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Sagan devuelve su grandeza al maillot arcoíris sobre el pavés de París Roubaix

El campeón del mundo se impone en el 'infierno del norte' tras un ataque lejano, 37 años después del francés Bernard Hinault

Sagan levanta los brazos victorioso en el velódromo de Roubaix.
Sagan levanta los brazos victorioso en el velódromo de Roubaix.ETIENNE LAURENT (EFE)

Dice Eddy Merckx, la gran referencia del ciclismo mundial, que cuando tuvo que pedalear por primera vez en los execrables adoquines del bosque de Arenberg, su única obsesión era acabar cuanto antes con el suplicio. Su sufrimiento fue tan grande, su miedo tan fuerte encima de la bicicleta que decidió acelerar la marcha para acortar el dolor. Le temblaba todo, las piernas, los brazos, el corazón… Su ataque de ansiedad duró un poco más de cuatro minutos y le provocó un efecto inesperado. Merckx acabó ganando la carrera. Era su primera París-Roubaix. Era también la primera vez que los organizadores franceses incorporaban el que iba a convertirse en un mítico tramo de pavés de la gran carrera de las piedras. Ocurrió justo hace 50 años, en el año 1968.

Marc Soler no había nacido cuando Merckx devolvió la épica a la carrera. Sin embargo, el ciclista catalán de 24 años, al que todos comparan en España con otro grande del ciclismo, Miguel Indurain, lo imitó medio siglo después, casi sin querer, solo por su talento natural, por su afición con el gran ciclismo y quizás también por las órdenes que le dio Eusebio Unzue, su manager. "¡Si no te quieres caer, ataca!" El corredor del Movistar, que se había incorporado en la escapada matutina de nueve corredores, cruzó en primera posición el bosque sagrado de Arenberg. Su esfuerzo fue tremendo y reventó al grupo de cabeza, al mismo tiempo que lanzaba la carrera de los gallos.

Fue una inmensa sorpresa porque Soler descubría por primera vez la Paris-Roubaix y porque es más escalador que rodador, tal y como lo demuestra su reciente victoria en la París-Niza el mes pasado. “Estoy muy contento, ilusionado y con muchas ganas de aprender, de ver cómo es el pavés. Mi objetivo será intentar terminar la carrera, que es muy dura. Es un tipo de ciclismo diferente al que estoy acostumbrado, pero no me asusta”, había declarado entusiasmado a este diario el sábado, en la presentación de los equipos, junto a la línea de salida de Compiègne. Sin embargo, Soler no cumplió con su objetivo inicial porque tuvo que retirarse a falta de unos 50 kilómetros, desfondado, sin fuerzas, pero su alegría seguramente será otra, la de quien se ha pasado casi 200 kilómetros en cabeza de carrera, casi volando.

La última imagen de Soler que trascendió de su experimento alentador en el pavés fue cuando el checo Zdenek Stybar, uno de los tres líderes de la hegemónica Quick Step, lo alcanzó a unos 70 kilómetros de la meta. Su momento de gloria había terminado y tenía que ceder paso a los especialistas del infierno del norte. Stybar, Gilbert y Van Avermaet fueron los primeros en enseñar sus cartas, pero fue Sagan quien dio el golpe definitivo.

El triple campeón del mundo respondió a un ataque de Van Avermaet, el ganador saliente, e inició su épica. Quedaban 54 kilómetros, pero el guion de su triunfo ya estaba escrito. Los tramos de adoquines pasaban uno tras otro, pero siempre era la misma imagen, con Sagan tirando en cabeza y todos los demás aguantando como pudiesen a su rueda. El suizo Sylvain Dillier fue el último que se le resistió. “Quería soltarle en el Carrefour de l’Arbre, pero vi que se había quedado pegado a mi rueda. Su resistencia me trastocó un poco los planes. Pensaba llegar en solitario al velódromo de Roubaix, pero no fue así”, explicó Sagan en rueda de prensa.

El campeón eslovaco venció a Dillier en la pista de cemento del anillo francés en un sprint a dos que se adjudicó cómodamente. “Estoy muy afortunado, porque no he sufrido ningún percance, ningún pinchazo, ni he estado involucrado en una caída. Todo salió perfecto”, se felicitó. Con esta victoria, el pletórico Sagan, a quien no temblaron los brazos al elevar en el podio el pavés de honor, que, con 25 kilos, es seguramente el trofeo más pesado del ciclismo, consigue el segundo monumento de su carrera después del Tour de Flandes del 2016. Es también la primera vez desde el francés Bernard Hinault, en 1981, que un campeón del mundo vestido de su maillot arcoíris triunfa en Roubaix, en el norte de Francia, allí donde nunca llueve cuando salen los corredores.

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