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Victoria en Cagliari de Gaviria, tercer maglia rosa en tres días

Un abanico forzado a lo bruto por su compañero Jungels favorece el triunfo del sprinter colombiano

Carlos Arribas
Gaviria gana en Cagliari.
Gaviria gana en Cagliari.LUK BENIES (AFP)

En los años 70 jugaba en el Cagliari Gigi Riva, un delantero que soltaba zurdazos como coces y tan duro le daba al balón que se contaba que una vez un remate suyo rompió las redes de la portería y el balonazo le rompió el brazo a un niño que estaba en la grada. Como Riva, tan bruto, tan duro, tan preciso, corrió ayer Bob Jungels, un ciclista luxemburgués que cada año que pasa recuerda más a Indurain, y que, Superman aliado con el viento, con solo dos pedaladas destrozó al pelotón, que llegaba asustado a Cagliari, donde, Riva, enfermo, se quedó en la cama.

Bajo el impulso de Jungels, y con la colocación y la fuerza de sus compañeros entusiastas del Quick Step, se rompió el pelotón en unos cuantos pedazos. Tras dos días de sopor, el Giro despertó a golpes de viento del norte-noroeste.

La costa mediterránea de aguas turquesas se hizo, de repente, mar del Norte embravecido por el viento. Italia fue Bélgica. El ciclismo se convirtió en un ejercicio de supervivencia. En el grupo de delante, quedaron los más aptos, Riva-Jungels y media docena más, entre ellos Fernando Gaviria, el sprinter colombiano, que no desaprovechó la ocasión y, como un misil lanzado por su compañero argentino Max Richeze ganó la etapa, la tercera del Giro, la última en Cerdeña. Se convirtió, con la bonificación, en el tercer líder que conoce la carrera rosa de 2017. Lo celebró más en el podio y en sus palabras (“dormiré de rosa”, dijo, emocionado) que sobre la bici. Como buen pistard que es, consumada la victoria agarró el manillar por la parte superior, y solo después levantó el brazo. Tiene 22 años, debuta y a la tercera llegada supo ya ganar. Una señal de grandeza del ciclista de La Ceja, junto a Medellín, que confirma sus primicias en el velódromo desde niño y sus sprints victoriosos en Polonia, Tirreno, Argentino, Portugal y, sobre todo, en la París-Tours del otoño pasado.

Nibali, Nairo y otros favoritos, que sufrieron para no perderse en los últimos kilómetros, llegaron en el segundo grupo, a 13s. El colombiano, gran favorito, estuvo a punto de entrar en el buen abanico de la mano de su compañero Bennati, el gran especialista en la materia de vientos, llanos y llegadas complicadas, pero una ráfaga de viento violento le hizo trastabillar, tan ligero de peso, y casi lo derriba.

El Giro navegó después hacia Sicilia, donde hoy descansa. Volverá mañana a lo grande con la etapa que termina en el Refugio Sapienza, a 1.892 metros, al pie de los cráteres del Etna, el gran volcán de Europa. Allí, Gaviria, el cuarto colombiano que ha vestido de rosa, tras Rigo Urán, Nairo y Esteban Chaves, cederá el liderato a un cuarto hombre. No le importará a Gaviria. Su reino es otro, y su reinado será largo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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