A Lorenzo no hay quien le tosa en Misano

Hace días que cuando uno ve a Jorge Lorenzo trazar las curvas de los circuitos más estrechos, los de las líneas más curvas, los de los cambios de dirección aquí y allá, clásicos, diría que no va montado en una Ducati. La moto italiana hace tiempo que ya no es un camión, veloz y agresivo, poco ágil. Y en manos de Lorenzo es un tutú con el que danzar en los escenarios más auténticos del calendario. Le costó saber cómo ponerse el traje, pero ahora que tiene todas las claves las piruetas que dibuja son una delicia.

Como este sábado en Misano, un circuito con el que, dice, tiene algo especial. El único año —desde su debut en MotoGP el 2008— que se quedó fuera de la primera fila de la parrilla fue el pasado, el primero en la casa de Bolonia.

Más información

GP de San Marino 2018: horario y dónde ver la carrera de MotoGP

Las tres victorias que cuenta en este trazado las logró con una Yamaha, una M1 ligera con la que exprimía toda su velocidad en plena curva. Tiene otras armas ahora, pero el estilo y el carácter es el mismo. “Ha habido pilotos, como Capirossi, que llevara la moto que llevara se movía mucho; otros, como Lawson o Biaggi, que parecían ir siempre sobre raíles”, dice él, que se incluye en ese grupo.

Y por esos raíles imaginarios que recorren el circuito de Misano se desplazó Lorenzo para llevarse la pole position, la segunda de esta temporada —la tercera si se cuenta la del GP de Gran Bretaña, que se anuló por las malas condiciones de la pista. Lo hizo con una estrategia a dos paradas, para exprimir lo mejor de tres neumáticos recién estrenados.

La misma idea tuvieron en el box de Márquez, pero al 93 la apuesta le salió peor: se quedó cerca del mallorquín (a dos décimas) con su primera vuelta rápida, se cayó en la segunda, con la lengua fuera como iba —perdió el tren delantero de su moto en una curva a la que entró demasiado rápido y se dio un buen revolcón por la escapatoria—, y al tercer intento —después de un agotador sprint que lo llevó desde la recta de meta al sillín de su Honda en dos minutos y 20 segundos—, no logró acercarse más, pues estuvo a punto de caerse otra vez. Además, en la caída se le había abierto la visera del casco y se le metió una piedrecita en el ojo. Y con ella hizo la última tanda. No se dio ni cuenta hasta que no se puso a 290 km/h. Terminado el espectáculo, se quedó a tres décimas del de Ducati, en la quinta posición, junto a Dovizioso, cuarto.

La sesión, entretenida gracias a la ambición de Márquez, la había dominado Lorenzo desde el primer momento. En su primer intento ya firmó una vuelta tan rápida que batió el récord de la pole, que también era suyo, del 2016, su último año con Yamaha. No mejoró el tiempo en la segunda salida, tampoco lo hizo ningún otro, por bien que se le acercaran Miller (segundo, a dos décimas) o Viñales (tercero, a tres, por fin competitivo). Y en la tercera salida a la pista, el 99 todavía rebajó el crono en poco más de una décima: 1m 31,629s. Un nuevo récord. Una nueva pole para Lorenzo y esa mejorada Ducati. Un primer paso hacia su cuarta victoria del año. “El número uno, es el número uno”, gritaba, excitado, Davide Tardozzi, director del equipo en el box de Ducati. Al parecer, no todos en la casa de Bolonia tuvieron siempre claro que era buena idea dejar marchar al mallorquín. “El ambiente en el box es de ensueño, estamos quedando entre los primeros regularmente. Los ingenieros han hecho un gran trabajo, espectacular, no es fácil luchar con los japoneses y lo hemos logrado”, decía el piloto.