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El clásico se pierde a Iniesta

El capitán azulgrana se mide por última vez al Madrid y recibe otra ovación cerrada del Camp Nou al ser relevado

Iniesta se despide del clásico con un aplauso a la grada. En vídeo, declaraciones de los entrenadores tras el partido.Vídeo: SERGIO PEREZ (REUTERS) / REUTERS-QUALITY
Jordi Quixano

Aunque hubiera poco o nada en juego —acaso la honra en el Madrid y la posibilidad de continuar con un campeonato invicto para el Barça—, los nervios se palpaban sobre el césped al inicio del duelo. Imprecisiones, más esfuerzos de los exigidos, alguna entrada más dura de lo permitido... En el minuto cinco, la pelota iba de lado a lado, un partido de tenis en toda regla, un cabezazo seguido de otro que amenazaba con tortícolis a los espectadores. Pelotazo de Busquets, despeje de Ramos, resto aéreo de Umtiti… Hasta que apareció Iniesta y  puso el pecho para dormir la pelota, para dar un pase a Rakitic y bajar el esférico al piso. Esencia de Andrés.

Condicionado por su físico y poca altura, también por su pie de genio, el 8 siempre entendió el fútbol como un juego que circula por abajo. Y así lo aclaró en el clásico de buenas a primeras como siempre lo ha hecho con la camiseta azulgrana, futbolista acostumbrado de niño a entregar el cuero rápido y preciso para evitar las tarascadas rivales, las pérdidas ingenuas. Anoche, en el Camp Nou, en su último enfrentamiento con el Madrid, jugó a lo suyo. Y, aunque no fue decisivo, sí que ayudó a fraguar un empate homérico porque el Barça jugó con 10 toda la segunda parte.

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Antes de salir al campo, los jugadores del Madrid se acercaron a Iniesta para darle palmadas, algún que otro abrazo como el de Sergio Ramos y mucha suerte para su aventura futura, ahora que ya se sabe que en la próxima temporada vestirá con otros colores, seguramente con el rojo del Chongqing Dangdai chino. “Es un jugador que admiramos”, reconoció el día anterior Zidane. El Madrid y el mundo en general porque no hay campo —a excepción de San Mamés— donde no se le aplauda. Incluso Riazor se levantó para darle una cálida ovación por más que su equipo estuviera en el pozo, descabalgado de la Primera. “Se lo merece”, advierte Valverde; “por sus valores y su fútbol”.

Jugador que nunca ha sido expulsado durante su carrera, en rara ocasión se le ve protestando al trencilla o en rifirrafes con los rivales. Ejemplo de ello fue cuando Bale le entró a destiempo y le hizo una llave de yudo. Uno cualquiera se hubiera revuelto o, más posiblemente, solicitado el castigo (la tarjeta) al colegiado. Iniesta, sin embargo, se levantó y hasta pareció pedirle disculpas al extremo galés, que también se interesó por su estado. La deportividad hecha persona.

Sabía lo que había en juego Andrés, que con el de anoche cierra el círculo de clásicos en 38 encuentros —16 triunfos, diez empates y 12 derrotas—, desde 2004 hasta 2018, solo cuatro menos que los tres jugadores con más clásicos en sus botas: Gento, Sanchís y Xavi. Y leyó las necesidades del duelo como siempre, poniendo la pausa ante los arrebatos del Madrid; agitando en los metros finales. Emparejado con Nacho, trató de sacarle de sitio con las diagonales (con y sin balón) para entregar el carril a Alba. Como en esa ocasión que se llevó a su marca y Messi, catapulta él, lanzó un balón a la espalda de la zaga para que Alba pusiera el remate, para su infortunio torcido.

El brazalete, para Messi

Tras el entreacto y ya en el túnel de vestuarios, Ernesto Valverde pareció acordar con Iniesta el momento de su salida del césped como tantas otras veces han hecho porque sus músculos, rebeldes, le han jugado más de una mala pasada. No fue distinto ante el Madrid, un partido que quiso jugar a toda costa porque se ha machacado durante la semana con la recuperación de unas molestias en el sóleo. Así, en el minuto 57, el técnico azulgrana decidió dar relevo al capitán, al ejemplo de La Masia, al futbolista que ha salvaguardado el estilo culeren los últimos cursos tras la marcha de Xavi.

Andrés se sacó el brazalete y se lo colocó a Messi al tiempo que se fundieron en un abrazo. De camino al banquillo, la grada se levantó y le dedicó una ovación de gala a la vez que entonaban de forma repetida su apellido. Abrazo con Paulinho y más aplausos que, ahora sí, fueron recíprocos. Era el final de Andrés Iniesta en los clásicos, el final de una época.

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