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Con el Euskadi Murias, el ciclismo vasco vuelve a viajar en preferente

Viviani gana al sprint la tercera etapa de la Vuelta, en la que debuta el equipo de Odriozola cinco años después de la desaparición del Euskaltel

Carlos Arribas
Héctor Sáez, del Euskadi Murias, en la fuga de la tercera etapa.
Héctor Sáez, del Euskadi Murias, en la fuga de la tercera etapa.Luis Ángel Gómez (Photo Gómez Sport)

El pelotón lanzado bajo el sol achicharrante entre vegetación escasa es una entidad dialéctica de jóvenes que dan patadas a los pedales y sudan que se cruza unos segundos apenas con la mirada de los espectadores que jalean en las cunetas de las sierras de Málaga sin enterarse apenas de nada y con prisa para volver a casa y verlos por la tele y ver cómo gana al sprint el italiano favorito, Elia Viviani y su maillot tricolor de campeón, quien, sin embargo, ansioso, solo mira a su interior, y duda.

Es el líder del Quick Step, el mejor equipo de la especialidad. Está obligado a ganar. Y sale victorioso, su larga nariz afilada contra el viento, y su cara, cuando se despoja del traje de guerrero, traiciona su oficio, y el sol que quema, con las grandes manchas blancas en su rostro, rodeando los ojos, la frente, el rastro de las gafas y el casco, su huella. Sagan se acerca, pero aún no llega.

Y dudan quienes convierten su compañía en pelotón, pues ninguno tiene seguro si llegará a la meta, si no se caerá patinando sobre el asfalto tan liso y resbaladizo, como el pobre Campenaerts, si no se romperá. Son los aventureros puros. Su existencia, su discurrir, sus preocupaciones, dolores y problema, la lucha de clases que pelean, es ajena a las carreteras por las que vuelan.

Son un mundo cerrado al que llega Jon Odriozola y grita: “Por fin. Ya estamos aquí. Hemos vuelto”. Algunos habrían matado para conseguirlo, para poder decir y demostrar: “Existimos”.

Los aficionados ven pasar un mundo y ni se enteran ni oyen los gritos de sus pobladores y solo a veces los claxonazos de los coches. Y antes de a ellos, ven a los fugados, entre los que siempre hay corredores de los equipos que debutan en la Vuelta, los invitados Burgos BH y Euskadi Basque Country, como se lee en la relación oficial de equipos. Van en la fuga con su maillot verde sin apenas publicidad, el sitio obligatorio para ellos, que como el viajero humilde va en preferente sabiendo que aún no es preferente.

Odriozola es la fuerza motriz del Euskadi Murias y conduce un coche en el que el capó es una ikurriña, el símbolo que le guía. Hace cinco años el Euskaltel Euskadi, el equipo naranja del que salieron grandes figuras como Iban Mayo, Haimar Zubeldia, Samuel Sánchez o Mikel Landa, disputó su última Vuelta, y el grupo creado a pura fuerza de deseo por Odriozola es su heredero espiritual, que no material. Encarna ese intangible que se llama ciclismo vasco, casi una religión para sus fieles, conscientes también de sus contradicciones.

“En el País Vasco hay muchos y buenos ciclistas y mucha afición, pero a las empresas les cuesta entrar a patrocinar el ciclismo”, dice Javier Lasagabaster, uno de los responsables del equipo, quien, a la vez que explica la modestia del proyecto, un equipo que juega en las grandes ligas con un presupuesto que se acerca a la décima parte del que maneja el Sky, intenta despertar la conciencia de posibles financiadores. “Nuestro proyecto se basa en la fuerza colectiva y es a largo plazo. Queremos crecer con la cantera”.

El Euskaltel creció hasta morir de éxito porque fue un proyecto político, una suerte de embajador del Gobierno vasco, una imagen brillante y triunfadora de Euskadi. El Euskadi actual, que se apellida Murias, el nombre de una empresa de construcción que le apoya desde que era, más que nada, una idea en la imaginación de Odriozola, quien a pura fuerza de voluntad la hizo crecer, llevándole del escalón continental, poco más que un equipo amateur, al continental profesional, el paso previo al WorldTour.

El momento de volver a la Vuelta ya lo anunciaba hace tres o cuatro años Odriozola cuando se hablaba con él en las carreras, sobre todo francesas, en las que fue haciendo crecer a sus ciclistas y a su equipo. Pocos le creían entonces. “Pero aquí estamos. Y no nos ha ido nada mal en nuestro primer año en esta categoría”, dice Odriozola, uno que cuando era ciclista amateur fue capaz de irse a buscar equipo en Italia para saltar a profesional, otra prueba más de la fuerza de su deseo. “Hemos conseguido seis victorias y nos hemos codeado con los mejores en Aragón o la Vuelta a Noruega y el Tour de Yorkshire, con Edu Prades, por ejemplo. Ahora no pararemos de crecer y, por supuesto, acabaremos corriendo el Tour”.

Hasta que no llegue ese momento, que llegará pese a que tantos duden, el Euskadi Basque Country seguirá mostrando su idea por el mundo, como lo hizo en Colombia en febrero, como lo hará en China en septiembre. Y acabará siendo preferente.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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