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Alineación indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Entender España, entender a Piqué

En Inglaterra, Gerard sería recibido con honores en cualquier campo del país pero en España se ve obligado a convivir con el silbido, el insulto y los complejos de sus detractores

Rafa Cabeleira
Piqué saluda a la afición del Camp Nou, el miércoles en el Gamper.
Piqué saluda a la afición del Camp Nou, el miércoles en el Gamper.JOSEP LAGO (AFP)

Gerard Piqué se hace mayor de repente, como esos actores que abandonan la comedia de instituto para dar vida a un estibador en paro y padre de seis hijos: sin darnos la oportunidad de reparar en su verdadera edad. “A partir de ahora, cada año que venga será un año más para disfrutar”, advierte a quienes seguimos reconociendo en su rostro al rey de los tirachinas, incapaces de identificarlo todavía en las escamas del veterano cuando viene de cumplir una década al servicio de la causa. Nadie le regaló nada y, sin embargo, no son muchos los dispuestos a perdonarle que lo haya ganado todo.

No se entiende la revolución del fútbol español sin la aparición de Piqué y sus modales de central emprendedor, cómodo con el balón en los pies y acostumbrado a vivir lejos del área. Con once primaveras empezó a perseguir sueños y a los dieciséis saltó de la cama rumbo a Manchester, una especie de servicio militar en el que aprendió los rasgos naturales del oficio a las órdenes de Ferguson, además de un tercer idioma. “Hay que tener un nivel de inglés para relacionarse con los ingleses y otro mucho más avanzado para relacionarte con Sir Alex”, recordaba en una entrevista para la revista Jot Down cinco años atrás, a preguntas de la periodista Gemma Herrero. Acababa de aterrizar en Barcelona Gerardo Martino, Tito Vilanova se apagaba, Pep Guardiola suplicaba que lo dejasen en paz y Sandro Rosell dimitía acorralado por sus propios fuegos. Todo lo vivió de cerca un deportista que se reconoce hoy en la suma de buenas, malas y peores experiencias.

En Inglaterra, Gerard Piqué sería recibido con honores en cualquier campo del país pero en España se ve obligado a convivir con el silbido, el insulto y los complejos de sus detractores. Es la realidad de un país donde un simple disfraz de patriota se convierte en argumento convincente para aleccionar al auténtico baluarte, quizás porque los hechos no importan tanto como se dice y los méritos se perciben como la salvedad a cuanto se desliza sobre el lodo. Con Piqué, futbolista omnipresente en todos los éxitos de la selección española, se hace palpable esta costumbre tan nuestra de aplaudir poses puntuales y negar la historia misma, esa que tratará mejor al futbolista -y a la persona- que una actualidad empeñada en retorcer el dedo que la señala. Estos días, sin ir más lejos, todo son alabanzas para David Silva (bien merecidas) pero no para Gerard Piqué.

Su vida, en fin, podría resumirse en una serie de caídas y su particular modo de levantarse, comenzando por el día en que su abuelo, Amador Bernabéu, invitó a Louis Van Gaal a comer a casa. El nietísimo, emocionado, trató de llamar la atención del holandés que lo despachó con un empujón y lo tiró al suelo. Se levantó el niño Piqué, cabe suponer, con una sonrisa en la cara y desde entonces ha basado en esa mueca sencilla la complejidad de su desafío: hacer felices a los demás sin renunciar a la felicidad propia, una actitud considerada sospechosa por quienes viven entumecidos al amparo de un mondadientes. Por sus últimas palabras se intuye que todavía queda futbolista para rato y, por lo tanto, también grandes dosis de cantinela: no le quedará más remedio, pues, que salir alguna noche a bailar.

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