La máscara que transformó a Boateng, el delantero que tumbó al Barça con un triplete
Con problemas de adaptación al llegar al Levante, el delantero ghanés despegó después de sufrir una rotura de pómulo en marzo y empezar a jugar con una protección
La máscara ha tenido en Emmanuel Okyere Boateng algo similar a un efecto placebo. Sin ella era un delantero anónimo, con ella es otro diferente. Como un héroe de cómic. El domingo se marcó un triplete en el festín de goles granota que acabó con la condición de invicto del Barcelona. El gato Boateng se zampó a Tom (Vermaelen) y Jerry (Mina), los centrales del Barça.
Su suerte cambió cuando se partió la cara. Literal. El delantero se fracturó el pómulo en el empate a uno con el Girona del 31 de marzo. Fue operado al día siguiente y le anticiparon cuatro semanas de baja. El 16 de abril, inicio de la tercera semana de la recuperación, Boateng saltó a entrenar con una máscara de protección y dijo que estaba disponible para jugar. Algo detectó Paco López en la implicación del jugador que lo puso a jugar tres días después con el Málaga. El ghanés marcó un gol de oro en el descuento y el Málaga cayó a Segunda. Desde aquel momento siempre juega enmascarado por superstición.
Emmanuel Boateng, que la semana que viene cumplirá 22 años, nació en Bubiashie, un suburbio de Accra en Ghana. Allí tropezó con el fútbol, que le cambió la vida. Empezó a jugar en el Charity Stars Football Club, club que se formó en 1992 a través de la iniciativa del padre Abraham Owunsu Amoah que lideraba la organización de caridad The Gentiles Revival Ministry. Como parte del programa de desarrollo de esta organización se creó en Bubiashie un equipo de fútbol base con el propósito de alejar a los niños de las calles. Allí captaron a Boateng. En verano de 2014, con 18 años, pasó una prueba con el Río Ave y se marchó a jugar a Portugal. Un año después firmaba con el Moreirense FC donde jugó dos temporadas antes de llegar al Levante. Se destapó en su segundo curso, donde marcó 10 goles y dio 9 asistencias. Tocó techo en las semifinales de la Copa de la liga cuando derrotó al Benfica con dos goles y después colaboró para que el Moreirense, a punto de cumplir 80 años de historia, se proclamara campeón en la final ante el SC Braga tras ganar por 1-0.
El Levante pagó en verano por el punta ghanés cerca de tres millones de euros, convirtiéndose en el segundo fichaje más caro del club por detrás de Mauricio Cuero. Elástico, con gran capacidad de salto y veloz para atacar el espacio, su explosión fue tardía. Su llegada fue complicada. Boateng tuvo problemas con el idioma y con la disciplina táctica que caracterizaba a Juan Ramón López Muñiz. El técnico asturiano llegó a desesperarse. “No entiende nada”, decía enfadado en la ciudad deportiva de Buñol. No le faltaba razón. Con la lengua tenía dificultades pero en el campo era muy anárquico. Tácticamente era un desastre. Entró por primera vez en el once titular en octubre, en la primera eliminatoria de Copa ante el Girona, y marcó. Con Muñiz, que jugaba con un solo punta, no tuvo suerte. Pero llegó Paco López y lo eligió junto a Roger para formar su pareja de ataque. Lleva siete goles, seis en Liga y uno en Copa. Y cuatro de ellos no se los ha hecho a cualquiera. Le hizo uno al Real Madrid, en el empate a dos del Ciutat de Valencia en febrero, y los tres al Barça del domingo.
De carácter alegre y extrovertido, Boateng suele celebrar bailando. En el campo con Roger y en el vestuario, en la fiesta que se monta cervecita en mano para celebrar las ocho últimas victorias, con Coke o con el capitán Pedro López. Está totalmente adaptado al grupo, que lo llama Boa o Manolito, aunque a su llegada apenas se relacionada con nadie. Su aislamiento era tal que los capitanes fueron a hablar con él para que aceptara acudir a las comidas y cenas de grupo. Boateng no iba. Su excusa era la misma. “Tengo cita en el dentista”, decía siempre. Después de aquella charla con Pedro López y Morales ya no ha vuelto a ir a la consulta. Ahora su cita solo es con la portería contraria.
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