El ajedrez nutre la educación innovadora
El rey de los juegos aporta muchos valores y habilidades necesarios en una realidad muy cambiante
El ICOT (el congreso sobre pensamiento más importante del mundo) incluyó el ajedrez en su última edición (Bilbao 2015) y proyecta hacerlo en la próxima (Miami 2018). El Parlamento Europeo (2012, con 415 eurodiputados a favor) y el Español (2015, por unanimidad), apoyan el ajedrez educativo. Los resultados de las experiencias piloto, como la ya consolidada en Cataluña, confirman que esos tres organismos tienen razón. Y la mayoría de los estudios científicos llegan a conclusiones positivas.
En la Generalitat de Cataluña están muy satisfechos tras cinco cursos de introducción del ajedrez como herramienta transversal e interdisciplinar en horario lectivo en más de 300 escuelas. Lo único que lamentan es que la crisis económica haya impedido acelerar el proyecto. “Más del 80% de los docentes implicados están satisfechos o muy satisfechos; ese porcentaje es altísimo si lo comparamos con otras herramientas que hemos probado”, me dijo el sábado Montserrat Payés, responsable del Servicio de Ordenación Curricular de Educación Infantil y Primaria.
Estábamos en la Universidad de Girona, que, junto a la de Lleida, diseñó un estudio científico paralelo, comparando a los alumnos de ajedrez educativo con los de un grupo control. Sus coordinadores quieren repetirlo, ampliando el campo y corrigiendo pequeños fallos metodológicos (quienes pasaron las pruebas en los centros del grupo control eran docentes de esos colegios, en lugar de personas neutrales), pero están convencidos de que esas correcciones no variarán sustancialmente las conclusiones provisionales: los alumnos de ajedrez educativo han desarrollado más su inteligencia, incluida la emocional, y han mejorado su rendimiento académico, sobre todo en matemáticas y comprensión lectora. Ese convencimiento se basa principalmente en lo que observan cada vez que visitan los centros implicados, pero también en que tales resultados coinciden mucho con los de otros estudios publicados, como los realizados en Tenerife, Trier (Alemania) y Aarhus (Dinamarca).
Además, ese alto grado de satisfacción también puede verse en otros muchos colegios españoles de amplia experiencia con el ajedrez en horario lectivo. Por citar sólo algunos de los que el autor de estas líneas ha visitado personalmente, los hay privados de gran prestigio (Montserrat, en Barcelona; Europeo, en Madrid; El Altillo, en Jerez de la Frontera, Begoñazpi, en Bilbao; Robinet, en Piélagos); o concertados (cooperativa Gredos-San Diego, en Madrid; Luis Vives, en Elche; Ciudad Infantil San Jorge, en Alicante); o públicos (Germán Fernández Ramos, en Oviedo; Santa Anna, en Oliva; varios de Galicia, Cantabria, Menorca y Tenerife).
Hay tropecientas razones de peso para exigir que el jefe del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, pida disculpas por unas recientes declaraciones al Frankfurte Allgemeine, en las que afirmaba que los países del sur “gastan todo su dinero en copas y mujeres, y luego piden el rescate”. En lugar de fijarse sólo en los pestilentes juicios por corrupción, el soberbio holandés (se ha negado a rectificar) haría bien en mirar otras cosas. Por ejemplo, España e Italia promueven o participan en diversas experiencias de ajedrez educativo financiadas con fondos europeos. España, junto con Argentina y Uruguay, es la vanguardia mundial en ese campo; y Extremadura en concreto, la principal referencia en cuanto a sus aplicaciones sociales y terapéuticas (cárceles, rehabilitación de drogadictos, retraso del deterioro cognitivo y un largo etcétera); los Parlamentos de Canarias y Galicia ya han tomado decisiones similares a las citadas del Europeo y el Congreso de los Diputados de España; los Gobiernos de Canarias y Andalucía acaban de aprobar y financiar campañas masivas para formar a los docentes en ajedrez; una gran parte de los mayores expertos del mundo en ajedrez educativo proviene de esos países, así como de Colombia, Venezuela y México.
Además de la escasez de docentes capacitados para utilizar el ajedrez como herramienta educativa, el otro punto negro del asunto es que muchas experiencias de enorme interés no van acompañadas de estudios científicos bien diseñados y rigurosos, que sin duda darían un respaldo académico mucho mayor a los resultados. El prestigioso investigador suizo Fernand Gobet, exajedrecista y catedrático de Psicología Cognitiva en la Universidad de Liverpool, desempeña muy bien su necesario papel de mosca cojonera cuando lo recuerda una y otra vez, y también cuando señala que algunas de las virtudes que se atribuyen al ajedrez aún no han sido demostradas científicamente. Por ejemplo, que la memoria a corto plazo que los jugadores desarrollan mucho sea transferible a otros ámbitos de la vida normal.
