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Mo y Bolt, dos astros con órbitas paralelas, van al ocaso desde el apogeo

En su último Mundial en pista, el fondista británico logra su quinto gran oro en 10.000m y Bolt tropieza pero pasa a semifinales

Carlos Arribas
Mo Farah se proclama campeón mundial de 10.000m.
Mo Farah se proclama campeón mundial de 10.000m.Michael Steele (Getty Images)

Dos astros paralelos del atletismo han decidido que ha llegado el momento del ocaso cuando aún brillan, apogeo. Son Mo Farah, fondista británico que lo gana todo, los 5.000m y los 10.000m, desde hace media docena de años, y Usain Bolt, el más rápido por siempre. Ambos comenzaron a despedirse con su estilo, conocido, repetido, inimitable, la primera noche del Mundial en un Estadio Olímpico a rebosar en las afueras de Londres. El público gozó. Los niños bailaron a esas horas. Los serios torcieron el entrecejo y hablaron de dónde se habrá perdido la pureza. Los dos atletas, la leyenda de la velocidad y el niño somalí que en Londres aprendió a correr entre insultos, consiguieron su objetivo, que es lo que todos esperaban. Farah ganó otra medalla. Bolt se clasificó para la semifinal de los 100. Ambos dieron espectáculo.

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En su Mundial de despedida de las pistas, y como se esperaba y temía, Mo Farah ganó el 10.000m. Es su tercer Mundial consecutivo (y tiene dos oros olímpicos en la distancia, en la que permanece imbatido desde 2011) y lo ganó con los anteriores, dejando que sus rivales se rascaran la cabeza, se aliaran, se enfrentaran, volvieran a unirse y se descorazonaran, víctimas del desasosiego, viendo que sus esfuerzos combinados eran inútiles. Desde sus butacas, los especialistas les azuzaban a los atletas de Kenia, de Etiopía, de Uganda, de Eritrea, el frente unido del valle del Rif combatiendo contra el tirano que resiste cualquier ritmo, cualquier cambio, cualquier táctica. Dadle más duro, Kenia, gritaban unos; que entre Eritrea y que vuelva Uganda…

Fue imposible. Como ocurrió en 2012, 2013, 2015 y 2016, Farah subía y bajaba por la larga fila de atletas cada 2.000 metros o así, miraba las caras de los rebeldes, les amagaba un par de veces para desmoralizarlos y volvía a su refugio en la cueva de la carrera. Los mejores fondistas del momento, una vez más, sucumbieron y volvieron sudorosos al vestuario, preguntándose cuál es el secreto que permite a Farah, a los 34 años, mantener el mismo vigor, velocidad, cambio de ritmo e inteligencia táctica que entonces. Desde el sillón, los sabios y los que leen el periódico recordaron que los entrenamientos de Alberto Salazar, el técnico sospechoso para la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) combinados con sus estancias ayudado por Jama Aden, el entrenador detenido en Sabadell hace un año en una redada antidopaje, algo tendrían que ver. En el estadio, el público brindaba feliz por el chaval de casa, al que, pese a que la reina le haya hecho caballero, nunca han premiado en su país con el galardón al mejor deportista del año. Y una llamarada, como salida del infierno, rozó las piernas de Farah cuando cruzó la meta después de casi 500 metros de sprint y de orgullo en el que fueron cayendo como boxeadores golpeados todos los que se pusieron a su altura. Con tres cambios de ritmo acabó con todos. Pirotecnia, advirtieron, que saludó un espectacular tiempo de 26m 49,51s, la segunda marca más rápida en un Mundial. Segundo terminó el ugandés Joshua Kiprui Cheptegei (26m 49,94s) y tercero, el keniano Paul Tanui (26m 50,6s). Y le queda el 5.000 al británico para cerrar su ciclo allí donde empezó a conocer el atletismo.

Usain Bolt tropezó y reinó sobre las sombras del sprint. El tropezón le enfadó muchísimo, y, señal de la presión a la que está sometido, despotricó a grandes voces contra los tacos de salida, que se echaron para atrás cuando se impulsó y desestabilizaron su puesta en marcha. “Son los peores tacos que he conocido”, dijo”. Lo del reinado le pareció normal. Las sombras, las conoce bien. Las del pasado, Justin Gatlin, el campeón olímpico de Atenas 2004, que sigue competitivo en su vejez atlética y se alimenta de los abucheos e insultos que recibe en las pistas de Europa, donde no se olvida su pasado y su dopaje. O Yohan Blake, el amigo, el único que ha ganado un Mundial de 100m en la épica Bolt (fue en Daegu: Bolt hizo salida falsa), que pasó tras una laboriosa serie, crispado. Las del presente, personificadas en el bravucón Christian Coleman, el norteamericano del momento, que ofreció la mayor sensación de facilidad, o en su compatriota Julian Forte, un jamaicano de 24 años y de desarrollo lento, el único que bajó de los 10s. Y el sábado, sesión doble, con semifinales y final antes del eclipse.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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