peruano, y se marchó raudo a rumiar su ira, sin cenar. En lugar del vino tinto prometido, en el ambiente resonaban las sabias palabras de su biógrafo, Alexánder Roshal: “El único puesto que satisface a Kárpov es el primero, no sólo en ajedrez, también cuando juega las cartas o al billar. Cualquier otro lugar es un fracaso para él”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.