Athletic y Real Sociedad se cargan el clásico
El miedo atenaza a los dos equipos incapaces de proponer algo más que cautela en un encuentro soso
En San Mamés no se jugó un clásico, mucho menos un derbi. Para serlo, en ambos casos, se necesita fútbol, y si no lo hay (y eso parece tanto en el Athletic como en la Real), se reclama tensión, fricción, ritmo, pasión y, sin embargo, lo que prevaleció, sobre todo en la alarmante primera mitad, fue un enorme montón de miedo, precauciones múltiples, jugadas previsibles y un mohín permanente a cada oportunidad de jugar al fútbol. No, aquello no era un clásico, mucho menos un derbi; aquello era un congreso de papiroflexia, un silencio que se extendía del campo a la grada en un ejercicio de ida y vuelta, tan educado como vacuo, más insulso que un eslogan electoral, más escuálido que una lombriz.
Athletic y Real Sociedad se parecen como un huevo a una castaña, o sea, en algo, tienen formas redondeadas. En los primeros seis minutos de partido el Athletic envió seis balones seguidos desde su área a la rival, balones como drones perdidos, averiados, sin que sus centrocampistas olieran el cuero con a hierba mojada. Había dicho Ziganda, que había que jugar en campo ajeno porque si no la Real te adormece, y sus muchachos entendieron que había que lanzar misiles como si no hubiera un mañana ni una Corea del Norte. Lo cierto es que el Athletic no jugaba en campo de la Real, solo enviaba el balón a los centrales enemigos. El equipo de Eusebio profesa otro culto, o sea, cultiva el balón, gusta de acariciarlo con los pies, de masajearlo a veces en exceso en vaivenes mansos, pero al final acaba siempre buscando los costados, especialmente las correrías interminables de Odriozola, convertido en el santo y seña del equipo para llegar al área. El Athetic empieza y acaba en las bandas, la Real acaba por las bandas. Es decir, en algo se parecen el huevo y la castaña. Un par de disparos fuera de Oyarzabal, superior a Lekue en ataque y otro de Susaeta en una contra a dos toques entre el portero Herrerín y él fue todo el balance de una primera mitad que ensució el carácter del clásico con manchas irreductibles.
15 minutos, solo quince disputó el Athletic el partido. Los que dispuso tras volver del descanso, cuando se hizo reconocible, irascible, voluptuoso, empujando con la fe de una melé de rugby hasta encajonar a la Real en el área pequeña de Rulli. Se notaba el paso adelante de Lekue por a banda (jamás será un buen defensa, pero puede ser un buen delantero), los dos pasos adelante de Mikel Rico para ensordecer a Illarramendi hasta impedirle escuchar el juego y de paso pisar área, el fútbol zascandil de Susaeta, inquieto como una liebre por el balcón del área. Tres veces tres, pudo marcar el Athletic: Llorente le quitó in extremis de los labios un remate a placer a Aduriz, Raúl García hizo una obra de arte en un remate prolongado a un centro que Rulli devolvió con la uña del dedo meñique y De Marcos puso el turbo en una diagonal para plantarse ante el portero argentino pero se olvidó disparar y le quitaron el balón. Todo eso pasó en 10 minutos, los únicos 10 minutos en los que aquello pareció un clásico, incluso un derbi. Tras una tarjeta justa a Aduriz por una colleja a Llorente que se quejaba del ojo (fútbol es fútbol, Vujadin), la Real recuperó el perfil, hilvanó una posesión de seguridad larguísima y el Athletic, como decía Ziganda, se adormeció. Ya no despertó.
Ya fue el tiempo de la Real que devolvió todas y cada una de las monedas. Un error de Laporte (el famoso error de Laporte de cada día) lo malgastó Januzaj con un mal disparo a placer, una pérdida de balón de Raúl García, de cara a su portería, lo desaprovechó Oyarzabal en inmejorable lugar. Y una buena combinación realista no la supo descifrar Willian José. Y a falta de un minuto, un disparo urgente de Xabi Prieto desde el punto de penalti lo repelió Herrerín con buenos reflejos. Justo e injusto resultado no es objeto de debate: solo se aplica la justicia cuando hay algo que juzgar. Y en San Mamés no se juzgó nada, salvo el tamaño del miedo. Ni Athletic ni Real fueron justos con en el espíritu de un clásico, mucho menos de un derbi. Ni fue el mejor ni el peor de la historia. Sencillamente, no existió. Tampoco Kepa, en la grada, con el tobillo hinchado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.