Cirujano Hierro
A la vista del desplome de una Roja irreconocible pese a estar en octavos, al seleccionador no le queda más remedio que intervenir en la pizarra y en la alineación antes de que sea tarde
Tan a dieta se ha puesto España con el balón que ha llegado a octavos en los huesos. Avanza por el Mundial, sí. Pero tan desvalida que la pelota ya no intima ni con Iniesta, como en la jugada del gol inicial de Marruecos. El mal tufo de la primera fase suscita una cirugía sobre la marcha, tan repentina como súbito ha sido el devenir español desde el intempestivo enlace entre el Real Madrid y Julen Lopetegui.
A cinco días del cruce con Rusia en su salsa de Moscú, la Roja tiene que replantearse los reclutas, aunque ello suponga abdicar, solo de forma transitoria, del pensamiento propio que hizo de este equipo una celebridad. Un conjunto que se ha presentado en la pasarela de Rusia con su mejor frac. Con los mejores intérpretes a tiro, aunque ello supusiera presentar ante Portugal y Marruecos alineaciones titulares con una media de edad de 29,79 años y 29,71, respectivamente. Pese a la brillante fase de clasificación, el ayer no ha despejado un hoy inquietante. A veces, por distintas circunstancias, hay que dar un paso lateral para recobrar la confianza y volver a ser uno mismo.
Visto que por su ruta no da con el camino más adecuado, España debiera corregirse a tiempo. Sin ir más lejos lo ha hecho Alemania, el campeón. Para forzar su supervivencia, y antes de que fuera tarde tras la derrota con México, Joachim Löw no dudó en aparcar a jerarcas como Özil y Khedira. No es cuestión de que tal o cual jugador se sienta señalado con cruces. El cortoplacismo de un Mundial obliga a decisiones instantáneas que no tienen que ver con la trayectoria de un futbolista determinado, sino con su momento de forma, físico y mental. Lo mismo da que se llamen De Gea, Carvajal, Thiago, Silva o Diego Costa. Todos estupendos futbolistas que seguirán siendo magníficos jugadores. Pero ahora no hay otro mañana que el hoy en Rusia.
El mal diagnóstico de España no remite a uno o varios futbolistas concretos, sino a un fallo multiorgánico —ni los implicados atinan con las causas— que ha afectado más a unos que a otros. El equipo ha perdido el subsidio de la pelota. Se ve extraviado y corneado como nunca. Es hora de saber si Fernando Hierro y sus centuriones son capaces de forzar un tratamiento de choque que corte a tiempo la hemorragia. No se trata de poner en jaque el formato que encumbró a esta selección, pero sí de dejarlo entre paréntesis a la vista del desencuentro, quizá momentáneo, entre el balón y quienes eran sus cofrades más distinguidos. Tiempo habrá de revisar qué ha fallado para que la pelota ya no silbe igual y haya dejado de ser la mejor coartada ofensiva y defensiva para no ir en tanga. Sea contra CR, Irán o Marruecos.
Antes de que intervengan los oportunistas de la razón a la carta, no conviene olvidar que el flirteo de la Roja con el balón nunca fue una cursilería, como sostenían con saña esos cainitas corifeos del fútbol machote. Aquellos que desde sus atalayas con alcanfor eran tan interesadamente amnésicos con los días de furia y barbecho. De nada le sirvió a la selección ser un conjunto cachas, siempre se topaba con alguno más forzudo. Todo lo contrario desde que decidió que con la pelota en su caja fuerte hasta los hercúleos alemanes se vencían como nunca.
Si España escaló entre la élite fue por una exclusiva contrarreforma que la hizo tan singular como universal a partir de la mejor añada de futbolistas de su centenaria historia. En Rusia, desde que tuvo que cambiar de muda a la carrera, Hierro ha querido que la letra perdurara, pero la música no ha sonado igual por mucho que se perpetúen reputados intérpretes. Ya desafinó en los amistosos previos ante Suiza y Túnez, aún con Lopetegui. El aire telonero de aquellos envites restó gravedad a los síntomas.
Llegados los partidos oficiales han aflorado las costuras. Paradójicamente, antes de que la Roja se quedara sin sus sedosos pies ya se había quedado sin manos, las de De Gea. Contra Portugal, se sobrepuso a su modo, adiestrando la pelota para colonizar el juego durante el tramo final del primer tiempo y el inicio del segundo. Fue el último rastro de la España más natural de la década. Solo fue un espejismo ante lo que estaba por llegar.
Fisuras y más fisuras
Las citas con Irán y Marruecos dispararon todas las alarmas. De un conjunto sinfónico a once soledades. De la clásica España hipotensa con el balón a una España intemperante. Con De Gea momificado bajo el larguero, y Ramos y Piqué ejerciendo como nunca de antidisturbios en su área. Para cuidar el tendal del portero y el suyo. Nada de tocar la corneta en dirección contraria, siempre más engorroso para los zagueros cuando no notan las espaldas seguras y el escudo de la posesión de la pelota ya no les protege por delante.
Por el camino, Busquets, en una selva que no es su hábitat, ya no fue la baliza acostumbrada. El hombre proclamó en público su filia con Koke en la misma conferencia de prensa en la que Hierro exponía a su lado: “No somos un equipo de músculo”. Así que ante Marruecos Busi hubo de bailar con un irrelevante Thiago, guardián en los últimos dos años de las genuinas esencias. Pero nada se ha olido de aquella fragancia, sin Silva a la vista y solo algunas teclas de Iniesta. Las últimas gotas de aquel elixir han llegado por Isco, pero de forma muy dispersa. En su afán, el malagueño ha querido ser Isco, Iniesta, Silva, Thiago, Busquets y hasta Ramos. Contra Marruecos fue llamativa su vocación por canalizar el juego en ocasiones desde la coronilla de los centrales.
Todo muy confuso, resuelto en gran parte por la puntería de Diego Costa, contra Portugal e Irán más dispuesto para el gol que para enraizar con el estilo, que ha terminado por ser tan fatigoso como el propio delantero hispano-brasileño. Y lo que quedaba de andamiaje se fue el garete cuando con Marruecos el equipo ya no tuvo ni pizca de gracia, ni pizca de Costa. No hubo manera de rebajar el debate sobre De Gea y, cuando parecía cerrada una tregua sobre el ariete emergió Aspas como flotador.
Demasiados embrollos a resolver mientras el equipo ensaya esta semana en la sopera de Krasnodar (cerca de los 40 grados). Todo tan inextricable que a Hierro le ha llegado el turno de ser Hierro a secas, sin ataduras con su amigo Lopetegui. Es hora de que presente su enmienda. Si no a la totalidad, al menos parcial. Si el balón ya no susurra habrá que pedirlo a gritos.
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