Fronteras
De los traspasos a los que aspire Neymar habrá siempre un ganador, su padre
Del mismo modo que en la vida hay siempre un Rubicón que cruzar y del que nadie sale indemne, a menudo con la inocencia hundida, también en el fútbol hay un momento particularmente amargo al que se han de enfrentar los presidentes de los clubes. En The Wire, a aquel alcalde de la tercera temporada que había hecho una campaña llena de nobles intenciones se lo describieron con una expresión afortunada: cuando no tuvo más remedio que comerse su primer “cubo de mierda”. En el fútbol no ocurre en el campo sino en los despachos, y no tiene que ver con la corrupción de la ley sino uno más delicada: el momento en el que un padre roba a un hijo, la hora en la que ya no basta vivir del hijo como agente sino que lo elige como objeto de saqueo.
El modus operandi suele ser parecido. Hay una negociación o renegociación por un jugador, el padre se presenta en las oficinas del club y pide la nueva ficha de su chico. “Seis millones entonces”, dice el presidente. “Pero el jugador recibe cinco”, responde su agente. Ése es el final de un proceso que antes necesitó de otra conversión más delicada: la del hijo en jugador, y la de jugador en multinacional. El padre como capo que protege a su niño de todo y de todos siempre en nombre de su interés, del mismo modo que las grandes guerras siempre las declaran los que quieren lo mejor para el país.
Esas bajezas en ocasiones no son necesarias. La inmersión de la vida familiar en tales cantidades de dinero diluye fronteras sagradas: para qué robar si ya estamos matando. Todas las canciones son reconocibles por el contexto: pon un familiar al lado de una montaña de dinero y obtendrás una trilogía. Por eso si se necesita un personaje, nadie mejor que el padre de Neymar, catalogado ya como patrón épico de la figura del fútbol moderno: dinero y jogo bonito. Que un jugador tan devastador para los rivales se pasee cada verano por los periódicos entre costes, comisiones y peritajes es deprimente para su carrera; su padre ha hecho que en lugar de jugar para los títulos, parezca que su hijo juegue para revalorizarse de cara a la siguiente subasta. Esto es fruto de una ingeniería bien construida que deambula entre los despachos, los periódicos y los juzgados. De los traspasos a los que aspire Neymar habrá siempre un ganador, su padre, y un interrogante a despejar en el campo: el propio Neymar.
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