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La muerte del central clásico

La evolución del fútbol lleva a los zagueros de destructores a edificadores y varios técnicos con experiencia como defensores alertan sobre un modo de entrenar que resta valor a los marcajes

Cuatro centrales, Kjaer y Carriço, del Sevilla, y Sergio Ramos y Varane, del Real Madrid, compiten por ganar la posición en el área.
Cuatro centrales, Kjaer y Carriço, del Sevilla, y Sergio Ramos y Varane, del Real Madrid, compiten por ganar la posición en el área.José Manuel Vidal (EFE)

La imagen se repite al margen de los niveles, en profesionales o en cadetes. Se ha convertido en sello de identidad, en el epítome de una idea futbolística triunfadora en España. El meta domina la pelota y ante él se abren dos zagueros a cada flanco receptivos para jugarla por bajo con la intención de generar superioridades desde el fondo y llevar al resto del equipo hacia posiciones más avanzadas. Si una tarea ha evolucionado en el fútbol esa es la del defensa central, que viró su genotipo de coriáceo a cerebral, de destructor a edificador. “Las piezas más importantes para que un equipo juegue bien al fútbol son los centrales”, dejó dicho Johan Cruyff. Y marcó un camino. En lo que va de Liga cuatro de los seis futbolistas que más pases dan (Mandi, Pique, Bartra y Sergio Ramos) juegan en ese puesto. Y entre los diez que más faltas cometen apenas figura uno (Djené).

No siempre fue así. “A los que éramos más altos y peores nos ponían atrás. Y había que sobrevivir”, anticipa Marcelino Elena, zaguero que cumplió una sólida carrera profesional en las ligas española e inglesa y llegó a gozar de la vitola de la internacionalidad. Lo hizo, por ejemplo, con aquel equipo que a las órdenes de José Antonio Camacho goleó 9-0 a Austria al final del pasado siglo y anunció, en cierto modo, lo que estaba por llegar en La Roja, Marcelino compartió once con Guardiola, Valerón, Fran y Raúl. Pero su día a día entonces en el Mallorca consistía en acudir a los balones aéreos, en trabajar las disputas, tomar la referencia del jugador más avanzado del rival para anularlo y, si recuperaba la pelota, entregársela sin mayores fruslerías a un compañero dotado de más recursos técnicos. “La consigna más repetida de los entrenadores era: juega fácil”, apunta Patxi Salinas, más de 400 partidos en Primera, entre los diez centrales que más han jugado en la máxima categoría. “Poco riesgo, poco error”, desliza también cuando ahonda en el recuerdo de un santo y seña aprendido en Lezama ante cristalinos espejos: “Goikoetxea, Rocky Liceranzu y Guisasola”.

Salinas teje ahora una trayectoria como entrenador en Segunda B. Sant Andreu, Rápido de Bouzas, Burgos y, ahora, Badajoz han sido sus últimos destinos, así que ha recorrido los cuatro puntos cardinales de la geografía futbolística española. “Y ya casi todos los equipos buscan un perfil de central que salga con el balón jugado, incluso ya no se mira la talla tanto como antes. Se busca calidad y se desecha al central rápido, fuerte y duro. Me apena porque personalmente creo que es una gozada ver algo así sobre el campo, si se hace bien. A Godín o Giménez, por ejemplo”, explica. Y por ahí se abre un debate. Durante décadas los zagueros respondían a un molde. O jugaban en largo o simplemente le cedían la pelota al mediocentro para que iniciase el ataque. Luego llegó la mezcla. La jirafa Jackie Charlton complementó a Bobby Moore. Con Beckenbauer se alineaba Schwarzenbeck, a Pirri le acompañó Benito y a Alexanko le escoltó Migueli. Baresi siempre tuvo cerca primero a Galli y después a Costacurta como antes Scirea tuvo a Collovati o a Gentile. En defensas de cinco, Voro y Ribera se limitaban a restar en el Súper Depor y entregar la pelota a Djukic, como lo hacían Górriz y Gajate con Larrañaga en la Real Sociedad. Ahora se cuentan con los dedos de la mano los equipos de alto nivel en el que al menos un central se inhiba de la construcción del juego de ataque.

