La rebelión de los verdaderos dueños de Maracaná
El estadio se construyó en 1950 gracias a la venta de asientos perpetuos. Hoy, sus propietarios piden ser indemnizados por no haber podido usarlos en el Mundial y los Juegos
En 1948, una campaña inundaba las radios y los periódicos de Río de Janeiro demandando el “deber patriótico” de colaborar en la construcción del “estadio más grande del mundo”. Para mitigar el costo de la gigantesca obra de Maracaná, al municipio se le ocurrió una idea singular: vender las mejores localidades a particulares, algunas durante cinco años y otras a perpetuidad. Gracias a esa suerte de crowdfunding a la vieja usanza, la mole de cemento se levantó a tiempo para albergar el Mundial de 1950.
Los compradores de aquellos pedacitos de grada y sus familias se identifican aún hoy como depositarios de una herencia común en un recinto mítico. “Nos sentimos dueños de una parte del estadio, especialmente por su vínculo emocional. Yo no me voy a olvidar de la primera vez que entré en el campo y vi la masa humana de Maracaná. Y allí, en el medio, nuestro huequito”, afirma Daniel Mazola, nieto de uno de aquellos compradores pioneros y heredero de la butaca hasta que se desprendió de ella. “Vi venir el lío y la vendí en 2013, cuando lo privatizaron. No me arrepiento a la vista de lo sucedido”.
Lo sucedido es que casi 70 años después, el estadio vive en un limbo de dejadez e incertidumbre. Su propietario actual, el Estado de Río de Janeiro, se declaró en quiebra el pasado año. Y la empresa que lidera el consorcio que lo administra, Odebrecht, está en el ojo del huracán por sus continuos escándalos de corrupción, que salpican a Gobiernos de toda Latinoamérica, por lo que busca vender la concesión. Además, el recinto, con capacidad actual para 95.000 espectadores según la FIFA, ha estado abandonado durante meses por el conflicto entre la concesionaria y el Comité Olímpico de Río 2016 por el estado en que fue devuelto tras los Juegos.
En medio de ese embrollo, aquellos que financiaron el viejo Maracaná reclaman sus derechos. La mayoría de los 2.976 propietarios de las 4.968 cadeiras cativas (sillas cautivas) han recurrido a la justicia para exigir una indemnización por no haber podido usarlos durante la Copa Confederaciones de 2013, el Mundial de 2014, y los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de 2016. En ese carrusel de eventos, el Estado suspendió el acceso a los asientos perpetuos por los compromisos adquiridos con la FIFA primero y con el COI después. A cambio, estipuló que los propietarios recibirían una indemnización equivalente a la localidad más cara del estadio. Pero a fecha de hoy, según los datos proporcionados por el propio Estado, solo se ha pagado parte de lo comprometido para la Confederaciones. Las acciones referidas al Mundial y los Juegos Olímpicos continúan en el ámbito judicial.
En venta
“Nosotros ejercemos un derecho amparado por la ley”, reclama Ricardo Kutwak, abogado de casi 500 demandantes y él mismo propietario de varios asientos perpetuos. “Hemos pedido, además de la indemnización material, otra por daño moral. Es una frustración no haber podido disfrutar de los grandes acontecimientos”, añade.
La sensación de ser un estorbo en su propia casa la comparten otros propietarios. Para Dekko Roisman, dueño de dos butacas, “todo se hubiera arreglado si nos hubieran dejado ir gratis a cualquier otro sector del estadio durante esas competiciones. Yo me hubiera sentado hasta en el tejado del estadio. Te garantizo que no hubiera ido nadie a juicio”, sostiene. “Podían habernos expropiado y ya está, pero no lo hicieron y ahora tienen que pagar”, concluye.
Los asientos perpetuos se heredan pero también se compran y venden en un mercado siempre activo, como testimonia el propio Roisman. “Yo iba invitado muchas veces, pero en 2007 me decidí a comprar, con los rumores de que Brasil sería sede del Mundial. Me costó casi 3.000 euros. Tres semanas después estaban a 10.000”. A pesar de las vicisitudes que ha atravesado Maracaná, la burbuja no ha explotado. Hoy los asientos que se encuentran en la web rondan los 13.000 euros. Pero el futuro es incierto. Desde septiembre de 2016 el estadio presenta un aspecto fantasmal. Solo se abrió el pasado 8 de marzo para el partido de la Copa Libertadores entre Flamengo y San Lorenzo de Almagro, previo pago por parte del club carioca de más de medio millón de euros en concepto de alquiler y puesta a punto de las instalaciones, incluido el césped, quemado por el desuso en pleno verano tropical.
El grupo francés Lagardère está cerca de llegar a un acuerdo con Odebrecht, empresa envuelta en la investigación de la trama corrupta, para hacerse cargo de la instalación, que de momento nunca ha llegado a ser un negocio, como aspiraban los concesionarios. Tampoco podrá volver a ser aquel templo circular que encerraba un espíritu popular y una mística única, cargado de historia desde el Maracanazo de Ghiggia hasta los Juegos de Río. “Cuando tiraron el antiguo Maracaná algo se rompió en mí”, confiesa Mazola. Maracaná ya no es siquiera el estadio más grande del mundo. Le queda el nombre, la ubicación y, de momento, las cadeiras cativas.
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