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En Israel, como en Italia, el Giro es un sprint y Viviani, su ganador

Tom Dumoulin cede la maglia rosa a Rohan Dennis, quien la adquiere en una meta volante

Carlos Arribas
Viviani, a la derecha, se dispone a levantar los brazos como ganador en Tel Aviv.
Viviani, a la derecha, se dispone a levantar los brazos como ganador en Tel Aviv.ABIR SULTAN (EFE)

El Mediterráneo es uno y Roma, su capital. El Giro es, sin más, la señal de su poder, de un imperio cultural que, más de 20 siglos después de la conquista militar, aún rige. Corren los ciclistas de norte a sur junto al mar por la autopista ancha y rectísima, e igualmente planísima, y es Italia entera concentrada en una burbuja llamada pelotón la que se mueve a más de 40 por hora, compacta. Como si la región del monte Carmelo del terrible profeta Elías o los jardines de los Bahai que recorren, la antigua colonia Judea de sus legiones, y la Megiddo donde tendrá lugar el Armagedón anunciado en el Apocalipsis, siguiera formando parte de su geografía como cuando Herodes era rey y Cesarea Palestina su puerto. Tan italiana como las costas aburridas del Adriático, con tanta arena, con tanto calor de agosto en mayo. Tan italiana como la esperada, y por todos anticipada, victoria de Elia Viviani, veronés, al sprint en la Tel Aviv de la Bauhaus, tan racionalista; tanto como la maglia rosa que gentilmente, sin pelear por defenderla, cedió Tom Dumoulin a su segundo en la contrarreloj inicial, el australiano Rohan Dennis.

Su equipo, el BMC, organizó un magnífico espectáculo, lo mejor del día, entre las rotondas que jalonan la avenida Rotschild de Cesarea para que su jefe se hiciera con los 3s de bonificación de la meta volante allí fijada suficientes para convertirse en nuevo líder de la carrera rosa. Las locomotoras del equipo de Dennis, entre ellas el cántabro Ventoso, pusieron al pelotón a más 60 por hora, tan alargado y sacudido por los latigazos de las sucesivas frenadas, curvas y aceleraciones de las rotondas que más que una serpiente oronda y multicolor, una boa sesteante en digestión de un buey, parecía una cinta ondulada y frágil, tan fina que podría partirse en cualquier instante. Nadie se opuso a la acción (nadie estaba en disposición de oponerse, tampoco), que resultó triunfante.

Dado que la meta volante se encontraba solo a 60 kilómetros de Tel Aviv, la necesidad de la bonificación de Dennis condenó la posibilidad de fugas publicitarias. No pudo apenas lucir su combatividad ante su gente el equipo de la Academia Ciclista de Israel, invitado al Giro. La ausencia de la escapada habitual fue la única anomalía en una etapa que se ajustó a todas las normas.

Dennis, un gran contrarrelojista (fue recordman de la hora), un estilista que parece haber perdido la ambición de ampliar sus capacidades para poder manejarse en la montaña, seguirá probablemente con la maglia rosa hasta que el Etna el jueves despierte a los escaladores. No se pondrá a ello Viviani, un pistard con punta de velocidad que anunció antes de comenzar el Giro que sus objetivos eran ganar tres etapas y llevarse a su Verona la maglia ciclamen de ganador por puntos. El campeón olímpico de Río mostró tal superioridad sobre sus rivales en la recta de la calle Kaufmann de Tel Aviv –el segundo, Jakub Mareczko, que es italiano pese a su apellido polaco, más pareció su lanzador que su enemigo, y se quedó a un par de bicicletas del ganador—que tales objetivos pueden hasta quedársele pequeños. Es muy probable que su segunda victoria llegue el domingo, tras la larga travesía del desierto del Néguev entre beduinos, en el puerto de Eilat, en el mar Rojo, donde se abrieron los mares para el éxodo y donde la apnea es la única religión.

 

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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