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Sagan marca la línea al pelotón del Tour en el descenso de las montañas

Tercer sprint victorioso del eslovaco en el Tour de Francia, que saca conclusiones con mal humor de la travesía alpina

Carlos Arribas
Sagan celebra su victoria en la 13ª etapa del Tour, en Valence.
Sagan celebra su victoria en la 13ª etapa del Tour, en Valence.JEFF PACHOUD (AFP)

El Tour atraviesa veloz hacia el sur, en busca de nuevas olas de calor en los valles que se asfixian, y la gente anima a los ciclistas desde las cunetas lanzándoles bengalas de humo amarillo al centro del pelotón y riendo a grandes carcajadas estúpidas las toses y las arcadas que provocan en los que se sudan la vida pedaleando.

Geraint Thomas, que saldrá de amarillo por tercer día el sábado, dijo que no vio nada. La media de la etapa fue la más alta de lo que va de Tour, más de 45 por hora. El clima general es de mal humor.

Los ciclistas viven sobreviviendo diariamente a las contradicciones de su deporte, que son todas, y avanzan todos juntos, los que aspiran a ganar uno de los pocos sprints ayudando al que saben que les va a derrotar, Peter Sagan, claro. Le protegen del viento, le guían por las calles estrechas de Valence, y cuando lanzan su sprint, desesperados, Démare, Kristoff, saben que, en realidad, están generando el máximo rebufo para que el que va el tercero salte de su rueda como impulsado por un muelle a falta de 200 metros, y les deje una rueda atrás con el aire en la boca seca, y la nada. Es su tercera victoria en el Tour del 18, la 11ª en todos sus Tours.

Cuando salen por la mañana del hotel en lo alto del Alpe d’Huez los corredores del Movistar no tienen la cara de alivio que debería suponérselos, como si en sus cabezas la noche hubiera apagado las expectativas gozosas que se hicieron en la meta la tarde anterior, derrotados pero no acabados. Quieren pensar en los Pirineos, el partido de vuelta del Tour que se celebrará cerca de casa, con una afición fiel y apasionada que empuja y no derriba, pero las montañas que les tienen que rehabilitar están lejanas aún, y el cuerpo les duele, y el ánimo. Nairo, de la Boyacá a casi 3.000 metros, el más fresco de los pisos térmicos colombianos, dice que sufre el calor, que en los Alpes le exprimió y le dejó sin energía a sus piernas. Landa, su cara, su mirada, es un anuncio andante de lo que es el dolor. A los santurrones decididos a pasteurizar el ciclismo o a morir no les basta con haber acabado con el espíritu y filosofía de armata brancaleone del que surgieron los mitos anfetamínicos y trágicamente anárquicos que enamoraban en los años 60 y 70, quieren también convertir el dolor, la imagen del padecimiento y el llanto amargo, en un elemento de marketing. No querías ser ciclista, pues sufre, les dicen a los corredores, y si te has roto, vuelve al pelotón y pedalea a pelo. Y si te duele la cabeza, canta.

La última estadística de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) dice que en 2017 se encontró tramadol –un analgésico fuerte que no está prohibido pero sí monitorizado—en 548 muestras de orina de ciclistas, en 80 de futbolistas y en 40 de atletas. Los de las federaciones que las estudian concluyen que hay mucho vicio y que es peligroso tomar analgésicos, que no es algo que deba hacer un deportista, y añaden que el tramadol, casi opiáceo, adormece a los ciclistas y que por eso hay caídas. Los médicos que los prescriben explican que si se toma es porque se necesita, porque a ver qué persona podría siquiera moverse de la cama después de darse los golpes que se dan los ciclistas, y lo que le piden a las piernas. Además, no hay ningún estudio científico que relacione la ingesta de tramadol con la pérdida de atención o el despiste. La AMA ha financiado uno a la Universidad de Granada, que aún no ha ofrecido conclusiones.

Ni atiborrado de opio hasta las orejas podría haber continuado el Tour Nibali, quien, caído en el Alpe d’Huez entre borrachos y humo rosa que se divierten molestando por molestar, se rompió una vértebra y aun asñi fue capaz de acabar la etapa, y no muy lejos. Se fue Nibali y se fue Porte, también roto. La pareja del Sky Thomas-Froome desconfía ahora de Dumoulin, el rival más grande que les queda, quien, por su parte, duda de cómo llegará a la tercera semana después de haber hecho el Giro. Entre sí, ay, la contradicción del ciclismo, que hace convivir diariamente a los rivales que se desean lo peor, Thomas desconfía de Froome, y a la inversa. Uno que ha ganado cuatro Tours nunca renunciará a ganar el quinto, debe pensar el galés; y el rubio de Kenia también tiene derecho a sospechar que con lo guapa que se ve la vida vestido de amarillo, el color que domina la voluntad como dicen que lo hace el anillo de Tolkien, su compañero no querrá dejarlo voluntariamente.

Y como hay mal humor en todo el mundo, la gente se frota las manos esperando su pelea, la del verdadero Tour. Y que reviente el Sky al que tanto abuchean.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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