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LIGA | 24ª JORNADA / ATLÉTICO - BARCELONA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pinball en el Calderón

Los aficionados del Estudiantes podemos neutralizar la derrota del Atlético evocando la machada del Palacio de los Deportes.

Messi y Neymar celebral el segundo gol al Atlético.
Messi y Neymar celebral el segundo gol al Atlético.Denis Doyle (Getty)

La obsesión depredadora de Messi con la diana rojiblanca —nos ha marcado 27 goles— exige el placebo de ordenar los recuerdos de esta jornada de radiación blaugrana a la que estábamos expuestos los aficionados del Estudiantes y del Atleti. Era posible compaginar los horarios del baloncesto (12,30) y del fútbol (16,15). Y resultaba terapéutico viajar en metro del palacio de los deportes al Calderón, pues la victoria de los colegiales en la prórroga ante el Barcelona —83-81— predisponía un estado euforia en los vagones. Y funcionaba como una fuerza premonitoria. Telúrica, literalmente.

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Predominaba incluso la fraternidad a bordo de la línea verde. Hinchas del Estudiantes que explicaban a los del Atleti los pormenores del desenlace baloncestístico. Y aficionados que se habían organizado el doblete. Porque hubiera sido una cobardía irse con la novia o con el novio a La la land. Una especie de victoria preventiva, oportunista en la vigilia de los Oscar. Y una manera de sustraerse a la responsabilidad que requería la sobredosis culé en la casualidad del calendario.

El balance de la jornada se resiente de las contradicciones. Podríamos haber aceptado incluso la victoria en el baloncesto y el empate en el Calderón, sobre todo porque el 1-1 provenía de una remontada, restauraba el veneno del Atleti en las jugadas de estrategia y jalonaba la resurrección de Godín en su crisis de autoestima.

No es que fuera un buen resultado, mucho menos cuando el peligro del Atleti en la consolidación de la cuarta plaza proviene de de los perseguidores, pero el cabezazo del central uruguayo redundaba en la fortaleza anímica del equipo. Incluso estimulaba el pulso de la presión. Muy intensa y estéril en la primera parte —un Barça vulgar, sin neuronas y sin Iniesta— y mucho menos tonificada en la reanudación. Suponemos que Vrsaliko, por ejemplo, le han suministrado una biodramina para reponerse del mareo de Neymar, aunque la victoria del Barça no se explica sin la arbitrariedad del pinball o del flipper, pues la pelota golpeaba a un lado y otro del campo como sucedía en aquellas máquinas setenteras que tintineaban en los billares y proponían una iconografía de sirenas voluptuosas.

Dos goles marcó el Barça entre rebotes y carambolas accidentales, pero el segundo es más interesante que el primero porque canoniza a Messi en una especialidad que no se le conocía hasta el momento: lanzar la falta a la olla y rematarla él mismo, incorporándose desde atrás como si hubiera calculado las variantes. Se antoja la alegoría o la patología de la dependencia. Messi es importante para el Barcelona cuando juega bien y cuando juega mal. Que es lo que ha sucedido este domingo, malogrando una jornada que los aficionados del Estudiantes, al menos, podemos neutralizar evocando la machada del Palacio de los Deportes.

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