Voro, el Valencia descubre a su guía
El delegado de la plantilla hasta enero salva al club de la crisis de liderazgo que lo destrozaba y soluciona los problemas deportivos que amenazaban con el descenso
Vista desde el aire, L’Alcudia es un pequeño triángulo de tejas rojas tendido sobre la trama irregular de la huerta valenciana de la Ribera Alta. El más famoso y respetado de sus cerca de 12.000 vecinos es un señor de cabeza angulosa, mirada transparente y chanza rápida al que últimamente apenas se le veía sonreír. Salvador González Marco, más conocido como Voro en el mundo del fútbol, o como Pantorra entre sus amigos, es un hombre tan tranquilo que transcurrió las últimas vacaciones de verano pintando la marquesina y reformando la instalación eléctrica de su casa. Su mujer insistía en llevarlo a la playa pero él se resistía: “A la playa voy, pero por la noche, a pasear”.
Voro ya era un héroe local mucho antes de que derrotara al Madrid de Zidane (2-1) con cuatro maniobras sencillas que ejecutó tranquilamente reclinado sobre la segunda fila del banquillo de Mestalla, este miércoles, hablando con sus suplentes con los pies apoyados en el respaldo del asiento de delante, los brazos cruzados y la impresión de no querer que nadie reparara en él.
Lo dice su primer entrenador en el equipo de la escuela, Toni Rama, que le dirigió cuando era un niño y sigue siendo vecino y amigo suyo: “No le gusta el figureo; pero es un controlador. Se entera de todo y se ocupa de todo. En estos meses ha sido como las funerarias: 24 horas disponible, para solucionar desde los problemas de salud de la familia de los jugadores hasta las reparaciones en su propia casa: se sacó un título de formación profesional en electrónica. ¡Es un manitas!”.
Los acontecimientos de las últimas siete jornadas de Liga han obrado una de las transformaciones más admirables que se recuerdan en el fútbol español. El entrenador del Valencia ha pasado de ser un silencioso delegado de equipo a convertirse a ojos de la hinchada, los jugadores y los directivos, en una fuente universal de soluciones. La bandera del club. Figura imprescindible para comprender la salvación del Valencia cuando amenazaba el descenso a Segunda y la ruina ante el vacío cada vez más ostensible que dejaba su propietario, Peter Lim.
Lo primero que hizo Lim al adquirir el Valencia, en 2014, fue despojar el organigrama de todos los empleados populares entre la masa social. Fue el tipo de barrido aséptico que practican las empresas de la industria del fútbol cuando anuncian que se modernizan. Los jugadores veteranos, en particular, parecieron objeto de repulsión en la medida en que Jorge Mendes —primer agente mundial y amigo de Lim— avanzaba sobre el terreno. Ayala y Rufete abandonaron la secretaría técnica. Les siguió García Pitarch y gente como Albelda, Fernando, César Sánchez o Cañizares se volvieron extraños. En las últimas navidades solo sobrevivían el preparador de porteros, José Manuel Ochotorena, y el delegado de la plantilla, puesto que desempeñaba Voro con la felicidad de quien se siente realizado.
Andrés Palop, exportero del Valencia y el Sevilla, nació en la calle Reyes Católicos de l’Alcudia. Frente a la casa de Voro. “Lo esperaba todos los días a que regresara del entrenamiento”, recuerda. “¡Era mi ídolo! ¡El único vecino que había llegado a jugar en el Valencia! Ahora él es el eje del club. Alrededor suyo gira todo”.
La tragedia
La muerte de Isabel, la hermana mayor, en un accidente de tráfico, conmovió a l’Alcudia en 1985. Su madre falleció al poco tiempo. La desgracia acentuó el carácter del futbolista cuando era un adolescente. Voro no solo carece de vanidad. No le gusta ni que le reconozcan el éxito. Quiere pasar desapercibido. Siendo entrenador del Valencia le costó ocupar el primer asiento de los aviones, el que se destina al jefe, cuando viajaban. Naturalmente, se colocaba en la segunda fila, la del delegado.
Voro, de 53 años, nunca quiso ser entrenador y tiene dudas sobre si seguir en el puesto la temporada que viene. Considera que lo prioritario es crear una estructura deportiva sólida que brinde estabilidad al equipo. Él mismo podría encabezar la dirección deportiva. Anil Murthy, consejero ejecutivo valencianista y valedor de su nombramiento, asegura que el banquillo es suyo: “Seguirá siendo nuestro míster”.
Con Voro, el Valencia ha descubierto el más afortunado de los dilemas: cómo obedecer a un líder providencial.
Una inteligencia de otra época
Voro fue un defensa extremadamente tosco. Solo dispuso de dos puntos de apoyo: una fuerza física descomunal y una inteligencia que solo los hechos revelaron. Jugó en el Valencia entre 1985 y 1993, y luego, entre 1993 y 1996, constituyó una pieza fundamental del Deportivo de Arsenio. Paco Liaño, portero de aquel Depor, le evoca con admiración: “Era un central de esencia: primero defendía y después defendía. Se notaba que era muy inteligente porque sabía que no estaba capacitado para hacer determinadas cosas y pasaba la pelota a los compañeros mejor desmarcados. Con pocos recursos logró destacar en una época en la que abundaban los centrales fuertes como él. ¡Hasta jugó un Mundial!”. Fue en 1994, con Javier Clemente de seleccionador, y disputó el partido ante Bolivia.
Humilde, discreto, paciente, sagaz para ofrecer respuestas sencillas a las urgencias más variadas, y penetrante a la hora de transmitir responsabilidad a los jugadores. Son cualidades que le atribuyen quienes han trabajado con él. Condiciones que, en una época de pretendido futurismo administrativo, emparentan a Voro con sabios de un tiempo primordial que parecía superado. Luis Molowny y Vicente del Bosque en el Madrid, Laureano Ruiz en el Barça, Pablo Blanco en el Sevilla o Pedro Herrera en el Zaragoza, son algunos de sus predecesores más ilustres. Voro sigue una tradición.
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