Jugadoras internacionales por 10 euros al día
El Europeo de Barcelona pone de manifiesto las abismales diferencias y la precariedad del waterpolo femenino
Si las nadadoras de Serbia, Alemania o Turquía quisieran vivir del waterpolo sería como si quisieran vivir del aire. O del amor al deporte, su principal argumento para competir en el Europeo de Barcelona, marcado en esta fase inicial por la diferencia entre las grandes potencias y el resto. Los resultados de las primeras jornadas son escandalosos: Rusia ganó sus tres primeros partidos por una diferencia media de 25 goles, cinco más que España.
El nivel de profesionalización es una de las principales razones del desequilibrio competitivo de las Picornell. Las nadadoras de Serbia, que no han ganado ningún partido, cobran 10 euros al día. Cuando concluyan su participación en Barcelona su botín no llegará siquiera a los 100 euros. “Jugamos al waterpolo por diversión y por amor al deporte”, reconoce Nina Josifovic, una de las jóvenes del equipo. “En Serbia solo hay cuatro equipos, no es ni una liga; y así no se puede evolucionar. No es como en España”, asume. El equipo serbio de Josifovic entrena dos horas al día, la mitad, por ejemplo, que el Mataró, segundo clasificado de la Liga española. El sueldo medio en el club catalán es de unos 500 euros, un poco más para las extranjeras y las veteranas. ¿Y en Serbia? Josifovic baja los ojos y sonríe por no llorar: “Yo no pago nada, pero algunas de mis compañeras pagan una anualidad al club”. En cambio, en la Liga masculina de la vecina Montenegro, los sueldos alcanzan los 10.000 euros al mes.
La mayoría de jugadoras alemanas son universitarias, pero la capitana, Carmen Gelse, patrulla por Hannover en su coche de policía. Tiene 31 años y compagina su empleo con el waterpolo. “Y yo soy afortunada porque el cuerpo me permite trabajar 22 horas y dedicar 18 al deporte como parte de mi tarea”, explica. La portera de la selección, de 23 años, no tiene tantos privilegios: dedica 40 horas a la venta al por mayor y se las ingenia para compaginarlo con la competición. Ninguna cobra de su equipo, y alguna, como Belen Vossberg, paga 80 euros al año para obtener su ficha federativa. “Otro problema son las dificultades para ir a entrenar, con trayectos muy largos”, añade. La falta de equipos, como en Serbia, limita el desarrollo deportivo. “La gente deja de competir cuando encuentra un trabajo estable”, reconoce Gelse. La federación paga el coste del viaje y la manutención durante el campeonato. ¿Y para el equipo? “Nada”, añade la capitana, “pero ya está bien”.
Lágrimas de impotencia
“Es un poco frustrante perder así”, admite la alemana Vossberg. “Pero sabemos lo que hay”, añade Gelse, “son profesionales y se pueden dedicar en exclusiva al deporte. Lo único que podemos hacer es marcarnos pequeños objetivos, como que no nos marquen en inferioridad”. Una de las imágenes del campeonato fue el llanto de una jugadora turca durante varios minutos al borde de la piscina mientras intentaban consolarla tanto sus compañeras como las jugadoras españolas que ganaron ese partido por 32-2. La Picornell, una piscina y dos mundos.
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