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Alienación indebida
Columna
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Yerry Mina, un romance de verano

El fichaje del colombiano parecía no ser de nadie así que lo convertimos en el capricho de todos, hasta el descalabro contra el Levante

Rafa Cabeleira
Yerry Mina celebra un gol de Dembélé.
Yerry Mina celebra un gol de Dembélé.Manu Fernandez (AP)

Sucede lo mismo con todos esos fichajes a los que nadie encuentra explicación lógica o aparente: siempre, en algún momento, terminan por gustarnos, ya sea por causa de una pequeña enajenación mental transitoria, la más absoluta lealtad a los designios de nuestro club e incluso un cierto sentimiento de culpa, una especie de empatía rebelde con el afectado frente al qué dirán. En estas lides, por encima de cualquier otra hinchada del planeta, destacan los aficionados del Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona, siempre dispuestos a comulgar con ruedas de molino, delanteros sin gol, defensas indefensos y otros aperos de labranza. Ambos clubes me recuerdan a aquellas enormes mansiones coloniales que aparecían en Lo que el viento se llevó y en las que siempre intuíamos algún espacio vacío, algún hueco que rellenar, por más que los bailes de gala acogiesen a centenares de invitados.

El último en sentir este calor pasajero, esta confiaza con fecha de caducidad, ha sido el azulgrna Yerry Mina. Nos lo presentaron —y así lo creímos— como un defensa recién llegado del futuro, un replicante de físico indestructible y tantas funciones disponibles que en lugar de un dorsal daban ganas de adosarle a la espalda el libro de instrucciones. No veíamos en su contratación más que virtudes y encima, el mismo día de su presentación en sociedad, el chico demostró que también sabía bailar: todo eran ventajas. Cierto que hasta el más despistado comenzó a sospechar que su fichaje obedecía a razones alejadas de las necesidades deportivas reales pues, al menos a simple vista, no tenía nada en común con esa estirpe tan particular de centrales con los que suele coquetear el Barça.

Para colmo no tenía padrino que avalase sus dotes. Nadie dijo “este fichaje es mío”: ni entre el cuerpo técnico, ni entre las distintas secretarías del club y mucho menos desde el cuerpo diplomático. El fichaje de Mina parecía no ser de nadie así que lo convertimos en el capricho de todos, una campaña solidaria al estilo de las que fomenta Change.org en la que el culé daba su bendición al muchacho de la sonrisa tranquila y los músculos de ébano. No resultaba una incorporación excitante pero lo aceptamos como uno de los nuestros, al menos hasta que se produjera su esperado debut sobre el campo.

Tras su actuación en Balaídos comenzamos a sospechar que el entusiasmo inicial, aunque fuera escaso, era también infundado. Cierto que Iago Aspas ataca las defensas como si quisiera liberar Galicia de algún yugo imperialista pero el desplome recurrente de Mina, jugada tras jugada, empezó a enfriar los ánimos de los más optimistas y nos obligó a replantearnos ciertas lealtades. El descalabro definitivo llegó el domingo pasado, en el campo del renacido Levante. Los más viejos del lugar, aquellos que en su día vieron vestir al mismísimo Johan Cruyff con sus colores, se frotaban los ojos mientras auscultaban la alineación presentada por el Barça y aventuraban un hipotético trasvase de figuras hacia su equipo. Parece lógico aventurar que Yerry Mina no estaría entre sus preferencias.

Son precisamente estos clubes, los que pelean por sobrevivir en la Primera División, los auténticos especialistas en sacar rendimiento a las inversiones. El Barça, sin embargo, puede permitirse el lujo de disparar a todo lo que se mueva con el agravante, en el caso del colombiano, de que tampoco se mueve demasiado. Le duró pues, nuestro amor, lo que un dulce beso en la oscuridad de un portal. Ahora nos gustaría saber a quién debemos el placer de tan efímero romance de verano y tal vez algún día nos expliquen el porqué.

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