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McCarthy gana una etapa disputada por parejas

De Gendt y Jensen hicieron la hazaña del día aunque se perdió bajo la lluvia

McCarthy gana al sprint la tercera etapa de la Vuelta al País Vasco.
McCarthy gana al sprint la tercera etapa de la Vuelta al País Vasco.David Aguilar (EFE)

Hay muchas cosas que se resuelven por parejas: bastantes deportes, el mus, las bodas y un largo etcétera que engrandece el espíritu de solidaridad aunque en el deporte el individuo solitario cautiva todas las emociones. En el ciclismo, la épica, tan habitual (cada vez un poco menos, es cierto), el hombre frente a la montaña es un símbolo de un deporte al que se le calificó durante años como el más duro. Pero se ve que Alaphilipe y Roglic han creado estilo. Hoy estuvieron quietecitos en la etapa hasta los metros finales cuando el francés, líder de la carrera, no quiso perderse la fiesta del sprint, por si sonaba la flauta en la primera llegada masiva tras sus dos fugas con el colega Roglic. Esta vez no salió la jugada. El pelotón transitó con urgencia hasta Valdegobía (Álava) y allí se entrometió Jay McCarthy, el corredor australiano del Bora. Un sprinter en toda regla, en una carrera donde escasean, no los nombres, sino aquellos que están en condiciones de disputar una llegada masiva o solo ruedan para coger la forma para otras fiestas.

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McCarthy batió, sobrado, al bielorruso Riabushenko (del UAE), quien se limitó a golpear con su puño derecho el manillar en señal de enfado, aunque McCarthy no lo vio ni escuchó: hacía dos ruedas de bicicleta que le había enseñado el dorsal. Eran la pareja final de la etapa, la que importa a fin de cuentas, pero antes hubo más. El baile lo abrieron De Gendt y Jensen. El belga se fue a los cuatro kilómetros y el danés unos pocos después. Ambos abrieron el baile en el kilómetro nueve con una fortaleza y un espíritu que está al alcance de pocos ciclistas. Es imposible no sentir ternura por De Gendt, tan bullicioso, tan revolucionario, la barba recordando un pasado finisecular, dispuesto a todas las batallas y una más. Pero que nadie se engañe, no es un tarambana que no mide sus fuerzas ni la lógica de la carrera. De Gendt hizo podio (3º) en el Giro de 2013 donde ganó la etapa 20ª con meta en el mítico Stelvio, tras escaparse a falta de 65 kilómetros en el no menos mítico Mortirolo.

Juul Jensen es un danés nacido en Irlanda que vivió allí durante 16 años. En el ciclismo lo cultivó Bjarne Riis que nada más contratarlo le dijo que tenía que bajar cinco kilos, entre broma y veras. Otro percherón danés que luego fue gregario de Contador en el Saxo. Ahora corre para el Mitchelton australiano (antiguo Orica).

O sea, dos ciclistas de nivel para una etapa que tenía dos particularidades: se antojaba plana (salvo tres subidas iniciales) y precedía a la contrarreloj de Lodosa (Navarra), aunque sus 19 kilómetros no parecen demasiados como para acumular muchas reservas. Esa pareja bailó desde el kilómetro 9 hasta el 168 (antes negaron el baile a otros cuatro pretendientes) cuando se les unió otra pareja, envidiosa del éxito, formada por dos Sky, De la Cruz y Kwiatkowski. De Gendt y Jensen sacaron fuerzas de flaqueza y sin embargo quien renunció fue el polaco Kwiatkowsky, uno de los llamados a la gloria de la Itzulia, que cedió en la escapada, voluntaria o involuntariamente (es uno de los favoritos para la contrarreloj del jueves). El trío se convirtió en pareja porque unos kilómetros después De Gendt entendió que las aventuras siempre tienen un final. Ya no piensa en Stelvios ni Mortirolos, pero se fue de la fuga intentando hasta el último relevo. Así se quedó la pareja De la Cruz y Jensen buscando la meta con todo el esfuerzo para el bilbaíno que no pudo aguantar. El pelotón iba perdiendo cuentas del rosario por detrás y por delante. Teuns, primero, y Aranburu después, fueron los últimos en intentarlo, pero el sprint estaba cantado. La rendición del belga De Gedt bajo la moral de la presunta pareja ganadora. La justicia poética quería premiarle a él y al danés-irlandés pero la poesía cotiza a la baja. Y así se llegó al sprint, ya con el revoltijo de una conga donde venció un australiano a un bielorruso, porque el mundo es un pañuelo.

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