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Kiko: “Yo era el ‘ceniciento’ del equipo”

El gaditano fue la estrella de una selección que con el oro ayudó al fútbol español a recuperar autoestima

Alejandro Prado
Kiko, en 2015.
Kiko, en 2015.JESUS AGUILERA (DIARIO AS)

La selección española de fútbol no estuvo concentrada en la Villa Olímpica. “Mejor”, dice ahora Kiko, “tú imagínate allí a unos tíos de 20 o 21 años, con las hormonas por ahí jugueteando, en ese sitio donde siempre había alguna fiesta”. Los futbolistas disputaron el torneo en Valencia y solo pisaron Barcelona para jugar y ganar la final el 8 de agosto de 1992, el día del éxtasis español en los Juegos.

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La inesperada estrella de aquel equipo fue Kiko Narváez (Jerez de la Frontera, 1972), entonces un delantero que empezaba a asomar en el Cádiz. Mito del Atlético del Doblete años después, los Juegos de Barcelona le pusieron en el mapa futbolístico internacional. “Yo era el ceniciento. El titular era Manjarín, pero se lesionó y empecé a jugar. En un equipo donde había gente que acababa de ganar la Copa de Europa [Guardiola y Ferrer] o estaban asentados en grandes [Luis Enrique, Alfonso, Solozábal, López…], ahí estaba yo, que acababa de salvarme con el Cádiz jugando la promoción ante el Figueras”.

Los Juegos coincidieron con la peor época del fútbol español en las últimas décadas. La selección absoluta se había quedado fuera de la Eurocopa de ese año y el técnico, Vicente Miera, estaba condenado al despido tras el torneo olímpico. “Al míster no se le notó nada. Su situación no afectó. Además, había estado enfermo. Fue un ejemplo de coherencia y sensatez y nos supo llevar muy bien”, comenta Kiko, que tan solo recuerda un momento de tensión: “Un día, antes de un partido, entró Clemente [que ya había sido designado sucesor de Miera] al vestuario y fue un momento un poco desagradable, al menos para mí”.

Una vez que el balón empezó a rodar todo fue como la seda, pero antes hubo problemas en la negociación de las primas y tedio en la concentración de Cervera de Pisuerga. El día anterior a la ceremonia inaugural España pasó por encima de Colombia (4-0) en el primer partido y los jugadores pidieron asistir a la fiesta de Montjuïc, a lo que Miera se negó. “Hubo un medio motín. Dijimos que pagábamos nosotros el chárter de Valencia a Barcelona para ir. Ya que jugábamos gratis no nos queríamos perder lo más bonito de los Juegos”, recuerda Kiko. Finalmente, Miera cedió y el equipo acudió a la ceremonia. “Es lo que más recordamos cuando nos juntamos. Ahora entendemos al míster. Que les digan ahora a Pep o Lucho que los jugadores abandonan la concentración…”.

España continuó ganando partido tras partido. En cuartos Italia cayó con un gol de Kiko y en semifinales la víctima fue Ghana. El equipo hacía un fútbol fluido y en la portería Toni Jiménez echaba el candado: llegó invicto a la final. “Teníamos tres atrás, carrileros largos, el Pep en el medio que conectaba muy bien conmigo entre líneas”, cuenta Kiko, que lo que más recuerda de esos partidos y entrenamientos es el entendimiento casi ciego que tenía con Guardiola. “Yo me movía y, sin mirarme, el Pep me ponía el balón en el pie”. Todo ese tiempo juntos también generó lazos de amistad en unos chavales que tras ese verano serían conocidos como La quinta de Cobi. “Tengo muy buena relación con muchos de ellos. Toni [el portero] fue el padrino de mi hija”, apunta el gaditano.

El día de la final los chavales se desplazaron a Barcelona para jugar en un Camp Nou abarrotado. Con la ciudad engalanada de aros y extasiada de espíritu olímpico, los futbolistas se percataron de la grandeza de los Juegos. “Hasta ese momento no notamos el ambiente especial. Allí en Valencia estábamos como jugando otro torneo”, dice Kiko. Polonia era el rival por el oro, un equipo potente, sobre todo en la delantera, que se adelantó en el marcador. “Lo que hasta entonces era jugar para disfrutar pasó a ser una responsabilidad. En la primera parte no hicimos nuestro fútbol”.

El gol de la final

El punto de inflexión de aquel partido no se produjo en el Camp Nou, sede del duelo, sino en el Estadio Olímpico de Montjuïc. “De repente se escuchó un griterío en el estadio”, rememora Kiko, “Fermín Cacho ganó en 1.500 y nos llegó mientras jugábamos. Nos dio alas. Luego llegó el Rey y ya estábamos lanzados”. España remontó con goles del gaditano y Abelardo tras la salida al campo de Amavisca, que dio profundidad al equipo por la banda izquierda. Aunque Polonia volvió a empatar, casi con los 90 minutos cumplidos, Kiko recogió un rechace y mandó el balón a la red. “Menos mal que marqué. Tener que jugar una prórroga con el cansancio y el calor que hacía…”, ríe ahora.

Ese gol, en cierto modo, relajó la tendencia pesimista del fútbol español y a Kiko le cambió la vida. “Hay un antes y un después de los Juegos en mi carrera deportiva, y también a nivel mental. La experiencia fue muy gratificante, personal y deportivamente. Compensó muchísimo”. Los grandes pusieron sus ojos en ese delantero alto y con aires de artista. “Si pilla en esta época el Cádiz hubiese pegado un pelotazo conmigo. Te viene un equipo de la Premier, paga 25 o 30 millones y se te acaban las penas”. El Atlético de Madrid lo fichó un año después junto a su amigo Mami Quevedo y, como se suele decir, el resto es historia.

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Sobre la firma

Alejandro Prado
Redactor en la Mesa de Edición del diario EL PAÍS. Antes prestó sus servicios en la sección de Deportes y fue portadista en la página web. Se licenció en Periodismo en la Universidad Carlos III y se formó como becario en Prisacom.

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