Pura pasión por el baloncesto
Petrovic trabajó siempre para ser el mejor y pensó en el baloncesto todas las horas de su vida
La pasión por el baloncesto se propagó para siempre en Yugoslavia a comienzos de los años 70. El oro mundial del equipo de Ranko Zeravica y Kresimir Cosic ante Brasil y el de la selección de Mirko Novosel, Kicanovic y el propio Cosic, tres años más tarde en el Europeo de España, enseñaron al mundo nuestro potencial pero, sobre todo, se impregnaron en la cabeza y el corazón de varias generaciones. En Cacak y en todas las ciudades del país, los chavales salimos a la calle a celebrar la gloria de nuestros héroes. Se desató la ilusión. Allí nacieron muchos genios.
Habíamos descubierto una mina. Era el momento de dedicarse a ello. Aquellos jóvenes que entonces nos entusiasmamos con el baloncesto, y los niños que se quedaron en casa escuchando a través de las ventanas la alegría de los festejos, tuvimos la suerte de formar parte de esa historia años después en el periodo de mediados de los 80 hasta el estallido de la guerra.
La primera vez que coincidí con Petrovic fue en los Juegos de Seúl, él con 23 años y yo con 28. No hubo que perder tiempo en dar demasiados consejos porque estábamos ante una generación excelente, por talento y personalidad. Allí estaban Kukoc, Radja, Divac, Paspalj, Cutura, Vrankovic y, por supuesto, Drazen. Todos intentamos ayudarle, como hacía él con nosotros. A pesar de ser de los más jóvenes, sabíamos que era el más especial por su carácter. Los que compartimos equipo con él lo vivimos, los que le tuvieron enfrente lo sufrieron, y ninguno lo olvidaremos.
Era un jugador que era ejemplo para todos, para sus compañeros de generación y para los más veteranos. Trabajó siempre para mejorar y pensó en el baloncesto todas las horas de su vida. Era pasión pura por su deporte. Fue ejemplar en todos los sentidos, por sus ganas de entrenar y de jugar, por esa pasión que distingue a los que son diferentes. Quería cambiar el baloncesto y, de algún modo, lo consiguió, desafiando todos los retos. Por eso seguimos hablando de él. Con su ambición de aprender y mejorar se habría convertido, sin duda, en uno de los mejores de la NBA. El destino lo impidió.
Recuerdo perfectamente el sonido del teléfono a una hora extraña. Me llamaba un amigo periodista de Belgrado para darme la peor noticia. No pude decir nada. Sentí dolor, rabia, todo. Había muerto un amigo. No hay palabras cuando la vida de alguien tan joven acaba así. Acabó su carrera. Perdura todo lo demás; su deseo, su gen luchador y ganador, su pasión. Siempre le tengo como un ejemplo eterno para mis jugadores.
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