La Real Sociedad destruye el glamur del Girona
Festival de juego y goles del equipo de Imanol ante un rival que no existió
El público se aposentó en la grada de Anoeta con el espíritu de un espectador rutinario de cine. “A ver que echan hoy”, parecía pensar compartiendo el limbo en el que la Real se disponía a disputar los ocho partidos (con el de hoy) que le restan para concluir su particular calvario de desesperanza y turbulencias. Un ciclo de películas en espera de que el fútbol cambie los clubes por los países. Nada por lo que luchar más que por sí mismos los de la Real, (el descenso y Europa muy lejos) pero cultivando su sueño europeo, el Girona (la revelación de la fe en el fútbol).
Partido había, pero lo buscó y lo encontró la Real con un triángulo mágico que formaban Rubén Pardo, Canales y Januzaj, Rubén Pardo, el olvidado (21 minutos en dos partidos de Liga) ocultó su falta de minutos en la abundancia de ideas para solucionar problemas a su equipo y creárselos al rival.
El segundo gol fue un hilo de seda suyo para pasar por el interior al hueco para que Januzaj doblegara a Bono en un cruce fantástico. Tanto le gustó ese gol a la Real, que Zurutuza, nada más sustituir a Rubén Pardo repitió el mismo pase, calcado, esta vez con destino a Oyarzabal que resolvió con el mismo acierto que antes lo había hecho Januzaj. Canales el otro lado del triángulo había abierto el marcador con un centro chut que no pudo rematar Oyarzabal y el balón botó frente a Bono antes de descansar en la red.
Los tres goles fueron bellos, pero los tres desarmaron la defensa de tres centrales del Girona, tan solvente a menudo y tan bien trabajada por Machín, como punto de partida de su juego. La Real la destruyó suavemente, casi a silbidos. El cuarto gol fue más de lo mismo, Zurutuza repitió el pase interior esta vez ara que lo rematase Oyarzabal, otra vez el balón entre centrales, hueco que se convierte en boquete. Y les duele. Le dolían al Girona los goles de la Real, pero le dolía también la forma de producirse, la herida que una y otra vez abría la Real de la misma manera, con la misma saña.
Y el Girona nunca fue rival. Unos minutos tras el primer gol donde lució carácter, pero quien marcó fue la Real para rebajar el ánimo. La defensa desbordada, el centro del campo desaparecido (el toque de Granell fue apenas una mínima esencia) y las armas de ataque, Stuani y Portu estaban descargadas y presas en el área de la defensa y de sí mismos.
La desigualdad fue creciendo y la felicidad se apoderó de Anoeta, que ya veía el cine como una película de acción, de esas en las que siempre está ocurriendo algo y te acaban sobrando hasta palomitas. Porque quedaba el quinto gol: todo construido al primer toque entre cinco jugadores para llegar al pase final que remató Juanmi dentro el área solo ante Bono. El Girona bajó a cabeza, aceptó el castigo y asumió que la tranquilidad de la Real fue más eficaz que su responsabilidad por rozar Europa. Al menos, el Girona ya había conseguido un objetivo nada menor: matemáticamente ya ha evitado el descenso.
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