La eterna Ruth Beitia desciende finalmente de las alturas
La campeona olímpica de Río 2016 anuncia su retirada del atletismo a los 38 años
Era casi un lugar común, una frase a la que agarrarse: el mundo gira y cambia, Beitia permanece. Ya ni esa esperanza queda: Ruth Beitia no es eterna.
Ruth Beitia, tantos años suspendida ahí, perpetua, flotando inmóvil entre un listón y las nubes, finalmente se dejó caer con suavidad y puso los pies en la tierra. A los 38 años ya bien cumplidos, la mejor atleta española de la historia escuchó a su cuerpo, que le dijo basta, y por una vez, en vez de intentar doblegarlo como siempre que se rebelaba a su voluntad, obedeció. Como si el cuerpo que, guiado por su voluntad tremenda, le condujo a la cima, dijera basta ya después del oro olímpico en los Juegos de Río.. “He llorado mi decisión”, dijo la campeona olímpica de salto de altura al anunciar su retirada después de 27 años dedicada al atletismo. “He pasado seis meses muy duros, de mucho dolor”.
El palmarés de una campeona
2005. Oro en los Juegos Mediterráneos
2006. Bronce en el Mundial de atletismo en pista cubierta.
2007. Bronce en el Mundial de atletismo en pista cubierta.
2009. Plata en el Europeo en pista cubierta.
2010. Plata en el Mundial en pista cubierta.
2011. Plata en el Europeo en pista cubierta.
2012. Oro en el Europeo.
2013. Oro en el Europeo en pista cubierta. Bronce en el Mundial.
2014. Bronce en el Mundial en pista cubierta. Oro en el Europeo.
2015. Primer puesto en la Diamond League.
2016. Plata en el Mundial en pista cubierta. Oro en el Europeo. Oro en los Juegos Olímpicos. Primer puesto en la Diamond League.
Dolor es justamente la palabra que más choca escrita al lado del nombre de la saltadora cántabra, la que menos pega a la hora de contar su aventura deportiva única y feliz, igual que casi repele relatar la serie de lesiones en el hombro, en el psoas, en la rodilla, en la columna, que convirtieron en una tortura la primavera y el verano de 2017, los meses que van desde la última de sus 15 medallas internacionales, una plata en el Europeo en pista cubierta de Belgrado, hasta su despedida de la alta competición en una frustrante final del Mundial de Londres al que acudió, porque ella nunca se rendía, para ver si le tocaba la lotería y de entre todos sus achaques podía extraer un salto campeón. Aquel día en Londres, una noche gris de agosto junto al Támesis, la decisión de no seguir ya estaba tomada. La motivación “estúpida” que ella misma aceptaba para darle duro en 2017 (“nunca he sido campeona del mundo”, decía) no tuvo premio. Aquel día comprobó que todas las lesiones, todos los achaques a los que antes se sentía capaz de solucionar con la mente, le habían ganado la batalla. “Será el cuerpo el que me retire”, había dicho después del oro de Río. “Lo haré el día que estando tumbada en el sofá diga, ufff, no me apetece ir a entrenarme. Ese día diré, hasta aquí he llegado. No quiero resistirme a retirarme cuando llegue el momento”.
Beitia es una anomalía, una excepción inexplicable. Es una anomalía incluso en un país, España, en el que las figuras deportivas, los genios, siempre han tenido consideración de anomalía, de flores hermosas que crecen no se sabe por qué en un desierto de grisura. Y su valor no es tanto, siendo muchísimo, el qué, o su capacidad de pervivencia, su palmarés increíble recolectado a lo largo de 13 años en la alta competición –un récord de España de 2,02m, desde agosto de 2007, oro olímpico (2016), bronce mundial al aire libre (2013), tres oros europeos al aire libre (2012-14-16), dos platas mundiales pista cubierta (2012-16), dos bronces mundiales pista cubierta (2006-14), oro europeo pista cubierta (2013), cuatro platas europeas pista cubierta (2005-09-11-17) y bronce europeo pista cubierta (2007)--, su estabilidad como referencia del salto de altura mundial, el patrón oro, por así decirlo, durante una década… Su valor verdadero, su excepcionalidad, es el cómo. El cómo una niña larguirucha y tanto talento como determinación se convirtió en la mejor del mundo en lo suyo desde su ciudad y junto a su entrenador de siempre. Es y ha sido todo eso sin dejar de entrenarse desde niña en las mismas instalaciones de Santander junto al mismo entrenador, Ramón Torralbo, su otra mitad, desde que era una niña de 11 años. No ha necesitado centros de alto rendimiento ni estancias de perfeccionamiento en el extranjero ni ninguno de los paramentos que tantos atletas, seres esencialmente inseguros, han considerado indispensables. Todo eso lo ha creado ella misma en su Santander, donde nació el 1 de abril de 1979, en su Albericia.
Del mundo llegaban noticias de las rusas y sus saltos de Sputnik, de Yelena Slesarenko y de Anna Chicherova, que parecían ganar siempre hasta que se descubrió las trampas de su dopaje; se hablaba de la sueca que llegaba a las estrellas, Kajsa Bergvist; y de la crota Blanka Vlasic, que la seguía cada vez más alta; y estaban la belga Tia Hellebaut y la italiana pulga Antonietta di Martino, y la búlgara Venelina Veneva, y las norteamericanas de todo tipo hasta llegar a la niña prodigio Vashti Cunningham. De Santander, a la federación española llegaban desde hace 20 años todos los test, todas las marcas, todas las pruebas y resultados de Ruth Beitia, que crecía y saltaba y cada vez más y sin parar. Y las rivales alcanzaban su apogeo, se lesionaban rápido y no se volvía a saber de ellas o volvían sin ser ellas. Y Beitia permanecía. Y cada día que pasaba era mejor. Quería ser mejor.
Se dice que los atletas, todos los deportistas, son seres no solo inseguros sino también eternamente insatisfechos, hambrientos. Cuando se trata de responder a la insatisfacción, muchos pierden, se rinden. Beitia, que es diferente, ha hecho al revés, ha alimentado esa necesidad de perfección, ha convertido su carrera y su progresión en una búsqueda permanente de perfección en exigencia paralela a la de su entrenador, Ramón Torralbo, que creció como técnico a su lado, mejorando siempre gracias a su mejor cualidad, la inteligencia verdadera, la humildad inteligente que le permite abrirse a todas las voces, aprender de todos, negarse a creer que lo sabe todo. Torralbo ha conseguido algo también insólito: compaginar su trabajo de entrenador de elite con el de entrenador de niños, de chavalas y chavales que llegan al atletismo siguiendo el rastro de la campeona.
La saltadora de la que se acaba de descubrir que no es eterna ha sido una precursora a la hora de crear su grupo de trabajo personal en el que ha logrado que se conjuguen las relaciones profesionales con las más emocionales, un grupo de apoyo para todo. Junto a la mano de Ramón, fue Beitia la que previó la necesidad de una psicóloga deportiva y llamó a Toñi Martos, y se apoyó para todo en su agente, Julia García, más amiga que nada. Y cuando surgían dudas técnicas recurrió a Miguel Vélez, siempre dispuesto.
Ha sido tanto Ruth Beitia que parece imposible que vuelva a nacer alguna como ella. Pero la eternidad va de eso, ¿no?
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