El éxito agotador de Luis Enrique en el Barça
Los nueve títulos sobre 13 avalan la obra de Lucho en el equipo azulgrana
Luis Enrique se va del Barça como un campeón, ganador de 9 títulos sobre 13, un currículo que le sitúa a la altura de dos de las mayores celebridades del club como son Johan Cruyff y Pep Guardiola. Nadie lo diría si se atiende al relato mediático y al impacto futbolístico que ha tenido Lucho. A veces se le ha tratado incluso como si fuera un funcionario del tridente que forman Messi, Luis Suárez y Neymar. Ocurre que Luis Enrique no tiene memoria ni quiere ser recordado, sus pocos amigos periodistas saben que jamás le sacarán una noticia porque entonces dejarían de ser sus amigos, y nunca le interesó la propaganda, y menos los homenajes y los premios, ni siquiera los de la UEFA o la FIFA. A veces parece un hombre de viejas costumbres que solo quiere ser esclavo de sí mismo: “Vine a ganar títulos y si no lo haces, vendrá otro”, afirmaba. “Así funciona el Barça”.
Nunca ha sido carismático ni populista, tampoco jugó con las emociones, sino que se remitió a la competitividad y a la ambición como valores, una declaración de intenciones que no admite transiciones, tampoco pausa y tiempo, solo vértigo y exigencia desde el inicio, cuando fue presentado por el entonces director deportivo del Barcelona, Andoni Zubizarreta. “Luis Enrique conocía la idea y se atrevía a desarrollarla; conocía las leyendas del Barça y se atrevía a retarlas; sabía todo sobre los jugadores azulgrana; y disponía de un equipo de trabajo que le complementaba a la perfección. Y sabía igualmente cuál era la dimensión del reto y tenía la energía que necesitábamos. Y se atrevió”, sostiene ahora y argumentó entonces el que fue el último ideólogo futbolístico azulgrana, hilo conductor con Txiki Begiristain de la historia victoriosa del Barça.
A Zubi le destituyó sin venir a cuento el presidente Josep Maria Bartomeu en enero de 2015 cuando Luis Enrique conoció de verdad a Messi en una jornada de rotaciones en Anoeta. Lucho perdió a Zubizarreta sin saber por qué y se amistó con el 10. El pacto revitalizó al equipo hasta el punto de que Bartomeu pudo ganar las elecciones después de la renuncia de su amigo Sandro Rosell. La trayectoria barcelonista fue tan grandilocuente que resultó imposible mantenerla: triplete en la primera temporada, doblete en la segunda y la Copa en la tercera, cerrada en el Calderón. Las victorias menguaron en la misma proporción que decrecía la fuerza contagiosa de Luis Enrique. El Barça se ha apagado al ritmo de Lucho, hasta quedar tan agotado como Guardiola. Aunque con un legado distinto, ambos han dejado al equipo en el mismo punto: hay que montar un equipo que haga feliz a Messi.
“Yo habría hecho lo mismo”, responde Guardiola cuando se le pide que valore el pase de su amigo Luis Enrique por el Barça. Messi acaba con los rivales y agota a sus entrenadores porque solo le vale la victoria en la Copa, la Liga y la Champions. No es que el 10 y su equipo se opusieran a la continuidad del técnico; todo lo contrario si se hace caso a Piqué: “Ha acabado conquistando a toda la plantilla”. Al asturiano, sin embargo, se le acabaron las pilas para seguir evolucionando el estilo azulgrana, gestionar el grupo y aguantar a la prensa por más que su nombre haya sido coreado últimamente en el Camp Nou. “Si hay gente que tiene fobia a las serpientes, él tiene alergia a los periodistas. Tenía contadas todas las conferencias de prensa que le tocarían antes de cada temporada”, relata una persona de confianza que apagaba la televisión cuando veía interpelar a Lucho.
