Contador, caído de nuevo, renuncia a dar batalla en los Pirineos
Froome declara que su primer objetivo es no dejar que los que han perdido tiempo se recuperen
Si Alberto Contador pasara una foto de su cuerpo herido sería, seguramente, similar a la que tuiteó el domingo Rafal Majka, la imagen del ciclista como un Cristo yacente tras el descendimiento, manchas rojas diseminadas por torso, los brazos, las piernas, las heridas. Contador, que ya tenía heridos desde el domingo una rodilla, la columna, el codo derecho y una muñeca, se cayó dos veces en las tierras de Luis Ocaña, en Aire sur Adour, donde el avituallamiento, y un poco más adelante. La cadera izquierda y el codo izquierdo se unieron a la lista en su cuerpo magullado, lo que no es la mejor forma de abordar los Pirineos, el segundo lote de alta montaña, el jueves y el viernes. “Sí, esto me complica los Pirineos”, dice el escalador de Pinto, 12º en la general a 5m 15s de Chris Froome. “Este Tour me está poniendo al límite psicológicamente. Tendré que esperar a los Alpes, pero si alguien piensa que me voy a dar por vencido, no me conoce. Seré más fuerte, más determinado”.
Froome le conoce y no duda de sus palabras, y dice que su primer objetivo en los Pirineos es no dejar que los que ya han perdido tiempo, como Nairo o Contador, recuperen nada; y el segundo, que los que tiene cerca, como Fabio Aru, Romain Bardet y Rigo Urán, se muevan un milímetro. “Me pegaré con pegamento a la rueda de Aru”, dice Froome, quien deja en el aire la duda de si atacará para buscar aumentar su ventaja, de solo 18s sobre el italiano irredento.
Cincuenta años justos después de que su muerte en el Ventoux convirtiera el Tour en un lugar sagrado para los británicos, y a Tom Simpson, el ciclista que sucumbió al calor y a las anfetaminas, en su sacerdote, otro inglés, Froome, lidera una carrera que ya ha ganado tres veces y que quizás no habría conocido sin Simpson y toda la historia que se tejió a su alrededor. Al equipo británico se le permitió ganar la etapa siguiente, y debía hacerlo, por elección, Vin Denson, el mejor amigo de Simpson. Cuando iba a adelantarse a un pelotón respetuoso para hacerlo, demarró con fuerza su compañero Barry Hoban, que ganó y meses después se casó con la viuda Simpson.
Froome traicionó a su jefe, Bradley Wiggins, en Peyragudes, adonde se regresa el jueves cinco años después del estreno de 2012 con la victoria de Alejandro Valverde, la primera del murciano en su vuelta al Tour después de su sanción por la Operación Puerto. El inglés de Kenia atacó con Vincenzo Nibali, el gran rival de su compañero en el Sky, y demostró que él podría haber ganado aquel Tour si el responsable del equipo no le hubiera frenado para que lo ganara Wiggins. Froome se frenó, logró que el equipo le pagara la misma prima que habría recibido si hubiera ganado el Tour y dejó que Wiggins le alcanzara. "No me arrepiento de nada", dice Froome. "Hice lo que tenía que hacer". En el 17 no será exactamente la misma llegada, sino más lejos. Después de coronar el col de Peyresourde, tras Menté, de primera, y Balès, hors catégorie, la carretera desciende y toma impulso para un repecho final al 22% y un sprint en el asfalto del aeródromo de Peyragudes trazado a 1.580 metros.
Allí, James Bond acabó, puro fuego, pura metralla, con los talibanes en El mañana nunca muere. No necesita más inspiración Froome para asentar su autoridad definitiva sobre el Tour un año más, y dejar en anécdota la etapa del día siguiente, los 100 kilómetros mínimos entre Saint Girons y Foix, trazada en territorio de emboscadas.
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