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FÚTBOL
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ganar y perder en otoño

Contemplar el derrumbe del Real Madrid en la tierra prometida tiene algo de experiencia religiosa incluso para quienes nos declaramos cruyffistas, materialistas y ateos

Rafa Cabeleira
Los jugadores de Real Madrid reaccionan luego de perder ante el Tottenham.
Los jugadores de Real Madrid reaccionan luego de perder ante el Tottenham.ANDY RAIN (EFE)

Nos estamos acostumbrando algunos aficionados culés a festejar Ligas de Campeones antes de tiempo, como si el camino a la final resultase tan fastidioso e impredecible que la razón aconseja declarar la victoria de manera unilateral a la primera oportunidad. Así nos autoproclamamos campeones de Europa el año pasado, tras la épica remontada frente al PSG en octavos final, y así nos hemos superado a nosotros mismos en este inicio de campaña, revalidando el título sin esperar siquiera a la llegada invierno, arengados por el descalabro del eterno rival en nuestra segunda residencia oficial: el mítico estadio de Wembley.

Contemplar el derrumbe del Real Madrid en la tierra prometida tiene algo de experiencia religiosa incluso para quienes nos declaramos cruyffistas, materialistas y ateos; un gozo interior que reconforta sin necesidad de practicar el arrepentimiento, que es lo primero que se exige a cualquier buen cristiano antes de enviarle la ubicación exacta del paraíso a su teléfono. Si del viejo Wembley compramos porterías, filas enteras de asientos, banquillos o los banderines de córner, del nuevo podríamos pujar hasta por la camisa de Mauricio Pochettino, hasta ayer enemigo público por su pasado perico y hoy rebautizado como hijo predilecto, héroe de guerra y santo varón. Además de mucha imaginación, estas victorias prematuras necesitan cierta dosis de ambigüedad, de ahí que nos esté permitido aplaudir con efusividad al argentino y se consienta recibir con frialdad las visitas de Pep Guardiola.

Luchar a pecho descubierto con la realidad exige pasión y sacrificio, un reto ideal para este Barça sentimental que vuelve a celebrar derrotas ajenas mientras vende a sus mejores activos para sacar lustre a la cuenta de resultados. No falta, sin embargo, quien entienda estos tropiezos tempranos del eterno rival como un negocio peligroso, acostumbrado en los últimos tiempos a cimentar sus grandes victorias sobre los escombros propios de una guerra civil. El madridismo se divide, a esta misma hora, entre los que vaticinan el cataclismo definitivo y los que ya piensan en qué ponerse para celebrar la Decimotercera, tan polarizada la afición merengue que parece debatirse entre la confianza absoluta en Zidane y un gusto creciente por los juguetes depurativos de Robespierre.

Apenas inaugurado el mes de noviembre, los dos grandes del fútbol español muestran sus cartas sin tapujos y se enfrentan a un mismo punto crítico que amenaza con determinar el destino final de la temporada. El barcelonismo burgués alimenta el optimismo mientras desempolva las vitrinas por si la realidad, allá por primavera, se empeña en concordar con la ilusión. El madridismo aristocrático, en cambio, se afana en cultivar ese pesimismo tan natural que amenaza con quemarlo todo al primer resbalón y termina considerando las conquistas un verdadero problema de espacio. A la espera del resultado definitivo, toda hay que decirlo, reconforta constatar que ambas aficiones son capaces de vivir su pasión desde universos tan dispares y de un modo tan ordenado: no anda el mundo sobrado de ejemplos en materia de convivencia y el fútbol moderno, a menudo caprichoso y desagradecido, le debía un favor a la globalización.

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