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Dybala: “¿Qué hay de malo en intentar ser decente?”

El delantero argentino de la Juventus, icono de la nueva generación de futbolistas albicelestes palpita la final de Champions ante el Real Madrid

Dybala celebra un gol ante el Crotone.
Dybala celebra un gol ante el Crotone.Antonio Calanni (AP)

El delantero de la Juventus Paulo Dybala (Argentina, 1993) es el último relevo oficial de Maradona y Messi. La nueva generación. Un buen chico. Atento, lo anticipa todo. No tiene límites ni ideologías. Es uno de los pocos argentinos hinchas de Brasil, el gran enemigo. “Me gusta su soltura, la alegría con que se divierte con el balón. Siempre he admirado a Ronaldinho y la idea de que el juego sea magia y no sufrimiento. El primer Mundial que vi por televisión fue el de 2002, la final Alemania-Brasil. Yo iba con la triple R, también por Ronaldo y Rivaldo. Su diversidad era genial. Me gusta todo lo que representa lo opuesto a mí. Por ejemplo, Pirlo, Del Piero, Agüero y la frialdad de Benzema. Los killers no me disgustan; los que actúan con resolución, los que no sudan, los que matan sin ser barrocos. Y sí, lo admito, no sé bailar el tango”.

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Lleva cuatro tatuajes, pero no son demasiado exagerados. “No me gustan los matones, los jugadores malintencionados, los que viven de los excesos, los que piensan que está justificado hacer lo que no está bien porque así alguien hablará de ellos, los que quieren ser diferentes a toda costa. Mi imagen es importante para mí. ¿Qué hay de malo en intentar ser decente? No me tiro en el área, no busco el penalti. Se puede hacer algo por los demás sin ser un desgraciado ni estar furioso; sin escupir a la vida. No creo en los hermosos malditos. No es difícil evitar construir otros infiernos. Entre la santidad y la indiferencia hay muchas vías intermedias. A mí me gustan los que tienen estilo, como Federer y Bolt; las personas que te conmueven, y también Agassi por la manera en que se anticipaba con sus golpes, por determinados ángulos”, explica antes de la final de la Champions, el próximo sábado 3 de junio ante el Real Madrid.

"Me gusta todo lo que representa lo opuesto a mí"

El esbozo del futuro ídolo fue obra del padre. Adolfo —futbolista ya difunto que dirigía un establecimiento de apuestas en el pueblo— fue quien puso a Paulo tras el balón. A los cuatro años, el niño ya estaba en el campo. A los 15, el juego se detuvo. Y también la respiración de Adolfo, que lo acompañaba siempre en coche al entrenamiento. El padre murió por un tumor en el páncreas. Corría el año 2006. Paulo estaba en crisis y se trasladó a la residencia para jóvenes promesas del Instituto de Córdoba. “Sin padre, sin familia, por las noches me iba a llorar al baño”.

En 2012, a través de una bisabuela, llegó a Palermo con pasaporte italiano y allí empezó a trabajar sus puntos débiles. “Soy zurdo. Hasta me lavo los dientes con la izquierda. Entonces cogía un bolígrafo e intentaba escribir, pero con el pie derecho. Me lo ponía entre el dedo gordo y el siguiente. Practicaba como un loco para tener más sensibilidad y capacidad. También entrenaba los ojos. Para ver más allá y en distintas direcciones, para anticiparme a los adversarios e intuir las trayectorias. También empecé a ir mucho al gimnasio. En Italia aprendí a defender el balón. Para mí es importante. Si Cristiano Ronaldo ha superado los 360 goles es porque, siendo diestro, también golpea con fuerza con la izquierda. Solo con un pie soy más fácil de marcar. En Italia la defensa va en serio. Tienen una buena escuela”.

"Se puede hacer algo por los demás sin ser un desgraciado ni estar furioso; sin escupir a la vida. No creo en los hermosos malditos"

La máscara de ‘Gladiator’

Paulo está en paz con las cosas que ha perdido y que no volverán. “Cuando era pequeño, mis amigos del colegio salían a hacer excursiones largas, y yo no podía por el fútbol. He sufrido, sí. No por la discoteca, sino por la despreocupación, por la levedad que compartes con tus compañeros a una edad a la que te parece que no hay nada que no se pueda aplazar. Ahora sé que los sacrificios son necesarios, que hay que tener cuidado con la alimentación, y que, al final, hay recompensa. Pero también sé que mi padre ya no está, que no me ha visto crecer y ganar, y este dolor me enseña que hay que darse prisa. Por eso me gustaría tener hijos pronto. Así tendrán más tiempo para conocerme y para estar conmigo”. Su novia, Antonella Cavalieri, vive con él desde la época de Palermo. “Ella hace que no pierda el control. Tenerla cerca significa que no busco distracciones por ahí, que no me dejo llevar”.

"Cogía un bolígrafo e intentaba escribir, pero con el pie derecho. Me lo ponía entre el dedo gordo y el siguiente. Practicaba como un loco para tener más sensibilidad y capacidad"

Descubrió el sur cuando llegó a Turín. “En cuanto llegué al norte, a la Juve, me di cuenta de que hay varias Italias diferentes. En Palermo vivía en Mondello, salía en bicicleta, iba a la playa, los vecinos me cuidaban aunque tuviese a mi madre, Alicia. Para cualquier cosa que me hiciese falta, estaban ellos. Turín es elegante y discreta; te deja en paz. Pero si necesitas azúcar, no sirve de nada llamar a la puerta del vecino. Más vale ir directamente al supermercado. Nosotros, los argentinos, somos afectuosos, necesitamos a la familia, no nos asusta la gente en grupo. Por eso, este carácter reservado me pesa un poco. Aquí, cuando vamos hacia el estadio en autobús, cada uno lleva puestos sus auriculares y escucha sus canciones. En Argentina estaba acostumbrado a un aparato gigantesco que lanzaba música a chorros. Todos íbamos al mismo ritmo. A lo mejor éramos unos paletos, pero era divertido”.

"En la vida hay que volver a levantarse y luchar, pero también entender que hay guerras inútiles"

Cuando marca, hace el gesto de la máscara. “Nació de un error, del penalti que fallé contra el Milan en la final de la Supercopa en Doha. No fue un momento alegre. Al contrario: me sentía decepcionado, sobre todo por mí mismo, no conseguía reponerme. Cuando miraba a los demás, me sentía culpable. Así que publiqué la frase de Michael Jordan que dice que ha logrado el éxito porque ha fallado mil veces en la vida. La máscara es la de Gladiator, una película que he visto 30 veces. En la vida hay que volver a levantarse y luchar, pero también entender que hay guerras inútiles. En el juego de las comparaciones, me comparan con Messi, pero yo no tengo que regatearlo. Él ya ha hecho; yo estoy haciendo. En la selección nacional quiero ganar con Messi, no en lugar de él. El juego es estar juntos, no perder nunca a nadie”.

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