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Landa lidera una rebelión imposible de escaladores

Los dominadores del Tour acaban en el Aubisque con la revuelta: Roglic gana la etapa y casi el podio, del que desaparece Froome, y Thomas se asegura el maillot amarillo

Carlos Arribas
Landa, en el Col d'Aubisque.
Landa, en el Col d'Aubisque. JEFF PACHOUD (AFP)

El Tour se lanza desde la puerta de la Gruta de Lourdes, por la avenida de Monseñor Théas, el obispo de Lourdes-Tarbes que dio la bendición a Gino Bartali para ganar en los Pirineos el Tour del 48, y luego aprovechó que tenía en la Gruta a todo el pelotón para darles un sermón. Les dijo que tanto en la vida como en la competición hay que buscar elevarse siempre a lo más alto, a lo más alto, lo que empujó a Raoul Rémy, un rodador pesado, a decirle al oído a un compañero: "¿Ves? Siempre lo mismo, hasta los obispos cuando hablan solo piensan en los escaladores..." Se lo contaba 11 años más tarde Rémy a Bahamontes, al que guiaba como director a su primer Tour, y el Águila de Toledo se reía y se iba volando en el Tourmalet, y silbando, pensando en tomarse un helado más tarde, como casi 60 años más tarde se va volando Mikel Landa, que no ha oído la historia pero se la sabe, seguro, porque la sangre de los ciclistas se ha alimentado inconscientemente de todas las leyendas, y la sangre manda sobre su corazón, y le ordena cumplir sus deseos, liberarse, marcharse solo en cuanto el gigante Tourmalet empieza a elevarse.

Para los escaladores la altura espiritual la dicta la altura de la montaña que trepan pedaleando, y esa es también la altura del ciclismo que apasiona, y Landa se eleva en el Tourmalet, hacia los 2.115 metros de su cima, como había anunciado, y organiza la rebelión imposible de los escaladores, ahora derrotados. Pero Landa no puede irse solo. Con el alavés que por primera vez en sus Tours se siente libre, responsable de su viaje, se van seres similares, maltratados por un Tour que solo satisface a las grandes carrocerías, no a los chavales escasos de kilos y plenos de ansia, y la compañía, Bardet, Majka y Zakarin, no es mala, sino necesaria. Quedan más de 100 kilómetros y después del Tourmalet hay un descenso y un valle corto, y luego el Aubisque en escalones, y un descenso final. Y, además, por delante le espera su compañero Amador, para llevarle a toda velocidad por el valle hasta el pie del Aubisque, donde el sol tan fuerte puede con las brumas de siempre, y despista a todos.

Landa se va con sus amigos y el Sky dominador aprovecha para echar una partida de póker detrás con los equipos de Roglic y Dumoulin, y para ganarla. Se asegura el Tour con Thomas, que partirá en la contrarreloj decisiva con más de dos minutos sobre Dumoulin, el rival al que más teme. Y un poco más lejos, unos segundos, está Primosz Roglic, el esloveno que vuela en la montaña más que cuesta arriba, donde se mueve por pura potencia bruta, sin apenas agilidad de pedalada, cuesta abajo, que es como, volando casi como en sus tiempos de saltador de esquí cuando miraba de frente a las nubes sin miedo ni legañas en la mirada, y le escupía en la cara al vértigo, conquista el Aubisque y gana la etapa.

Amador de apellido, que es costarricense, es Andrey de nombre, porque se siente medio soviético por parte de madre, y la solidaridad la lleva en los genes. Guía a Landa y lo ayuda y se vacía, y vacío lo deja al pie de Bordères, el primer escalón del Aubisque, el más duro, con más de tres minutos y medio. Landa continúa, queriendo creer y creyendo a veces, y otras veces descreyendo, dejándose ganar por el realismo, el enemigo mortal del escalador, un especimen que es como la gota de agua que cae repetidamente sobre una piedra y parece que solo la acaricia, pero persiste y termina agujereándola y reventándola, como él pretende, soñando, hacer con todo el Tour, con el tren Sky, indiferente a sus afanes [ha comenzado el día a 4m 34s de Thomas, que tiene margen para mantenerse frío: si alguien quiere alcanzarlo, dice el líder, que pedalee delante] y con los equipos rivales, que se inquietan cuando ven que Landa les adelanta a todos en la general virtual. Andrey Amador Bikkazakova, hijo de Raisa, levanta el pie, llena el bolsillo vacío con alimentos y bebidas que le dan en el coche, y se deja alcanzar por el pelotón del Sky, del que tira, furiosa fuerza, terrible, Robert Gesink, el compañero de Roglic, a quien Landa amenaza. Solidario hasta el final, Amador da bebidas a sus compañeros en el grupo --aún resisten Valverde y Nairo, que pedalea cojo--, y las que les sobran se las da a ciclistas de equipos rivales. Después suspira. Su trabajo termina y comienza el de los grandes. Y el sueño de Landa se desvanece.

En 10 kilómetros, Gesink exterminador ha rebajado la ventaja de Landa en dos minutos. El Sky está al completo aún, sus trabajadores reservados para la gran batalla que se espera y que se produce en el Aubisque, el gran puerto del Tour del 18, no el más duro, no el más largo, sí el último. Se multiplican los ataques de Dumoulin y Roglic. Froome se queda, pero, auxiliado por Bernal benéfico, vuelve, y vuelve a quedarse pero saca la lengua y cabecea y regresa. Nairo ya no está. Sin gregarios a su lado, Thomas es puro temple. Se pega a Dumoulin, que le lleva siempre donde quiere, como un caballito con riendas. Frena a Roglic lo justo y se deja llevar. Y entre ataque y ataque, alcanzan todos a Landa y a sus escaladores rebeldes. Les enseñan sus ruedas traseras y refuerzan su realismo desencantado. Y Bahamontes, el rey de los escaladores, le aplaudirá.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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