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El fútbol de las mazahuas que juega en contra del machismo

Un grupo de mujeres utiliza al balompié como pretexto para fortalecer a una las comunidades indígenas de México azotadas por el machismo y violencia de género

El equipo femenino de fútbol mazahua.Vídeo: Ángel Plascencia
Diego Mancera

Guadalupe García dejaba listas las tortillas hechas con sus propias manos. La adolescente también debía barrer el patio de su hogar para después escaparse a jugar fútbol, una actividad clandestina para las mujeres de las comunidades mazahuas. Este pueblo indígena del Estado de México se escandalizaba si las niñas vestían unos pantaloncillos y chutaban con el balón, hasta que Lupita, como le dicen, fundó la primera selección mazahua de fútbol.

“Los hombres de mi comunidad me decían que me iba de loca, que iba a perder el tiempo. La comunidad te señala. Te chiflan como si ponernos un short fuera para agradarles”, menciona García, quien nació en San Juan Coajomulco, una comunidad en el municipio de Jocotitlán, en el Estado de México, la entidad azotada por un incontable número de feminicidios y agresiones hacia las mujeres.

García creció cobijada por la violencia. Uno de sus abuelos mató a golpes a su abuela. Su madre se casó cuando tenía solo 14 años y su padre era alcohólico; sus hermanas se casaron cuando aún cursaban la educación secundaria. Ese ambiente la alejó del fútbol y la llevó a la Ciudad de México como trabajadora del hogar. No le quedaba de otra. “Decidí regresar a estudiar, no me gustaba cómo me trataban. Hice una tesis sobre la violencia hacia las mujeres en mi comunidad”, así es como cuenta el comienzo de su organización civil Mujeres, Lucha y Derechos para Todas (Mulyd)

“Lo que hacemos es empoderar liderazgos femeninos con niñas a partir del fútbol. Utilizamos al fútbol como un medio para la promoción y defensa de los derechos humanos de las niñas mazahuas”, explica mientras planifica un juego amistoso. Ella, junto con otras dos mujeres, recluta niñas menores de 15 años en siete municipios pertenecientes a la comunidad mazahua para entrenar.

Mónica García, una de las deportistas que forma parte de la selección mazahua, aprendió a jugar fútbol gracias a Elsa, su madre. La veía jugar cada fin de semana y ganar las medallas que cuelgan en una de las paredes rosadas de su casa. “El director de mi escuela me dijo que como niña no debía practicar mucho este deporte, también [me lo dijo] una orientadora”, recuerda la chica de 14 años y añade “les dije que era mi asunto, que quería jugar y nadie me lo iba a impedir”.

Las costumbres rígidas en la cuna mazahua de México dictan a sus mujeres “obedecer, callar y aprender a hacer las cosas que nos indican en las casas”; sin embargo, en cada una de las comunidades los contextos son distintos y varía el nivel de la opresión hacia ellas. “Conozco a algunas chicas que no las dejan jugar, dicen que no es para mujeres, que solo están para las tareas del hogar. Cuando las ven jugando les dicen que se vayan a lavar la ropa”, comenta Maye Álvarez de 16 años.

Maye tiene fuera de casa una portería rudimentaria hecha con dos delgados troncos de madera y una cuerda que funciona como larguero. Ahí entrena en lo alto de un cerro en el poblado de El Pintado. Ella quiere seguir en el fútbol incluso jugar en un equipo a nivel nacional. Mientras habla toma con fuerza su mochila, ahí tiene su tesoro, un par de botines blancos que le regaló su padre. Cuando va a los entrenamientos del conjunto mazahua hace cuatro horas de viaje al tomar dos autobuses y gasta hasta 100 pesos cada fin de semana, el presupuesto de toda una semana para ir a la escuela.

Las futbolistas mazahuas se han ganado el reconocimiento de su comunidad, el primer reto en una sociedad machista. Cuatro de ellas han logrado obtener becas académicas y deportivas, como lo es Yokary González, quien a partir de su habilidad con una pelota puede estudiar en Toluca, la capital del Estado mexiquense. “El proyecto no sólo impacta a las niñas, sino también a sus familias. Se vuelven un referente de éxito para toda la comunidad”, asegura Lupita García y explica que su organización se mantiene de donaciones y eso ha detenido la expansión de su equipo.

El equipo mazahua durante un juego realizado en Jocotitlán
El equipo mazahua durante un juego realizado en JocotitlánA. Plascencia

“Nuestro objetivo es que las compañeras se muevan, sientan el sudor, la adrenalina. Cuando entran al campo son ellas mismas, ahí se reconocen como dueñas de su cuerpo”, comenta la mujer que se rebeló. Las chicas mazahuas juegan al fútbol como un acto de protesta en un terreno con el pasto quemado por el sol. En lugar de vallas de publicidad hay una colección de grandes piedras y unos espinosos cactáceos. Las deportistas de Mulyd juegan contra un conjunto representativo del municipio de Jocotitlán. El juego es anárquico. Lo vencen 4-1 las pupilas de García, pero eso poco importa, lo que quieren es ganar el derecho a patear un balón.

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Sobre la firma

Diego Mancera
Es coordinador de las portadas web de la edición América en EL PAÍS. Empezó a trabajar en la edición mexicana desde 2016 escribiendo historias deportivas. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación y Periodismo por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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