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DAMAS Y CABELEIRAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El orgullo del fútbol

Al ritmo que avanza la sociedad, este deporte se está quedado alarmantemente rezagado

Rafa Cabeleira
Un equipo de fútbol gay australiano antes de un partido durante la celebracion del Mardi Gras en marzo de este año.
Un equipo de fútbol gay australiano antes de un partido durante la celebracion del Mardi Gras en marzo de este año.DANIEL MUNOZ

Mientras las calles de medio mundo se engalanan con banderas arcoíris para reivindicar los derechos del colectivo LGTB, el mundo del fútbol sigue marcando unas distancias preocupantes con cualquier movimiento social que se manifieste en favor de las libertades sexoafectivas, como si en alguna de las 17 normas que rigen el juego se advirtiera que, sobre tales cuestiones, no hay nada que decir o celebrar. Bien es cierto que en los últimos tiempos se han dado pequeños pasos en la dirección correcta pero al ritmo que avanza la normalización en otros ámbitos de la sociedad, debemos concluir que el fútbol se está quedando alarmantemente rezagado.

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Sobre las causas de esta actitud esquiva ante una revolución tan necesaria se ha dicho y escrito mucho. Con buenas palabras y cierto tono paternalista, a menudo se aborda la homofobia en el fútbol como una mezcla de folclore y chiquillada a la que no conviene dar demasiada importancia, dicen. Estos días, sin ir más lejos, hemos podido leer en un importante diario digital el siguiente titular: “FIFA amenaza a México con importantes sanciones por su tradicional grito”. Se refiere, por si usted no se ha enterado, a una absurda y despreciable costumbre de acompañar el saque del portero rival al grito de “¡Eeeeh puto!”, una ofensa de pésimo gusto que el redactor confunde con alguna de las bondades del carácter mexicano. Con esta última, por cierto, ya son ocho las advertencias del máximo organismo del fútbol a la Federación Mexicana de Fútbol por lo que se podría pensar que, como poco, se lo están tomando con calma.

Similar fue el pretexto elegido por unos supuestos aficionados de Boca Juniors para perpetrar una campaña de claro tinte homófobo al enterarse de que su equipo tendría una camiseta alternativa de color rosa. La barra llegó a amenazar con parar el partido designado para su estreno, frente a Rosario Central, y la AFA decidió intervenir ordenando que fuese el equipo canalla quien vistiera su segunda equipación pese a contravenir, de este modo, sus propias normas. Curiosamente, la polémica camiseta se convirtió en una de las más vendidas de la historia xeneize en pocas semanas así que los violentos terminaron por advertir beneficios en el asunto, dueños como son del mercado de falsificaciones en los aledaños del estadio. Finalmente, Boca estrenaría ‘la rosada’ en un duelo frente a Gimnasia y Esgrima La Plata.

Aquí, en España, también sobra lana que cardar; no hace falta viajar tan lejos. Desgraciadamente, todavía sigue fresco el recuerdo de aquel minuto de silencio en honor a Johan Cruyff que algunos energúmenos aprovecharon para escupir su “Cristiano maricón” de corrido, sin una triste coma en medio. Al día siguiente, para completar la tarara, un diario catalán despachó la noticia de la siguiente manera: “El señorío de Cristiano Ronaldo era mentira. Sus gestos de negación no eran hacia los gritos, irrespetuosos, que rompieron el minuto de silencio. Los noes de Ronaldo respondían al contenido de esos gritos: Cristiano maricón”. Este, queridos lectores, es el nivel.

Y mientras todo esto sucede -y mucho más- como si nada pasase, la invisibilidad del colectivo LGTB en el fútbol de élite parece condenada a perpetuarse sin que nadie mueva un dedo y con pocas esperanzas en que el VAR sirva para corregir tan clamorosa injusticia. El fútbol necesita sentirse orgulloso de una maldita vez pero, por desgracia, ya no llegará a tiempo para el desfile de este año.

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