Isidro al Madrid y Luis al Betis
El Boletín del Real Madrid de julio de 1961 anunciaba el fichaje de un jugador del Betis, Isidro. “Era una lástima que un jugador así estuviera fuera de la actividad”, añadía crípticamente, al tiempo que agradecía la comprensión de la directiva bética en las negociaciones.
Isidro Sánchez García-Figueras nació en Barcelona, donde a su padre, interventor del Banco de España, le pilló el inicio de la guerra. A los tres años le llevaron a Jerez, donde se crio. Siempre se consideró jerezano. Fue, además, sobrino por parte de madre de un célebre alcalde de la ciudad. Estuvo en el Betis que regresó por fin a Primera División tras una larga travesía. Jugó con la Selección de Promesas contra Italia, en marzo de 1959. En enero del 60 le marcó al Madrid el gol de la primera victoria del Betis sobre los blancos en lo que podríamos llamar la época moderna. Era un puntal del equipo, como medio de ataque. Pero en verano del 60 su relación con el club se agrió. Casado con Carmen Flores, hermana menor de la celebérrima Lola, quiso ser también agente suyo, y le faltaba tiempo para ambas actividades. Lola tiraba de ellos hacia Madrid, donde quería que Isidro, muchacho instruido y de alto nivel, fuera el gerente del espectáculo de las hermanas, incluso en las giras.
Empezó a incumplir con el Betis. Se le mejoró el contrato (él argumentaba que podía ganar más como gerente del espectáculo de las Flores), pero la situación hizo crisis cuando no apareció en la concentración del equipo en vísperas del Betis-Sevilla de la 60-61. El club le declaró en rebeldía. Se quedó fuera del equipo, con 23 años.
En el Madrid tenía un valedor, Luis del Sol, que había jugado con él en el Betis y ahora triunfaba en el club blanco. Bernabéu no lo veía claro, porque estaba el precedente próximo del atlético Coque, que entró en amores con Lola Flores y se echó a perder como futbolista por meterse a productor de sus giras.
Pero al final se dejó convencer y fichó a Isidro. Después de mucho tira y afloja, el acuerdo fue dos millones más un jugador de la cantera, el que el Betis quisiera. Y el Betis escogió a un tal Luis Aragonés, que había pasado cesiones en el Getafe, el Recreativo, el Hércules, el Plus Ultra y el Oviedo, en este ya en Primera.
Siempre pudo presumir de que en sus cinco años en el equipo blanco, entre 1961 y 1965, ganó otras tantas veces la Liga
Cuando Bernabéu supo que el Madrid había dado a Luis, se enfadó, pero ya no tenía arreglo. Es verdad que al Madrid le sobraban delanteros. La tripleta central del ataque la formaban Del Sol, Di Stéfano y Puskas. Y por ahí andaban también Pepillo, Simonsson, Félix Ruiz y Villa, el futuro magnífico, suplentes o cedidos. Aun así, Bernabéu nunca se hubiera desprendido de Luis. El viejo patriarca tenía un gran instinto para los futbolistas. Le había visto algo y el tiempo le daría la razón.
Pero se fue al Betis, que además empleó los dos millones del Madrid en fichar a su compañero de línea en el Oviedo, Ansola, un nueve tanque. La pareja resultó. El Betis cambió un jugador que no utilizaba por un estupendo tándem de ataque.
A Isidro tampoco le fue mal en Madrid. En la primera temporada no terminó de hacerse con un sitio fijo, pero en las tres siguientes fue titular como lateral derecho, donde ocasionalmente había jugado también en el Betis. Alto, elástico, elegante, con calidad para subir y jugar la pelota. Hizo amistad íntima con Di Stéfano y Santamaría, con los que compartió sociedades. Carmen limitó mucho su actividad artística, venían los hijos… Fueron años de vino y rosas.
Pero fue víctima de la derrota en la final de Viena ante el Inter. El año siguiente apenas jugó. En la 65-66 se marchó al Sabadell. Mientras, la familia había crecido: dos niñas y dos niños. El benjamín, Enrique, no era otro que Quique Sánchez Flores, hoy entrenador del Espanyol, tras una buena carrera de futbolista como lateral derecho, el puesto de su padre. Di Stéfano fue su padrino en el bautizo.
En un choque con Migueli se fracturó el arco cigomático. Tras muchas operaciones, acabó por perder el ojo derecho
Mientras, Luis regresó a Madrid… pero al Atlético. En la primavera del 64, cuando llegó a la presidencia, Vicente Calderón sacudió la plantilla con el hondureño Cardona y cuatro fichajes del Betis: Colo, Matito, Martínez (que se malograría) y Luis Aragonés. A este le esperaba una larga carrera como leyenda atlética, primero en el campo, luego en los banquillos. Y, finalmente, la gloria de definir para la selección española un nuevo estilo de juego. La de ser el padre de los éxitos de La Roja.
Isidro, que siempre pudo presumir de que en sus cinco años en el Madrid ganó otras tantas veces la Liga, aún pudo disfrutar mucho del fútbol en el Sabadell, que vivía los mejores años de su historia, instalado en Primera. Llegó con 29 años y fue titularísimo hasta los 34, cuando un choque cabeza con cabeza con el malaguista Migueli le produjo la fractura del arco cigomático derecho. Aquello no se lo trataron bien, y con el tiempo degeneró. Operación tras operación, acabó por perder el ojo derecho, extirpado. Como las desgracias nunca vienen solas, la familia se rompió.
Sacó el título de entrenador, dirigió al Portuense, pero la avería se extendió al otro ojo, del que acabó perdiendo la visión. Con 38 años estaba ciego y además arruinado, más por el precio de nueve operaciones inútiles que por el divorcio. La última (que tampoco le sirvió de nada) le costaría 125.000 pesetas que no tenía.
Recibió un homenaje en 1974 que enfrentó a los ‘Kubala-boys’ contra Netzer, Ayala, Neeskens, Carnevali, Breitner, Sotil...
El fútbol nacional le montó un homenaje sonado en diciembre de 1974. El año anterior se había vuelto a autorizar la llegada de extranjeros, cerrada desde 1962, y nuestro fútbol se llenó de grandes figuras, como Cruyff, Netzer, Ayala o Carnevali. Surgió la idea de enfrentar a la selección (los Kubala-boys) con una de los extranjeros de la Liga. España contra un dream team. Al Bernabéu acudieron 80.000 personas, para ayudar a Isidro y para ver a tanta estrella junta. La decepción fue que Cruyff no pudo jugar, por una contractura. La gran ilusión era verle junto a Netzer. Compareció, vestido de paisano, en el saque de honor de Isidro, que llegó al centro del campo con un bastón y ayudado por los capitanes. Pero el holandés no pudo jugar y se llevó una pita injusta. Aún sin él, la delantera fue de lujo: Ayala, Breitner, Sotil, Netzer y Guerini, con Neeskens empujando desde atrás. El partido acabó 2-2.
Con el beneficio de ese día pudo pagar la última operación, tan inútil como las anteriores. Montó un bar en la plaza del Museo de Sevilla, llamado Maracaná. Aquel fue escenario de charlas futbolísticas durante años. Al tiempo lo cambió por otro más pequeño, en Rafael Calvo con Bailén, señal de que no iba muy bien. Falleció en 2013, a los 76, de un infarto.
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