El VAR ha muerto
El codazo que Jara propinó a Werner demuestra que el sistema del árbitro asistente de vídeo no ha traído la justicia al fútbol
Confiábamos en que este artilugio sería la solución definitiva. Se acabarían con él nuestras peores pesadillas y, de paso, tantas y tantas riñas tabernarias. Ya no existirían goles fantasma, ni triunfos en fuera de juego, ni penaltis inventados ni fingimientos. La justicia en el fútbol dejaría de ser ciega. Ya no habría periódicos que reprodujeran la palabra “atraco” en su primera página, con lo mucho que les gusta. El VAR, o video assistant referee (árbitro asistente de vídeo en el idioma de Cervantes), enterraría cualquier polémica. Nuestros siempre denostados jueces futbolísticos tendrían un arma infalible para salir de dudas. Les bastaría, ante una acción poco clara, con pedir auxilio a los tres colegas, en paro o jubilados, lo que Alfredo Relaño define como “el futuro momio para exárbitros o árbitros fracasados”, que en una sala habilitada al efecto verían la jugada repetida las veces que fuera menester. Y ahí ya no habría incertidumbre ni titubeo alguno. Ni mucho menos sospechas o suspicacias. Esos tres hombres probos y juiciosos emitirían un veredicto incontestable. Lo que dos ojos no ven lo verían mínimo ocho. Pedazo de invento.
Los primeros pasos mostraron ciertos (y lógicos) desajustes. Sobre todo por la lentitud con la que se tomaban las ya irrefutables decisiones. Pero el asunto prometía. Hubo un amistoso entre Francia y España que nos convenció de la bonanza del novedoso sistema. Griezmann marcó un gol, pero ante la duda el árbitro consultó a los supertacañones y estos lo anularon por un quítame allá un fuera de juego del delantero francés. Pero hubo más. Marcó España su segundo tanto y en un primer momento el árbitro titular dijo que nones, que en la acción existía posición ilegal. Pero los cotillas que todo lo ven desde su cómoda butaca rectificaron esa decisión. El gol era válido. De este modo, España se trajo de París un espléndido triunfo (0-2) que no se habría producido de haberse impuesto el criterio, manifiestamente erróneo, del árbitro principal.
Pero se trataba de un amistoso en el que más allá de la honra no había nada en juego. Convenía probar el dichoso artefacto en algún torneo oficial. Se había hecho ya en el pomposamente llamado Mundial de Clubes, con resultados no del todo satisfactorios. Así que la FIFA, ese organismo que vela por la integridad y rectitud del fútbol planetario (de ahí que el Mundial de 2022 se dispute en Qatar) decidió que el VAR estaría presente en la Copa Confederaciones, certamen recién finalizado que ha corroborado que tú a un alemán le pones una camiseta de futbolista y gana el partido.
Nada reseñable ocurrió en el torneo, más allá de algún gol bien anulado en primera y segunda instancia. Pero en la final se produjo la acción que ha dejado al VAR entre malherido y muerto. Sucedió que el chileno Jara propinó un escalofriante codazo al alemán Werner, al que dejó con la boca de medio lado. El árbitro, Milorad Mazic, no vio la acción, pero al quite acudieron los miembros de la comisión, que le avisaron de la gravedad del suceso. Así que Mazic contempló en televisión la escena y consideró que semejante sopapo no merecía más castigo que una tarjeta amarilla. En ese momento, el VAR adquirió la condición de casi cadáver. Porque es el fútbol un deporte en el que los más rectos y entendidos aficionados pueden tener distintos criterios para juzgar la misma acción dudosa. Y viene aquí como anillo al dedo, nunca mejor dicho, aquel suceso que protagonizó el tal Jara en la Copa América de 2015, donde no tuvo mejor idea que meterle un dedo en el culo al uruguayo Cavani. Este contestó propinándole un manotazo, humana reacción, por otra parte, y el árbitro expulsó… a Cavani. Por entonces no existía el VAR, con lo que la decisión quedaba al exclusivo albur del árbitro. Que obviamente no vio lo que hizo Jara. Pero seamos sinceros: no era fácil.
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