Pero no se requiere estudio científico alguno para asegurar categóricamente que el ajedrez desarrolla, por ejemplo, la atención, la concentración y el pensamiento lógico; y también que enseña a prever las consecuencias de nuestros actos; millones de jugadores y miles de educadores pueden dar testimonio de ello. Y quizá sea aún más importante recalcar que no es necesario quitar otra materia del currículo para introducir el ajedrez, porque éste puede emplearse de manera transversal (inteligencia emocional) en todas las asignaturas, o interdisciplinar para hacer más amenas las clases de Matemáticas (geometría, aritmética, cálculo mental, álgebra…), Lengua, Historia, Inglés o Educación Física, como se ha comprobado en múltiples experiencias con buenos resultados.
Incluso el hipercrítico y superescéptico Gobet lo admite en un reciente artículo publicado por este periódico, que firma junto al italiano Giovanni Sala: “Parece que la práctica del ajedrez tiene efectos moderados sobre la capacidad cognitiva y el éxito de los niños en matemáticas”. Aunque, fiel a su línea habitual, añade una puya: “No obstante, es probable que la influencia positiva se deba a un efecto placebo, como por ejemplo la excitación que provoca una nueva actividad”.
Es muy probable que Gobet cambie de opinión si escucha alguna de las conferencias del argentino Juan Luis Jaureguiberry, el mayor experto del mundo en ajedrez para las clases de Matemáticas, como lo han hecho miles de docentes argentinos, mexicanos, españoles y panameños cuando se han puesto de pie para aplaudirlo. Los científicos, a veces inmersos en demasía en un mundo teórico, suelen olvidar que los estudios perfectos pueden ser carísimos o casi imposibles si se quiere lograr una metodología irrefutable.
Y también ignoran a veces lo que indica el sentido común: en un colegio donde el ajedrez es popular, los alumnos están más atentos en clase si los profesores de Matemáticas, Lengua, Historia o Inglés lo utilizan para captar su atención y facilitar la comprensión de ideas complejas. Para entender eso, no hace falta haber estudiado en Harvard. Por ejemplo, cuando el profesor de Historia deba explicar la Revolución Francesa, tendrá más éxito si empieza la clase hablando de Philidor (1726-1795), el mejor ajedrecista del mundo de esa época, también músico eminente, capaz de jugar cinco partidas simultáneas con los ojos vendados, y autor de una frase redonda –“Los peones son el alma del ajedrez”- pocos años antes de que los peones de la sociedad francesa (y poco después, los de gran parte del mundo) empezaran a ganar derechos y libertades. Impresionados por Philidor, los alumnos estarán mejor preparados para querer saber a continuación quiénes fueron y qué hicieron Diderot y Robespierre.
El ajedrez, único deporte que se puede practicar por Internet, con 188 países afiliados a la Federación Internacional (FIDE), casa muy bien con algunas ideas fundamentales a la hora de renovar la educación en el siglo XXI. En menos de quince años, al menos la mitad de nuestros niños ejercerán profesiones que hoy no existen, utilizando tecnología y resolviendo problemas que aún no existen. Los maestros tendrán que enseñar lo que no saben. El temor a que el progreso de las computadoras acabe con el ser humano dependerá de que sea éste quien tome las últimas decisiones y sepa interpretar el diluvio de datos que le dará la máquina. Todo ello requiere una educación que enseñe a pensar de manera muy flexible, adaptándose con rapidez a una realidad muy cambiante; y una gran capacidad para tomar decisiones razonadas, profundas y rápidas. Los ajedrecistas tienen todos esos procesos automatizados, porque los realizan muchas veces en cada partida. Otra cosa es que algunos de ellos estén obsesionados con el ajedrez, que ocupa su vida por completo, y por tanto no puedan transferir lo desarrollado. Pero en este artículo se habla del ajedrez como herramienta educativa, no de la competición profesional.
Parece que, por fin, los principales partidos políticos españoles tienen una voluntad real de llegar a un consenso firme y duradero en lo relativo a la educación. Y cabe suponer que las importantes ideas del párrafo anterior estarán encima de la mesa en sus discusiones. Confío en no ser demasiado optimista si también supongo que sus señorías están preocupadas por la nefasta influencia en millones de personas de lo que muy suavemente se llama “telebasura” (sugiero a la Real Academia de la Lengua que adopte el término telemierda, porque es mucho más apropiado a la bazofia que algunos vomitan en programas de gran audiencia); un juego milenario que enseña a pensar puede ser útil en ese ámbito. En definitiva, el ajedrez educativo encaja como un guante con muchos parámetros de la educación innovadora; por eso, los grandes gurús de Harvard lo incluyen en el ICOT.
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