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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Atleti se desangra en la orilla

Messi decide un partido con la misma autoridad con que ha decidido toda la liga

Messi sobrepasa la jaula de los jugadores del Atlético de Madrid.
Messi sobrepasa la jaula de los jugadores del Atlético de Madrid.Marta Pérez (EFE)

Debió sentirse confortada la grey soberanista con la indumentaria del Atlético de Madrid. Pensarían los indepes que el atuendo amarillo formalizaba un homenaje a los "presos políticos". Y que el equipo de Simeone no podía ofender con esa ropa tan solidaria. Menos aún habiéndose iniciado el ceremonial con un homenaje a Quini. No era de recibo enseñar los colmillos entre la sugestión soberanista y el duelo al difunto Brujo, así es que el Atlético decidió abstenerse 45 minutos diplomáticos no ya de atacar, sino de defender con orden y criterio, pues la candidez de la retaguardia en diferentes situaciones predispuso la falta letal concedida a Messi.

Se diría que el crack argentino se desempeña mejor fuera del área que desde los once metros. Y que afina mejor su puntería cuando se le otorgan más líneas de cal, más distancia y más referencias, empezando por la barrera y el desafío de vulnerarla.Y por la cruel argucia con que puso a prueba el vuelo estéril de Oblak, tan poco entonado como sus compañeros en el desperdicio del primer tiempo.

Podía haber jugado el Barcelona sin portero. Y podrían haberle salido los planes a Simeone -el empate era un buen resultado- si no llega a producirse el contratiempo de la falta. No asustaba el Barça ni creaba ocasiones. Las noticias sucedían lejos del área. Y concernieron casi siempre al talento y a la salud de Iniesta, cuya lesión y retirada (minuto 35) reanimaron el optimismo rojiblanco.

No ya porque capitulaba el mejor jugador del partido, sino porque lo sustituía el peor, André Gomes, proporcionando a la reanudación del encuentro la expectativa de la remontada y la ampulosa conquista de la liga. Simeone dio instrucciones para atacar y exponerse,  hasta el extremo de alinear cuatro delanteros y transformar a los muchachos en una suerte de feroz pelotón canarinho.

Armonizaba el Atleti sus mejores momentos al cumplirse la primera hora, no tanto por la proliferación de ocasiones como por la ambición de la iniciativa. Un equipo descarado y agresivo. A veces caótico y otras desconcertante en la propia naturaleza anárquica de Correa. Le costaba al Barcelona conservar el balón. Tranquilizar su fútbol de academia. Y conseguía el Atlético imponerse más por la raza y por la intensidad que por el orden balompédico. Querer  y no poder en la frustración actoral de Costa, en el estajanovismo sin recompensa de Antoine Griezmann.

Se desangraba la liga. Y hasta enternecía la disciplina del Barça replegado en su campo, perdiendo el tiempo, que era ganarlo, y buscando la  superstición del contraataque como último recurso de la agonía. Un Barcelona cínico y especulativo, pero dotado, superdotado, de un futbolista que ha decidido la liga con la misma genialidad con que decidió el partido.

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