A menudo sospechó que se humeaba más que preguntaba alrededor de una obra que solo compartía con un staff al que ahora ha liberado al completo para que pueda entrenar al Celta. No siempre resultó fácil congeniar sus intereses con los del Barça. No es que se pusiera farruco, pues incluso permitía que un equipo de 12 personas de Barça TV grabara un entrenamiento completo al mes para que pudieran utilizar sus imágenes en sus programas semanales, sino que no aceptaba imposiciones y podía refunfuñar si por ejemplo se le invitaba a no hablar de los árbitros por decisión de la junta de Bartomeu. Al igual que los futbolistas, los profesionales y los empleados del club se acostumbraron tanto finalmente a la manera de ser de Lucho que la mayoría coincide hoy en afirmar: “Le vamos a echar de menos en la Ciudad Deportiva y en el Camp Nou”.
Luis Enrique conocía la idea y se atrevía a desarrollarla; conocía las leyendas del Barça y se atrevía a retarlas Zubizarreta
Aunque fuera brusco, desconfiado y hasta desagradable en la sala de prensa, propenso a abrir frentes innecesarios para la propia institución, partidario del blanco y negro, nunca del gris, en el Barça se le respetaba porque no tenía dobleces, iba de frente, era noble, tenaz, honesto y muy trabajador, digno representante de la cultura del esfuerzo, consecuente con su manera de vivir y disfrutar, siempre pendiente de la bicicleta, del triatlón, participante incluso el Marathon des Sables. A buen seguro que ahora recuperará su condición de ironman asistido por una familia que pasó sus malos momentos, sobre todo cuando a sus hijos les reprochaban en el colegio que su padre se hubiera peleado con Messi. Lucho se cuida y cuida de los suyos, familiar como es, tan interesado en la educación de sus hijas e hijo que incluso les apuntó al método de enseñanza Kumon.
No es fácil descifrar a Luis Enrique. En una entrevista concedida al diario Sport, Ramoncín llegó a decir que en Madrid le llamaban Forrest Gump porque “no le gustaba a la gente”. Quizá no es casual que en su día afirmara no reconocerse como madridista después de 14 años de militancia culer como jugador y como técnico, tres en el Barça B. Nadie lo diría si se atiende a últimas sus tres temporadas en el Camp Nou. Más que el entrenador del Barça, Lucho ha sido el entrenador del primer equipo, en ocasiones incluso solo de 11 titulares, poco dado a contar con la cantera a pesar de que han debutado 16 promesas y se consolidaron Sergi Roberto y Rafinha. El mayor de sus méritos fue llevar hasta la cima del mundo a una plantilla que había tocado fondo cuando perdió la Liga en el último partido contra el Atlético en el Camp Nou.
Luis Enrique ha acabado conquistando a toda la plantilla Piqué
A Luis Enrique se le admira porque levantó a un equipo muerto con decisiones trascendentes como el fichaje de Luis Suárez, obsesionado como estaba con el gol, cuando para contentar a Messi se pensaba en incorporar a Agüero. Hoy Suárez y Messi son íntimos amigos y el Barça ha protagonizado una etapa rica en triunfos: 9. La herencia que deja Lucho, la evolución o involución del ADN azulgrana, el liderazgo con y sin el 10, son debates que no le interesan, rehén como ha sido de la victoria. El problema es que ya no le valía con los goles que marcaba su equipo sino que le condicionaban los que encajaba, porque el equipo ya no presionaba ni corría tanto, dejó de ser imprevisible y necesita recuperar el hambre. “Los jugadores advierten cuando te relajas”, recuerda, exigente como es. “A todos, a mí y a los jugadores, nos irá bien parar, dejarlo”, insiste Luis Enrique.
El reto para cualquier entrenador, como cuando se fueron Rijkaard, Guardiola, Tito Vilanova y Tata Martino, parece ser siempre el mismo: que Messi sonría. Así de sencillo y así de complicado porque la expresividad del 10 depende siempre de quien le haga reir o llorar, ganar o perder, ser o no ser, una cuestión muy propia del Barça. Hoy a Messi se le ve pensativo y para sacarle de la duda hay que estar muy despierto y no agotado como acabó Luis Enrique.
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