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EL QUE APAGA LA LUZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cristiano frente al tendido 7

Hay veces en que parte del público del Bernabéu cree que lo mejor es que algunos futbolistas sientan de cerca su desprecio

Cristiano Ronaldo, en un partido del Real Madrid.
Cristiano Ronaldo, en un partido del Real Madrid.CLAUDIO ÁLVAREZ

De cuando en cuando parte del público del Bernabéu decide que lo que más conviene a su equipo es que algunos de sus futbolistas sientan de cerca su desprecio. Está en su derecho. Huelga decir que el que paga manda, que la grada es soberana, que el respetable siempre tiene razón y otras menudencias del mismo tenor. Así que, agarrado a tan incontestables argumentos, un sector de la afición suele proponer un juicio sumarísimo antes incluso de que el balón eche a rodar. Se escuchan entonces en Chamartín silbidos de variadas gamas dedicados, por ejemplo, a Danilo, ese chico que tanto corre y que a veces domina el balón y a veces el balón le domina a él. O a Benzema. Que no corre lo que hay que correr, dicen; que vive preso de su indolencia, lo que por lo visto convierte en papel mojado su capacidad de hacer posible lo imposible. Incluso esa silbatina tan popular suele afectar a Cristiano. Y tanto le afecta que al portugués se le vio en el último partido mascullar un insulto contra quienes le criticaban, improperio que no reproduciremos aquí porque madre no hay más que una.

La lista de jugadores a los que una parte del Bernabéu ha zarandeado es interminable. Incluso en las victorias. Los más viejos del lugar recuerdan a Manolo Velázquez, un jugador genial a quien algunos achacaban una supuesta displicencia en su juego. A partir de ahí, pónganse a la cola: Michel, que llegó a irse en mitad de un partido; Zidane, sí, Zidane, han leído bien; Ronaldo, que demolía defensas mientras se carcajeaba; Guti, a cuya bota izquierda deberían sacar brillo varias generaciones; Casillas, legendario y apaleado por el mismo precio… Y eso por no nombrar a otros más limitados, tipo Samuel, Emerson y similares. Todos, grandes o minúsculos, sufrieron en algún momento la ira del Bernabéu. Hoy la sufre Cristiano, que se pregunta al modo de aquel conocido pirómano, y con similar acento portugués: “¿Por qué? ¿Por qué?”. Este futbolista, de piel muy fina, aguanta de mala manera la desafección y no encuentra respuestas. A uno, a ratos, le puede la tentación de destacar que no está en su mejor momento, que su físico ya no le da, que no se va de nadie, que su gestualidad es estomagante, que parece importarle más su triunfo, premio aquí, premio allá, que el del colectivo, que renovarle como ha hecho el club hasta 2021 es una broma de mal gusto. En esas está uno cuando, de repente, en la pantalla del ordenador aparece un dato que manda al infierno a la susodicha tentación: 384 goles en 373 partidos.

Hay una parte del madridismo que maltrata a sus símbolos. Cristiano es un individuo que tiene todo el derecho a no ser el mejor jugador del mundo. Porque no lo es por mucho que sus hagiógrafos y esa televisión del club que el Gobierno, siempre atento a los intereses de la población, nos permite ver en abierto, insistan en lo contrario. Cristiano tiene derecho a fracasar. Porque él suele ser la solución, no el problema, por mucho que haya aficionados que siempre encuentran un problema para cada solución. Hace pocos días a Raúl se le ocurrió elogiar la enésima proeza de Messi. Y algunos se lanzaron a su yugular, a la yugular de un tío en cuyo honor cada mañana debería sonar el himno del Real Madrid. Se conoce de sobra el ideario que mueve al nacionalbarcelonismo, que vendría a ser algo así como la persecución que no cesa, pero no el que guía al nacionalmadridismo, que parece caminar al dictado del puñetero tendido 7 que habita en el Bernabéu y que levanta o baja su dedo pulgar dependiendo, quizá, del grado de estreñimiento que sufra ese día.

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