El norteamericano Ben King gana la cuarta etapa de la Vuelta
Kwiatkowski resiste con los mejores la primera gran selección bajo el calor y la dureza de la Sierra de Alfaguara
Antes de llegar al pinar de Alfaguara, la carretera se empina y el paisaje es duro, casi violento, tan seco, y las piedras blancas, quemadas. Enric Mas va con los mayores, entre ellos, y se retrasa para observarlos, los estudia mientras ascienden todos acelerados por la locura de los Jumbo de Kruijswijk entre barrancos de memoria, de sangre de la guerra civil, de Lorca asesinado, caminos por los que unos minutos antes han pasado destacados, en fuga desde el comienzo de la etapa, un kazajo, Stalkov, y un virginiano, Ben King, perseguidos por un francés, Rolland, que nunca les alcanza. King sprinta más fuerte y gana en el pinar umbrío en el primer final en alto de la Vuelta. Es su tercera victoria en sus casi 10 años de profesional, la primera en una grande, y tan dura.
Mas es fino, de piernas largas, y sus dientes son grandes y muy blancos, como su sonrisa amplia que se convierte en rictus mientras asciende, su especialidad, y cuando se pone de pie sobre los pedales muchos ven en él a Contador, el mismo estilo, el mismo ánimo. Corre con aplomo entre los favoritos de la Vuelta, los Nairos y Valverdes y Simon Yates a los que ya conoce, con los que ha peleado en batallas menores y también ha derrotado. Tiene 23 años. Es el futuro del ciclismo español, y es presente en la Vuelta.
Con Mas resisten 18 con voluntad de no rendirse. En la Vuelta se trata de eso, de deseo de derrotar a las cuestas y al asfalto áspero y, sobre todo, al calor que aplana y se hace sudor, y derrite a quien lo sufre, con la tripa llena de agua, que se bebe compulsivamente, y llena y pesa. Es una carrera de desgaste, es como atravesar un desierto, dicen todos, que miran al líder de rojo entre ellos, a Kwiatkowski, y sonríen, un Sky todo solo sin nadie que le arme un tren para descorazonarlos, y su cara de jugador de póker que ni se inmuta, al contrario, cuando Simon Yates, el adelantado, ataca y amenaza su liderato. Los directores enseñan a los ciclistas que en esas ocasiones siempre hay un impaciente que ayuda, que es de primero de primaria saber que hay que mantener la calma y dejar que otro tire, y los propios ciclistas demuestran la verdad de la proposición negándose a mantener la calma, y ayudan al rival, a uno como Kwiatkowski que les mira ajeno y les dice, como explica luego, que son ellos, Nairo, Valverde, Supermán López, Buchmann, los que quieren ganar la Vuelta, los que tienen que ir a por Yates, que a él le da igual seguir de líder o no. Valverde responde enseguida tirando del grupo para ayudar a Nairo, y López, y el alemán Buchmann, uno programado para esta Vuelta, más nerviosos aún, atacan para buscar a Yates. Entre todos salvan al polaco, que esprinta al final, gasta lo justo, conserva el liderato por 7s y se ríe.
La Vuelta se la jugarán entre ellos, entre aquellos que superaron la selección de la sierra de Alfaguara, y entre ellos hay cuatro españoles. Está Valverde, cuyos designios son inescrutables, como corresponde a su estatus de ciclista libre con derecho a disfrutar; están también Ion Izagirre y David de la Cruz, dos de la generación intermedia. El vasco, que debuta en la Vuelta y lidera el Bahrein tras la rendición de Nibali, es capaz de jornadas de gran brillo, como su día en la Joux Plane en el Tour del 16, y de triunfos en carreras de una semana, como la Vuelta a Polonia, pero nunca ha luchado por la general de una de tres semanas, pisa en terreno desconocido; De la Cruz, que lleva el dorsal número uno del Sky, el equipo del líder polaco, es, sobre todo, la regularidad.
El más joven es Mas, un mallorquín brillante que empezó en el equipo aficionado de Contador y después fue fichado por el Quick Step, el equipo que quiere a los mejores talentos de cada generación y que aspira a tener, por fin, a un corredor con el que luchar por las generales de las grandes. "Aunque me di un golpe en la rodilla hace unos días, estoy bien, pero estoy aquí para aprender y descubrir, soy muy joven", dice Mas, y habla con el mismo aplomo con el que pedalea, con un discurso bien engrasado. "Y sí, estoy donde sabía que iba a estar".
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