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Contador embiste, Froome resiste y Nibali desiste

El colombiano Miguel Ángel López se adjudica la etapa, su segundo triunfo en la Vuelta, tras una ascensión impecable en Sierra Nevada

Miguel Ángel López celebra la victoria en la 15ª etapa.
Miguel Ángel López celebra la victoria en la 15ª etapa.JOSE JORDAN (AFP)

Miguel Ángel López sube como algunos bajan: sin miedo, deprisa, deprisa, desafiando las pendientes y la ley de la gravedad, sin mirar atrás, esprintando metro a metro, kilómetro a kilómetro. Sube los puertos como si fuera a comprar el pan con prisa antes del desayuno. Lo suyo no es atacar, lo suyo es huir como si una mofeta se hubiera incrustado en el pelotón. Es el auténtico rey de la montaña, la flecha celeste que mira al cielo como si estuviese ahí al lado, a vista de pájaro y a vista de hombre aunque queden 5,7 kilómetros para llegar, engañada la vista entre curvas y paisajes confusos de Sierra Nevada. O sea, una eternidad.

Y ayer la armó otra vez, ganando la segunda etapa más importante de la Vuelta (tras su triunfo en Calar Alto, Almería) abortando la carrera de los jefes, la explosión de Contador, al que no le bastó la pólvora del cohete para llegar al cielo; el intento de Nibali, uno solo, una sola flecha, una leve dentellada. Lo intentó, lo cazó el Sky, pausado, pausado, cerró el sobre hacia el futuro y lo guardó en un cajón.

La guerra la había empezado Contador en el Alto del Purche, el penúltimo de la jornada. Había escapada sin futuro y Contador decidió hacerse un Fuente Dé otoñal, sin las mismas piernas, sin la misma fe, con la misma ilusión. Y se fue en busca del infinito. Quedaba la subida final, una eternidad, pero si hay algo a lo que no teme el pinteño es al fracaso. Menos ahora, cuando el agradecimiento popular supera con creces a la cábala de la carrera. Era el día para intentar la irreverencia. Mejor, imposible, debió de pensar, como Jack Nicholson en su película. Es el día señalado. Ganar o perder no es lo importante. Sentir es lo importante. Y Contador se volvió a sentir importante sin importarle el tamaño de la importancia. Como a las famosas patatas de la hambruna, ahora en los menús más exigentes.

Nibali, obligado

La armó otra vez, aunque en esta ocasión, los gourmets pasaron del entrante para ir directamente al plato principal. Circulaba Adam Yates por delante, resistente de la escapada de 10 que rompió la carrera levemente como quien varea los olivos de Jaén. Adam Yates es un ciclista de posibles, lejos en la general, lo que le daba un salvoconducto para la victoria. Pero el aduanero era Miguel Ángel López, estricto como el que más o un poco más, y le rompió el pasaporte a la victoria a menos de cuatro kilómetros para la meta.

López viajaba en el grupo insolente de Contador junto a Bardet y Van Garderen que cayeron si necesidad de varear el olivo. Por detrás, Nibali se sintió en la obligación de atacar, de intentar un imposible, y por unos minutos rodó por delante de Froome, bien protegido, como siempre por Mikel Nieve y Poels, hombres fuertes, hombres tranquilos, que no se inquietan por nada ni con nadie. Lo cazaron y el squalo se fue a la pecera del grupo de los elegidos asumiendo que ese mar no era el suyo, que la vida de los otros no era la suya, que no era su día y mejor no perder que no ganar. Se acodó al costado del Sky y llegar fue suficiente.

Y Froome, imperturbable, fue merendando vestigios de las escapadas, hasta masticar a Contador, que no pudo seguir entre las muelas de Froome y acabó cediendo 40 segundos ante el británico en la meta. Como si fuera escuchando a Ismael Serrano, Contador sigue la máxima de La extraña pareja, la canción del cantante madrileño, cuando dice que “quizás podamos escoger nuestra derrota”. Él ya ha escogido la suya: la osadía, por bandera y que salga el sol por... donde quiera.

Froome, o sea Froome y Poels y Nieve, el triunvirato, abortaron todos los embarazos de la carrera para que todo volviera al momento original. Incluso volvió a agrandar su ventaja con Nibali, y Contador cedió en los últimos metros como en la vida de los héroes derrotados. Solo se le escapó Miguel Ángel López, el que sube como otros bajan, y al final el ruso Zakarin. Pero ninguno le preocupa. Ninguno le afecta. Sus guerras no son su guerra. Su éxito no es su éxito. Ni su fracaso.

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