Victoria en el repecho bretón de Peter Sagan, el ciclista de granito
Segundo triunfo en el Tour de Francia del campeón del mundo en el primer final en cuesta, en el que el prudente Valverde fue cuarto
En Bretaña el suelo debajo de sus bosques de Arturo y de los prados donde hozan los cerdos es de granito, y sus casas son de ladrillos de granito bretón y las lápidas de sus cementerios, y de granito bretón son también los adoquines sobre los que se pisa en los pueblos bretones, y marcan el comienzo de las cuestas que hacen toboganes de las carreteras de Finisterre. Y el ciclista que mejor pueda con ellas, más rápido que nadie, más fuerte, de granito tiene que ser, claro. Hablamos de Peter Sagan, por supuesto, un coloso al que si das un golpe en espalda la mano sale rebotada, y dolorida, tan duro es. Tanto aguanta. Tanto asusta.
La victoria en la cuesta final estrecha y curiosa de Quimper –estrechita y curvada, muy empinada, hasta el 13%, de entrada, tendida y ancha después– es la segunda que consigue el eslovaco en el Tour del 18, que comenzó hace cinco días. Hubo pelea entre sprinters y especialistas en repechos, con Philippe Gilbert aclarándole el camino a Sagan con un ataque lejano que le dejó tercero, justo delante de Valverde, que, como en otras ocasiones en el Tour en las que el sitio se gana frenando un segundo más tarde que el vecino y anticipándose en la entrada a cuchillo hacia los embudos, llegó mal colocado, muy retrasado al momento clave, y sin capacidad de nuevos cambios de ritmo para intentar ganar. Un poco más atrás entró el líder, Greg van Avermaet, que llega de amarillo al Mûr de Bretaña, el día de la revancha contra los sprinters, es un suponer.
Delante de ellos, y solo detrás de Sagan siempre, llegó el italiano Sonny Colbrelli, igual que en la segunda etapa, la determinada por la caída de Gaviria. Ambos, Sagan y Colbrelli, ya sabían cómo iba a acabar el día. Lo habían ensayado en un diálogo que relató luego Sagan:
–Sonny, espero que no estés pensando en sorprenderme, ¿eh?
–Anda, Peto, déjame ganarte una vez, solo una vez.
–No, no, Sonny. Persevera y vete día a día, y al final ganarás, ya verás.
No le dijo Sagan al italiano lo que después dijo a la prensa. Para casi todos los ciclistas, un día tiene que ser siempre la víspera del siguiente. “Pero yo prefiero pensar”, afirmó, “que cualquier día puede ser el último. Por eso digo que voy día a día”. Y revienta la esperanza de los humildes.
En las otras dos etapas en línea de este Tour, el tricampeón mundial quedó segundo detrás del mismo, de Fernando Gaviria, un misil tan puro, la fórmula limpia de la velocidad, que se atasca en cualquier cuesta. Son dos ciclistas que marcarán época, de esos que salen uno cada 20 o 30 años, y la coincidencia temporal hará que sus duelos sean inolvidables. La lucha por el maillot verde (con ventaja para Sagan por ahora) es su primera gran disputa.
Cuando se habla de Bretaña y de gente que pedalea, se habla de Bernard Hinault, que tenía corazón de animal, de tejón, justamente, y cabeza de granito, tan dura. Hace 40 años justamente que ganó el primero de sus cinco Tours Hinault, cada vez más tejón como observador de la actualidad, y comentarista, cada vez más cabeza de granito, y no solo dura, casi obtusa ya. En una etapa como la del miércoles, con tantas cuestas, tan abruptas y cortas, el chico de tejón-granito habría atacado a 80 kilómetros de la meta y habría intentado reventar a todos solo por el placer de conseguirlo, sin más, así era él, y así se cuentan sus hazañas en cierta forma metafísicas. Así ya no puede ser. Así ya no es nadie. Ahora los ciclistas son estrategas, boxeadores que se observan y se bailan, y se miran las piernas y se amagan, y se vuelven a sentar para dejarle paso a la lógica. Es un ciclismo también guay, por supuesto. Otro nivel. También parecen imposibles las hazañas de antaño.
Para Valverde, el prudente (y siempre un grillo en su oreja, repitiéndole, no arriesgues, no arriesgues por ganar una etapa, tu objetivo es otro, como un cuervo), para Landa, Nairo, Froome, Nibali, Urán, Dumoulin y tantos que forman aún la lista interminable de aspirantes esperanzados, el objetivo, claro, no es ni una etapa ni un maillot verde, sino el maillot amarillo, y por primera vez se les vio a todos enseñando sus piernas en los kilómetros finales de la etapa, y gozando del estrés del esfuerzo puro, sin sufrir el del miedo a la caída que paraliza. El jueves, repetirán sus movimientos. Llega el Mûr de Bretaña, un final más largo y empinado. Los repechistas, con Valverde a la cabeza, ya no le temerán ni esto. Cada día es el anticipo del siguiente, o así.
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