Bélgica o la eclosión futbolística del mestizaje
Los 'diablos rojos' son un reflejo de la diversa sociedad belga
"¿Pero de dónde es este chico?". La pregunta que ha sobrevolado la infancia y adolescencia de Romelu Lukaku tenía que ver con sus orígenes. El hoy delantero de la selección belga, de padres congoleños, pasaba por los campos de fútbol con un arrollador balance de goles y un torrente de sospechas por su elevada estatura —ahora mide 1,91 metros—. "¿En qué año naciste?", le inquirían padres recelosos y entrenadores rivales. Inmediatamente después, la duda, ante la oscuridad de su piel, era su procedencia. "Enséñanos tu documentación". Mientras su tarjeta de identidad pasaba de mano en mano, los ojos adultos la inspeccionaban incrédulos. Sí, es así de joven. Sí, ha nacido en Amberes. Es tan belga como nosotros. Entretanto Lukaku, solo junto al césped, sin un familiar que pudiera acompañarle pero con el hambre del que ve en el fútbol, más que un juego, la forma de sacar a los suyos de la pobreza, los miraba y planeaba su venganza en el campo. "Recuerdo que la sangre me bullía. Voy a matar a tu hijo. Ya iba a matarlo, pero ahora voy a destruirlo. Volverá a casa llorando", escribe —siempre en términos futbolísticos— en un sobrecogedor relato de sus comienzos en The Players Tribune.
La transición de la selección belga de equipo de clase media a potencia futbolística no se entiende sin el mosaico identitario que convive en el vestuario, del que Lukaku es uno de sus símbolos. Todos son belgas, pero al mirar sus orígenes la mezcla salta a la vista: hay ocho flamencos y cuatro francófonos, pero también, ocho con ascendencia africana, dos europea, y uno caribeña. Al mando de todos ellos, un español, Roberto Martínez, y un francés, Thierry Henry. Su procedencia cuenta buena parte de la historia del país. De la colonización belga del Congo a la llegada de inmigrantes marroquíes para trabajar en la construcción o de europeos del sur empleados en las minas y fábricas siderúrgicas.
La identidad puede ser una cuestión delicada en Bélgica. Ningún partido ha rebasado los límites de la ultraderechista francesa Marine Le Pen, que llegó a ironizar con la procedencia africana de muchos de los jugadores del combinado galo: "Bravo a Costa de Marfil por su victoria", afirmó para referirse a un triunfo de Francia. Pero el Gobierno belga, del que forman parte los nacionalistas flamencos de la N-VA, se ha alineado con los partidarios de una línea dura contra la inmigración. Y las voces críticas que han utilizado el fútbol para advertir de esa deriva han elevado el tono estos días. "Menos mal para el futbol belga que en tiempos pasados teníamos una política de acogida", estima la diputada Julie Fernández, de origen español.
Las celebraciones por los triunfos de Bélgica han sacado a la calle en Bruselas a seguidores que festejaban portando banderas marroquíes, una de las comunidades más importantes de la capital. Hacer de los diablos rojos la selección de todos es una asignatura pendiente: en muchos barrios de mayoría magrebí, los jóvenes, pese a haber nacido en Bélgica, apoyan al país de sus padres, que también sienten como suyo. Esa dicotomía entre las raíces y el presente, a veces reflejo de una visión de la existencia, la han vivido de primera mano dos miembros de la selección. Marouane Fellaini y Nacer Chadli, goleadores contra Japón en octavos de final, tienen doble nacionalidad belgo-marroquí, y pospusieron su elección sobre con cuál de ellas jugar hasta el último momento. Chadli incluso debutó en un amistoso con Marruecos y fue señalado públicamente como traidor por alguno de sus excompañeros. "Nunca volveré a darle la mano", dijo el entonces capitán del combinado marroquí, Houssine Karja.
Hay quien espera que el éxito mundialista abra una ventana de oportunidad para sumar a muchos jóvenes de la llamada segunda generación a la idea de Bélgica, ya de por sí debilitada por el conflicto territorial entre valones y flamencos. Roberto Martínez entendió que llegaba a un país diferente durante su primera rueda de prensa. Un periodista le preguntó sobre sus conocimientos de neerlandés, y Martínez se comprometió a integrarse en la cultura belga. Aunque se comunica con sus jugadores en inglés —12 de los 23 juegan en Reino Unido y ha pasado la mitad de su vida en dicho país—, el técnico español recibió durante meses dos horas semanales de clases de francés y dos de neerlandés.
La conjunción astral de esas dos almas mayoritarias en el país, junto a la aportación de la herencia migratoria africana y europea con nombres como Vincent Kompany, de padre congoleño y madre belga, o Yannick Carrasco, de padre portugués y madre española, han dado con la combinación idónea. Si es solo fútbol o puede cambiar algo más profundo, está por dilucidar. Las palabras de Lukaku dejan entrever que el país no ha terminado todavía de apropiarse de algunos de sus símbolos y sentirlos como suyos. "Cuando las cosas iban bien, los medios me llamaban el goleador belga; cuando no iban bien, me llamaban el descendiente de congoleños".
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