El vals de Canales en la victoria de la Real Sociedad contra el Levante
El jugador revisa aquella versión que anunciaba una figura marcando un gol maravilloso ante el Levante
¿Se acuerdan de Canales?, aquel jovencito rubio, muy bien parecido y tan parecido a Julen Guerrero cuando el fútbol estrenaba su pasarela mediática. Un muchacho espigado, que aglutinó desde tan joven todas las miradas, ágil, elegante, potente, inteligente y enérgico. Y la mirada del Madrid lo retuvo en su pupila y se lo llevó al centro de la tierra donde algún agujero le trastabilló el paso y tropezó, pero lo recuperó el Valencia porque el talento no se borra. Solo las lesiones lo conducen a agujeros negros de difícil salida. Y ahí se metió Canales hasta que lo rescató la Real de la ingravidez en la que había caído. Si no se acuerdan de aquel Canales, basta con fijarse en el gol que este domingo le ha anotado al Levante, el tercero de la Real. Hay quien llama a esa acción el violín, por el vaivén de las piernas convertidas en arcos musicales. También pudieran ser tijeras de costura, pinzas de marisco o cualquier metáfora de la imaginación, la agilidad y la precisión para bailar desde el suelo con el balón entre los pies, balancearlo, levantarse, manejarlo como un trilero hasta concluir el engaño, amagando hacia un lado y disparando hacia el otro, tan, tan cruzado que el balón se va al lateral de la red por dentro.
Cinco segundos para saber quién fue, y quién quiere volver a ser Canales, tras sus traspiés, su necesidad de reinventarse, de resucitarse. Canales no era titular pero Xabi Prieto se lesionó al lanzar el penalti que significó el primer gol de la Real a los ocho minutos de partido. El agarrón de Lukic a Juanmi silenció los tambores de guerra que ensordecían el futuro de Eusebio, según las redes sociales, tras una suma de derrotas y la decepción en la Liga Europa del jueves. La desconfianza se había instalado en San Sebastián, la goleada en Madrid había rozado el peligroso umbral de la actitud, una palabra usada por el comedido Eusebio que llenaba el bote con gasolina en vez de agua con hielo.
El Levante era ese visitante incómodo, que suele llegar tarde pero que siempre le amargaba la fiesta a la Real cuando estaba a punto de terminar. Una vez en siete temporadas le había ganado la Real, un rival tan difícil de masticar que se antojaba un pescado atiborrado de espinas. Pero ese Levante no compareció en Anoeta. Pertrechado en su campo, con cinco centrocampistas y un solo delantero, quería entorpecer a la Real, pero el penalti (el agarrón fue claro) le tiró un borrón que fue extendiéndose por su hoja de servicio hasta emborronarlo todo. Se esperaba a Morales, tan activo siempre, tan grande siempre, pero su presencia fue más física que futbolística. A cambio, no se esperaba a Canales, y el rubio de Santander se incorporó al partido como una galerna, como si quisiera beberse el fútbol como los montañeros beben el agua ferrosa de los caños.
Ya anunció su concierto Canales cuando asistió a Juanmi, superando con un centro a toda la defensa, para que marcase en el segundo poste con el lateral de la bota. La jugada parecía salida del bolero de Ravel, esa partitura monocorde que se repite una y otra vez y sin embargo cada acorde parece diferenciarse del otro. La Real repitió el triángulo entre Odriozola, Oyarzabal y Canales aproximadamente una seiscientas veces y las 600 fue el Levante incapaz de defenderlas. Siempre, uno de los tres acababa solo en el vértice el área. Jugadas conocidas que resultaban misteriosas para los defensores. Una, otra y otra, en la mejor versión de Oyarzabal, vertical, preciso, sin que el Levante encontrase la manera de acerarse al discutidísimo Rulli, ni siquiera a su delantero Pazzini, más olvidado que una nevera en el polo norte.
Modificó su dibujo López Muñiz en la segunda mitad, metiendo a Roger como ayudante del italiano, pero su única ocasión de gol fue un cabezazo al poste cuando Canales ya había interpretado su obra de arte, a mitad de camino entre la elegancia de Mozart y la ocurrencia de Les Lutthiers en El vals del segundo. Para el Levante el gol de Canales fue una muerte digna. Mejor caer con la grandeza del rival que con el infortunio o la injusticia. Y los tambores de guerra ya no sonaban por La Concha sino por el Mediterráneo, con su levante otoñal ahora sí perfumadito de brea.
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