Lorenzo, media vida en el Mundial
El español debutó hace 15 años en Jerez, donde hoy cumple 30
Pantalones verdes y camiseta roja, los colores de su Derbi, número 48, sobre las que apoya la mano derecha. La izquierda, en el bolsillo. El gesto serio: “Hola, soy Jorge Lorenzo, mañana cumpliré 15 años y debutaré en el campeonato del mundo”, dice mirando a cámara. Fue (y es) el debutante más joven del Mundial. De hecho, salvo excepciones como la que se hizo con Fabio Quartararo, hoy la edad mínima son los 16. En el caso del mallorquín, no pudo competir en las dos primeras carreras y tuvo que esperar al sábado para tener la edad permitida y subirse a su 125cc. Eso propició que se estrenara en casa, en el gran premio de España. “Pero llevo desde los tres años corriendo en moto”, puntualizaba él. Han pasado 15 años desde entonces. Media vida para Jorge Lorenzo, que hoy, de nuevo en el circuito de Jerez, celebrará la efeméride y, además, su 30 cumpleaños.
Cuando Dani Amatriaín, expiloto y entonces socio de Emilio Alzamora, quedó prendado de él llevaba una cresta punki y dos estrellas como corte de pelo. Observó algo en él más allá de esa querencia a hacerse el rebelde. Era la Copa Aprilia, tenía 10 años y llevaba una moto de 50cc. Ganó. Al año siguiente se subió a la Aprilia de 125cc, “una moto de calle prácticamente” —recuerda Juan Llançà, Juanito, su mecánico de toda la vida—, y también ganó. “Cuando lo conocí, a los 11 años, era muy pequeño físicamente. Tenía mucho carácter y era muy rápido. El carácter diría que aún es el mismo. Cuando las cosas no le salen...”, dice con una sonrisa.
Y rememora entre carcajadas aquella carrera del Europeo que le ganó Andrea Dovizioso, hoy su compañero de equipo en Ducati. Tenía 14 años, aquel año combinaba el Campeonato de España y el Europeo: “Había hecho la pole, salió bien, hizo toda la carrera primero; pero Dovizioso se le enganchó. Y en la última curva de la última vuelta le pasó. Había hecho una carrera muy buena, pero el otro lo siguió y estudió muy bien, y él, que no sabe mirar atrás, cayó en su trampa. Empezó a tirarlo todo por tierra. Y no quería subir al podio, llevaba un berrinche tremendo, lloraba como una madalena y decía que aquella carrera la había ganado él, que había ido todo el rato primero”. Finalmente, subió al podio, obligado, por supuesto, y con cara de malas pulgas.
“Ya no tiene que demostrar lo bueno que es”
Separados sus padres desde bien pequeño, tuvo que decidirse por la vida con la que soñaba. Lorenzo quería ser piloto y escogió vivir con su padre, Chicho. Ya con 15 años confesaba en una entrevista que echaba de menos a su madre, María, y a su hermana pequeña, Laura. Desde la adolescencia le educaron más como piloto que como hijo y en el circuito tuvieron que enseñarle a dar los buenos días. “Ahora también pasa a veces. Llega tan concentrado al box que tengo que recordarle que salude a los mecánicos cuando entra”, dice Juan Llançà, que aun así le observa algo más cariñoso. “Ahora es más abierto con la gente que conoce y con la que tiene confianza, en eso ha cambiado”. Y se reconoce sorprendido por su relación con otros pilotos: “Ni yo me imaginaba que pudiera llevarse así de bien con otros rivales. Era complicado pensar que pudiera llegar a ser amigo de nadie. De hecho, no sé cuántos amigos reales tiene, los podría contar con una mano”. A él, dice, lo tendrá siempre.
Gigi Dall’Igna, con quien ganó los dos títulos de 250cc en Aprilia y que le ha reclutado para su proyecto en Ducati, recuerda a aquel “chaval de 15 años que quería comerse el mundo”; “aquello me provocaba mucha ternura, es bonito ver a un niño que quiere hacer cosas grandes”, dice. Ahora confía en él porque en Bolonia necesitan “un poco de calma”. Y de Lorenzo opina que es “seguramente uno de los mejores pilotos de la historia, con cinco Mundiales, así que no tiene que demostrarle a nadie lo bueno que es”.
Hay pocos en el Mundial que puedan hablar de Lorenzo con más conocimiento de causa que Juanito, que el único año que no ha estado en su mismo equipo fue aquel 2002 en que debutó. Llegó a Jerez con aires de grandeza. En una entrevista en El Magazine se veía con 19 años “con un chalé, un Ferrari y diez criadas” y en lo profesional, “campeón del mundo de la cilindrada reina”, aunque su arrogancia no hacía más que ayudarle a esconder su enorme timidez. Su ídolo era Biaggi, hoy su amigo. Y de Rossi decía que le gustaba, “pero tiene algo de payaso”. Eran los (insospechados) orígenes de una bella rivalidad.
Llançà hablaba a menudo con su padre, Chicho. “No le fue muy bien aquel año, se cayó mucho, se rompió un par de veces la clavícula. Tenía problemas con el equipo, prácticamente formado por italianos, porque apenas hablaba. Cuando se caía o no le iba bien la moto se sentaba en la silla con la cabeza gacha y como le preguntaban en italiano y él no lo entendía, no decía nada”. Amatriaín, su representante hasta el 2008, reclutó a Juanito como jefe de mecánicos: “Le ayudé a entender un poco la moto. No fue fácil, porque ese carácter... Pero acabó ganando en Brasil”, recuerda.
“Desde entonces hasta hoy no es que hayamos estado siempre juntos, pero casi”, sonríe. Es el único miembro del equipo que tenía en Yamaha que le acompaña en Ducati. Cuando le preguntó si le quería con él en su nueva andadura no le dio opción a elegir. “Un día, hace más de diez años, me dijo que cuando se retirara él, me retiraría yo. Ya tengo 56, vamos por ese camino”.
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