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Entre Manolo Escobar y Piqué, el infinito

El central de España volvió a ser silbado por un público dividido que representó el antagonismo de dos pensamientos

GORKA PÉREZ
Pique, al ser sustituido.
Pique, al ser sustituido.JOSE JORDAN (AFP)

La plasmación de la identidad propia tiene en distintos elementos su forma de materializarse. Los símbolos son la manera más primaria de establecer grupos, e incluso la vestimenta, que diferencia estilos y corrientes. La música también funciona como elemento de cohesión. Manolo Escobar, que nació en Almería en 1931 y murió en Benidorm 82 años después, lanzó en 1973 el sencillo ¡Que viva España!, un mensaje acompañado por acordes que representaban a una gran parte de la creación artística española del momento. Una versión de la canción con partes silenciadas para que el público la completase recibió a España en el estadio Rico Pérez de Alicante. El reparto de banderines promovió un ambiente bicolor que absorbió a la perfección el mensaje de Escobar.

Gerard Piqué entró al campo con el balón en los pies, dándole toques mientras corría tratando de que no tocase el césped. Como ajeno a cualquier otra circunstancia. Tras los malabarismos, intercambió balones en largo con Sergio Ramos, su pareja en todos los bailes. Nada anormal, hasta que de nuevo volvió a sonar el hit de Escobar, en sus casi dos minutos de extensión. La reentrada al césped fue diferente. Ya con la camiseta roja sobre el cuerpo y la megafonía narrando los nombres ocurrió lo que ningún jugador de la selección parece comprender. Pitos a Piqué. Sonoros, constantes, con ruido de silbatos de fondo. Como una orquesta enlatada.

El partido no fue diferente. Poco importaba el resultado o que la acción que acababa de solventar el jugador tuviera su importancia. Los gritos contra el central del Barcelona apuntaban en todas direcciones. Un espectador de mediana edad, con la camiseta de España y el nombre de Villa a la espalda no desperdició la ocasión. No le importó que toda su bancada y la anterior hicieran exactamente lo contrario cada vez que la pelota llegaba a los pies del jugador del Barcelona. Inasequible al desaliento, hasta los goles le sirvieron como excusa. Qué decir de los errores, el más grave y sonoro el que cometió al final de la primera mitad.

Desconcierto albanés

Mientras tanto, Lopetegui se desgañitaba pidiendo que el centro del campo, ese que había poblado con cuatro jugadores, porque Odriozola nunca jugó de defensa, no se despegase. Silva y Thiago se encargaron de acompañar a Rodrigo e Isco en ataque, aunque la tabla de soporte en el centro fueron Koke y Saúl. Cuando el balón pasaba por los cuatro, Albania no encontraba la manera de llegar ni al origen ni al final de la jugada. Sin embargo, si la línea se movía a la misma altura y algo provocaba que el balón la superase llegaba el desconcierto.

No peligraba el resultado, tan amplio como merecido, pero sí la estabilidad del planteamiento. La recolocación de Odriozola buscaba la posesión absoluta, la generación y salida por banda con garantía de centro. Así llegó el gol de Rodrigo y así pretendía Lopetegui que se mantuviera la escena. Pero el desgaste de la posesión (incluso tener el balón continuamente genera algo parecido a la fatiga) condujo a la consecución de varias jugadas de peligro de Albania, con remates a los palos incluidos, para desagrado del seleccionador.

A falta de media hora para el final del partido Lopetegui introdujo a Nacho por Piqué, que tras ver la tarjeta amarilla no jugará el lunes en Israel. Un cambio sin contenido táctico que liberó al jugador del ruido. Mientras enfilaba el banquillo hubo tantos pitos como aplausos. Dos sonidos antagónicos, fácilmente solapables. Tan propios del fútbol que, sin embargo, su presencia actual resulta ortopédica. Solo Manolo Escobar logró imponerse y eso que no estaba jugando.

Sobre la firma

GORKA PÉREZ
Es redactor de la sección de Economía y está especializado en temas laborales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Antes trabajó en Cadena Ser. Es licenciado en Periodismo por la Universidad del País Vasco y Máster en Información Económica de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

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