Simplemente Rahm
Entrar en el reducido club de los más grandes implica conocerse a uno mismo y abandonar ciertos idealismos, un camino que parece haber tomado firmemente el golfista español
En ausencia de Severiano Ballesteros, su ídolo y el de todos, fue Jack Nicklaus el encargado de explicarle a Jon Rahm uno de los secretos que convierten a los grandes deportistas en auténticas leyendas: ser uno mismo, no intentar jamás aquello que no se puede lograr. Sucedió durante la disputa del US Open de 2016 en el mítico campo de Oakmont Country Club, en Pittsburgh, un torneo al que el golfista español compareció como amateur y terminó clasificado entre los 25 primeros, acaso la primera de sus futuras hazañas. Las palabras del Oso Dorado pueden parecer una obviedad pero lo cierto es que algunas de las carreras más imponentes del deporte mundial se han cimentado sobre evidencias de idéntico calibre.
A Lev Yashin, por ejemplo, fueron las obviedades quienes lo encadenaron a los postes de una portería. Era ágil, de una envergadura colosal, y poseía un instinto innato para anticipar las intenciones del contrario, justo las características que lo convertirían en el único guardameta galardonado con el Balón de Oro hasta la fecha. Sin embargo, a punto estuvo el joven Lev de abandonar la práctica de cualquier deporte ante el empeño de sus entrenadores por alinearlo como portero: primero en el equipo de hockey de la fábrica en que trabajaba, luego en el de fútbol. Joven y alocado, aquel imberbe fresador ansiaba desplazarse libre por el campo, volar… Convertirse en todo cuanto nunca podría ser, de ahí que la leyenda de la Araña Negra comenzase a construirse el día que Yashin aceptó sus limitaciones, pues así se perciben los dones en no pocas ocasiones.
Sabemos, pues él mismo lo confesó, que Michael Jordan quiso triunfar como jugador de béisbol antes de reinar en el baloncesto. Usain Bolt soñaba con jugar en el Real Madrid y emular a Roberto Carlos. Mágico González nunca supo qué quería ser exactamente, si acaso feliz. Y Nadal nunca podría ser Roger Federer aunque le gustaría, lo mismo que el suizo nunca será Rafa Nadal por más que lo desee. Entrar en el reducido club de los más grandes implica conocerse a uno mismo, potenciar las cualidades propias y abandonar ciertos idealismos, un camino que parece haber comenzado a recorrer Jon Rahm con los pasos firmes de que quien no tienta al destino, simplemente lo calibra. A quienes le susurran al oído que puede ser el nuevo Tiger Woods les responde que seguirá siendo el chico de Barrika que jugó al fútbol en el Plentzia, practicó piragüismo y se enamoró de un palo de golf con apenas 13 años, lo que no implica renunciar al trono del Tigre.
“En la vida nunca hay que olvidar de dónde vienes”, explicaba en su presentación como embajador del deporte vasco, meses antes del encuentro con Nicklaus. Con sus actuaciones en el año que termina parece haber demostrado que sabe escuchar y, lo más importante, también tiene muy claro adónde va. La gran virtud de Jon reside precisamente en su confianza, en la certeza de que no hay mejor aval para soñar que mantenerse despierto, en la obviedad de que el futuro ya no es el tiempo de Severiano Ballesteros y que no encontrará mejor manera de honrar su memoria que siendo, simple y llanamente, Jon Rahm.
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