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Boasson Hagen, un sprinter, gana en solitario en Provenza

Froome decide que, la víspera de la contrarreloj que coronará su cuarto Tour en Marsella, el día no puede ser estresante

Carlos Arribas
Edvald Boasson Hagen celebra su victoria en la 19ª etapa del Tour.
Edvald Boasson Hagen celebra su victoria en la 19ª etapa del Tour.P. Dejong (AP)

Por el bulevar de Nostradamus, destinado a un triunfo ya profetizado el día en que tres diezmilésimas de segundo le separaron de Marcel Kittel, el noruego Edvald Boasson Hagen entra en Salon de Provenza, donde el bochorno y la humedad sustituyen al aire de los Alpes que ha hecho campeón a Chris Froome. Para celebrarlo, el inglés, mediada la etapa choca los cinco alegre con el Diablo que anima en la cuneta todos los Tours. “Didí [el nombre del Diablo], qué leyenda del Tour”, dice.

El Tour se acaba ya, en dos días más darán los ciclistas vueltas por los Campos Elíseos, y solo en la última oportunidad una fuga triunfa, aunque, ironía, la domina un sprinter, qué plaga. Para que ello pasara ha debido producirse una confluencia astral rara: sin Kittel en la carrera, el único equipo capaz de pensar siquiera en controlar una fuga de 20 la etapa más larga y cansada (222 kilómetros de la montaña al Mediterráneo más caldoso), el Quick Step, ni se tomó la molestia en decir que no; con el maillot verde decidido para Michael Matthews, sin necesidad perentoria de más victorias o puntos; su Sunweb pletórico prefirió a un hombre en fuga que a siete trabajando; sin equipo suficiente para hacer la tarea, el Dimension Data del controlador Eisel, lanzó a su hombre rápido, Boasson Hagen a la fuga, y, como el Tour se decide el sábado en la contrarreloj de Marsella, el Sky de Froome quería un día sin estrés. Más de 10 minutos después del Boasson Hagen espléndido –un ejercicio magnífico de persecución, astucia y estilo con el viento de cara, desde una rotonda que toma por la derecha, llevando la contraria a sus compañeros, de izquierdas, en los tres últimos kilómetros le permitió desgajarse de los ocho últimos compañeros de la fuga: no quiso arriesgarse a otra fotofinish—entró a paso de caracol –homenaje a la trama urbana de la ciudad que se desenrolla espiral al pie del castillo del Empéri y donde huele a jabón de Marsella-- el pelotón en la vieja ciudad provenzal, donde Eddy Merckx esperaba a Froome de amarillo para darle un poco la chapa.

“Ya llevas cuatro y no me importaría en absoluto que ganaras seis o siete”, le dice el Caníbal, ganador de cinco, como los más grandes, Anquetil, Hinault e Indurain, “pero deberías también ganar la contrarreloj de Marsella. Eso daría más grandeza a tu victoria”. Pero Froome, después de doblar el espinazo y reverenciar a quien considera una “leyenda”, responde como el ganador pequeño de un Tour medido al segundo y hasta a las diezmilésimas de segundo. “Lo importante no es ganar la contrarreloj sino no perder el Tour”, dice. “La disputaré a tope pero no me arriesgaré limando en las curvas…”

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No es el Diablo David Brailsford, en todo caso el inventor y gerente del Sky se tomaría más por el Fausto del ciclismo, poseedor de conocimientos ilimitados sobre las dos ruedas, que por las noches se reúne con los agentes de los campeones para jugar con ellos y con sus destinos sobre su tablero. De esas conversaciones por las mañanas emanan rumores que envenenan el pelotón, o, si la noche la ha pasado solo, elucubraciones que sorprenden o sonrojan. Su última producción, recién llegada a la sala de prensa, habla de que si su Chris Froome no ha podido demostrar superioridad en la montaña y solo, y muy limitada en las contrarreloj, no es tanto porque no pueda sino porque piensa más allá. “Ha sido capaz de arriesgar el Tour para ganar la Vuelta dentro de un mes”, ha llegado a decir Brailsford en las últimas horas. “Su verdadero objetivo es el doblete Tour-Vuelta, y quiere llegar a España con más fuerzas que otros años”. Nadie consigue ganar las dos el mismo año desde que lo hizo Hinault en 1978, cuando la Vuelta era en mayo.

Visto así, la Vuelta, en la que ha quedado tres veces segundo y una cuarto, debería ser la gran frustración del último dominador del Tour. Cuando Flecha, después de tirar una moneda al aire, decide preguntarle por ello en Eurosport, Froome le corta seco y sonriente. “Ahora no pienso en la Vuelta”, responde. Ya se sabe: l juego es simplemente no perder un Tour ya ganado.

Un amarillo sin burbujas mágicas para el líder

Froome saldrá de amarillo, “y encantado de hacerlo”, en una contrarreloj “rapidísima” que decidirá el Tour. Son 22,5 kilómetros con salida y llegada en el estadio de fútbol del OM y ascensión a mitad a la iglesia de Notre Dame de la Garde. El inglés parte con una ventaja de 23s sobre el segundo, Bardet, y de 29s sobre el tercero, Urán, pero es tal su superioridad en la especialidad, que en vez de hablarse de sus rivales, la víspera se habla de las burbujas mágicas, los vórtices que hacen del maillot del Sky el más rápido entre un millón. Irónicamente, obligado por la organización, Froome deberá llevar el maillot oficial fabricado como todos, sin artificios aerodinámicos. El asunto debería ser preocupante si, como dicen los rivales, las burbujas podrían darle una ventaja de hasta medio minuto. “No me importa”, dice. “Prefiero ir de amarillo, que me da más confianza”, dice. “Y lo que cuenta de verdad son las piernas”. No se sabe si sus rivales usarán burbujas, lo que daría cierta salsa al día.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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