No me esperes
El relevo de Perico Delgado por Miguel Indurain en 1990 fue selección natural. El dilema de Thomas y Froome es más excitante porque trasciende el ciclismo
No parece ser el caso —nunca lo parece— pero uno de los espectáculos más bellos de este Tour se producirá si en algún momento Geraint Thomas es consciente de que está en condiciones de ganar la prueba. Thomas es el gregario de lujo del campeón Chris Froome; por momentos parece que Sky, el equipo de ambos, ha colocado a Thomas el maillot amarillo para librar a Froome de la carga. De alguna forma Thomas, hasta ahora sobrado de fuerzas, custodia el jersey para entregárselo a su líder cuando lo pida. Como Pedro Sánchez se lo tenía que haber entregado a Susana Díaz, y lo que ha pasado desde entonces.
El problema del amarillo, como el poder, es que una vez que se tiene cuesta desprenderse de él. Por si acaso, Thomas ya ha dicho que Froome es el líder y se debe a él. Salvando las distancias y los cadáveres, hay una situación en Muerte Contrarreloj, la novela de Jorge Zepeda, en la que ganar el Tour exige la peor traición de todas, aquella que se refiere a quien confía totalmente en ti. El de Thomas es un terreno moralmente impracticable, embarrado de principio a fin. Ni siquiera tiene la edad como excusa para aplazar la lucha por el Tour; tiene 32 años, no espera ya coger ningún relevo generacional
Uno de los momentos más impresionantes del ciclismo español se produjo en 1990 en Luz Ardiden, cuando de repente todo el país, coche de Banesto incluido, comprendió que no se podía esperar más por dos hombres: Miguel Indurain, que el año pasado había perdido doce minutos para acompañar a su jefe de filas, Perico Delgado, y el propio Delgado, una leyenda acosada por problemas físicos. Tuvo algo de simbólico, porque la primera vez que una etapa del Tour acabó en Luz Ardiden, 1985, la ganó Delgado. Cinco años después, no podía seguir la rueda del que sería campeón ese año, Lemond. Indurain estaba pendiente de su jefe. Pero su jefe se puso a su altura y le dijo: “No me esperes, Miguel”. Y entonces Perico descansó y se dejó ir, descolgándose del grupo y perdiéndose entre curvas. Moría un mito y se fundaba otro.
Aquello fue selección natural. El dilema de Thomas y Froome es más excitante. Trasciende el ciclismo. Thomas puede ser consciente de sus fuerzas y creer que está en disposición de ganar el Tour: a ningún ciclista se le niega ese derecho. Pero si lo intenta y pierde, y abandona sus funciones de gregario, también puede perderlo Froome. Así que Thomas puede ganar el Tour o perderlo dos veces. Hay ciclistas que se han jugado la vida por ganar algo así. Si los dos llegan fuertes a los últimos días, la gloria de Geraint Thomas dependerá de una bellísima y épica traición.
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