Jaume conduce al Valencia a semifinales tras su acierto desde el punto de penalti ante el Alavés
El conjunto de Abelardo cae derrotado tras exhibir un esfuerzo y un entusiasmo inapelables
Un buen partido de Copa no necesita ser un buen partido de fútbol. El atrezo de la Copa incluye una escenografía que sustituye tantos elementos ortodoxos del juego que eleva la capacidad de sorpresa, de revoluciones inesperadas, a base de incrementar el espíritu de sufrimiento. La épica, por ejemplo, a veces protagoniza la pelea. Y la épica es siempre ingobernable. Y así Alavés y Valencia se jugaron el pase a la semifinal en un intercambio de suertes dispares que les condujeron a una prórroga agónica: con todos los cambios realizados, casi todos de delanteros obligados por los goles del rival y los músculos hechos trizas.
Una prórroga a la que se llegó por la velocidad goleadora de dos futbolistas, Munir y Santi Mina, que marcaron en el primer balón que tocaron saliendo del banquillo. En ambos goles las defensas fallaron: la del Valencia por la desgana de Gayà, la del Alavés por atrevimiento cuando el empate le clasificaba. Sobrino aprovechó un rebote de Vezo para que la prórroga fuera una realidad. Y la prórroga la gobernó el Valencia, ante un Alavés agotado. Sumó el equipo de Marcelino muchas ocasiones, exigiendo al mejor Sivera. Fue un monólogo por el impulso de Rodrigo y Santi Mina. Pero los penaltis tuvieron que dictar sentencia. Fue el último atrezo antes de que cayera el telón. Y cayó dejando en el escenario al Valencia y en el camerino al Alavés. Jaume paró dos penaltis a Pedraza y Hernán Pérez, mientras Sivera detuvo el de Kondogbia. Sobrino en la última oportunidad envió el penalti a las nubes. El sueño del Alavés se escapó entre los dedos como el agua. Pero la épica (y no la hay mayor que la de los penaltis) deja siempre vencedores y vencidos.
El valor se les supone a todos los equipos, el entusiasmo y la intensidad a los que vienen de atrás soñando con saltarse la fila y el espíritu conservador a quienes defienden su ventaja, sobre todo cuando se ha conseguido entre susto y susto. O sea, el Alavés decidió romper a sudar casi, casi, desde los primeros minutos cuando solo concedió un par de apariciones de Guedes diluidas como un azucarillo en la caldera de Mendizorroza. El Alavés ni mezclaba, ni combinaba, ni gestionaba los tiempos, con Parejo perdido entre un bosque de futbolistas albiazules y sus dos delanteros, Vietto y Zaza condenados a la isla del naufragio permanente. Zaza, por ejemplo, era más visible cuando defendía los córners contra su equipo que cuando buscaba el gol en la contraria. Por eso, por entusiasmo, intensidad y necesidad el Alavés fue vallando metro a metro el campo de Valencia, con un fútbol sencillo, de balones cruzados en busca de la extrema velocidad de Pedraza y la rapidez de Sobrino. Ibai Gómez actuaba de prestidigitador ocasional para dotar de alguna sorpresa al ataque alavesista.
Cierto que daba más sensación de peligro que la que realmente creaba. A lo sumo ponía nervioso a Jaume frente a la placidez en la que habitaba el exvalencianista Sivera en la otra portería. Para colmo del Valencia, en el minuto 20 sufrió la lesión de Gabriel Paulista en una mala caída tras un remate que le afectó a la rodilla izquierda.
No hay partido del Alavés que no reserve, al menos, una jugada espectacular, un homenaje a la velocidad, de Pedraza. Tras un error increíble de Guedes al intentar un recorte tras una jugada a balón parado Pedraza salió como una bala, superando desde su campo por el centro, a tres rivales y solo cuando ya se enfocaba al área grande, Vezo metió la puntera para alejarle el balón.
Debió gustarle tanto al Valencia el espíritu de resistencia que decidió continuar en la segunda mitad con la misma fisonomía. Le avalaba la falta de ocasiones del Alavés para soñar con rematar la eliminatoria con alguna emboscada que ratificara su jerarquía. Munir salió del banquillo y acercó el sueño a la realidad con un cabezazo en solitario en su primera acción. Santi Mina silenció Mendizorroza (algo difícil) en un contragolpe a los 20 segundos de pisar el campo. Sobrino marcó en un barullo en el área. Lo que vino después fue el espíritu de la Copa, que no necesita de partidos buenos para ser grande, feliz y dolorosa al cincuenta por ciento.
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