Paco Jémez de jugador en 2000 (arriba) y de entrenador en 2018.
Paco Jémez de jugador en 2000 (arriba) y de entrenador en 2018.GETTY

“La evolución es indudable porque el cambio en la regla que al portero usar las manos tras una cesión propició que los centrales tuviesen que empezar a manejar más la pelota para no pasarle todos los problemas al último hombre, pero al final estamos inmersos en una especie de pelea para definir el fútbol que se debe jugar y me parece un error”, valora Paco Jémez, que fue central de rompe y rasga, de los que cuerpeaba al delantero. Lendoiro le fichó para el Deportivo tras un memorable marcaje a Bebeto, que definió una abrupta cita en Vallecas como una pesadilla aunque al final el brasileño marcó en el único despiste de su marcador: “O Paco puxaba todo o tempo. No podía jugar”, explicó el delantero brasileño en cuanto vio un micrófono delante. El tiempo ha convertido a Paco, como estratega en los banquillos, en un adalid de lo contrario que expresaba de corto. “Míster, me duele cuando le doy al balón”, se quejó una vez a Toshack, cuando le entrenaba en el Deportivo. “Y a mí me duele cuando te veo darle”, le replicó el galés. Ahora a Jémez le daña que un jugador suyo se quite la pelota de encima sin más criterio que el que dicta la urgencia. “Porque sé lo que cuesta recuperarla y la quiero para mí. Siento el fútbol de esa manera porque la experiencia me dice que nadie sabe cuál es el balón con el que ganas o pierdes un partido”, explica antes de reivindicar que trenzar pases no es la principal tarea que debe asumir un central. Ahí vuelve aquel Paco que encimaba a Bebeto. “Lo básico es cumplir en defensa y ahí me preocupa como cada vez se ven más fallos en las marcas porque se desatiende esa preparación en beneficio de la de hacer circular la pelota. Se le ha quitado valor al marcaje”.

“Lo que ocurre es que se hacen entrenamientos enfocados a centrocampistas. Veo muchas sesiones de trabajo y apenas se enfoca al trabajo específico de central. Los hay que hasta los 18 años apenas tocan el balón con la cabeza”, alerta Marcelino, un tipo forjado en campos que no invitaban a circular la pelota ante la frontal: “Antes en la liga española era sencillo diferenciar un equipo del norte de uno del sur. Ahora los campos de hierba son alfombras o, en la base, de césped artificial. Todo se ha uniformado y se fomenta la salida de balón desde los centrales desde edades muy tempranas. Antes los terrenos embarrados no permitían asentar esa cultura”. Marcelino trabaja ahora en una agencia de representación de futbolistas, pero durante siete años fue comentarista en una televisión inglesa. En las Islas sigue su principal campo de operación y de valoración: “Toda esa tendencia ha llegado a los principales equipos de allí y a sus academias. La podemos ver también en la selección desde que la entrena Southgate. El central clásico sobrio y contundente está, incluso allí, cada vez más en desuso”.

El futuro puede presentarse con carencias que eran impensables no hace tanto si se desprecian algunas facetas que demanda el juego. “La diversidad enriquece el fútbol”, advierte Paco Jémez, lejos del extremismo que le achacan sus críticos. Quizás todo se reduzca a una cuestión de entendimiento. Hace pocos meses que uno de los severos titanes defensivos en activo, el juventino Giorgio Chiellini, alzó la voz en ese sentido: “Guardiola arruinó al defensa italiano. Es un entrenador fantástico, pero muchos tratan de imitarle sin tener sus conocimientos”. En la selección española ni se intuye la presencia inmediata de un central del perfil, ya no digamos la excelencia, de Carles Puyol, que integrado en los equipos que mejor movieron la pelota en las últimas décadas construyó su leyenda a base de agresividad en la marca, anticipación, casta, coraje, contundencia y liderazgo. A base de fútbol.

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